
Hoy escuchamos la historia del encuentro de Jesús y María Magdalena, dos personas que se aman. Jesús dice: “María”. Ella lo reconoce y dice: “Rabbuni”, que significa Maestro. (Jn 20,16) Esta historia simple y conmovedora me pone en contacto con mi terror, y también con mi deseo de ser conocido. Cuando Jesús llama a María por su nombre, está haciendo mucho más que pronunciar la palabra por la cual todos la conocen, ya que su nombre significa todo su ser. Jesús conoce a María Magdalena. Sabe su historia: su pecado y su virtud, sus temores y su amor, su angustia y su esperanza. Conoce cada parte de su corazón. Nada en ella está oculto para él. La conoce más profunda y plenamente de lo que ella se conoce a sí misma. Por lo tanto, cuando Él pronuncia su nombre, origina un acontecimiento profundo. De pronto, María toma conciencia de que el que la conoce verdaderamente la ama verdaderamente.
Siempre me pregunto si la gente que conoce todas mis partes, incluso los pensamientos y sentimientos más profundos y ocultos, realmente me ama. A menudo, estoy tentado de pensar que sólo soy amado mientras me desconocen parcialmente. Temo que el amor que recibo sea condicional y me digo: Si realmente me conocieran, no me amarían. Pero, cuando Jesús llama a María por su nombre, le habla a su ser entero. Ella se da cuenta de que Aquel que la conoce más profundamente no se está apartando de ella, sino que viene a ella, ofreciéndole su amor incondicional.
Su respuesta es: “Maestro”. Escuchó su respuesta, como el deseo de que Jesús sea, verdaderamente, su maestro, el maestro de todo su ser: de sus pensamientos y sentimientos, de su pasión y esperanza, incluso de sus pasiones más ocultas. Le oigo decir: Tú, que me conoces tan plenamente, ven y sé mi maestro. No te quiero alejar de ninguna parte de mí misma. Quiero que toques los lugares más profundos de mi corazón, de manera que no pertenezca a nadie, excepto a ti. Puedo ver que este encuentro ha sido un gran momento de sanación. Inmediatamente, María se siente totalmente conocida y amada. Ya no existe la división entre lo que ella puede mostrar sintiéndose a salvo y lo que no se atreve a revelar. Es vista íntegramente, y sabe que los ojos que la ven son los ojos del perdón, de la misericordia, del amor y de la aceptación incondicional.
En este encuentro simple podemos observar un momento religioso verdadero. Todo el temor se ha ido, y todo se ha convertido en amor. Y no hay mejor forma de expresarlo, que las palabras de Jesús: “Ve y encuentra a mis hermanos y diles: estoy ascendiendo hacia mi Padre y Padre de ustedes, hacia mi Dios y su Dios”. No hay ya diferencia entre Jesús y aquellos a quien ama. Son parte de la intimidad, que Jesús disfruta con el Padre Ellos pertenecen a la misma familia. Ellos comparten la misma vida, en Dios.
¡Qué alegría ser conocido plenamente, y al mismo tiempo, ser amado plenamente! Es la alegría de pertenecer, a través de Jesús y estar allí completamente a salvo y completamente libre. (Henri Nouwen; “Camino a Casa. Un viaje espiritual”)
Siempre me pregunto si la gente que conoce todas mis partes, incluso los pensamientos y sentimientos más profundos y ocultos, realmente me ama. A menudo, estoy tentado de pensar que sólo soy amado mientras me desconocen parcialmente. Temo que el amor que recibo sea condicional y me digo: Si realmente me conocieran, no me amarían. Pero, cuando Jesús llama a María por su nombre, le habla a su ser entero. Ella se da cuenta de que Aquel que la conoce más profundamente no se está apartando de ella, sino que viene a ella, ofreciéndole su amor incondicional.
Su respuesta es: “Maestro”. Escuchó su respuesta, como el deseo de que Jesús sea, verdaderamente, su maestro, el maestro de todo su ser: de sus pensamientos y sentimientos, de su pasión y esperanza, incluso de sus pasiones más ocultas. Le oigo decir: Tú, que me conoces tan plenamente, ven y sé mi maestro. No te quiero alejar de ninguna parte de mí misma. Quiero que toques los lugares más profundos de mi corazón, de manera que no pertenezca a nadie, excepto a ti. Puedo ver que este encuentro ha sido un gran momento de sanación. Inmediatamente, María se siente totalmente conocida y amada. Ya no existe la división entre lo que ella puede mostrar sintiéndose a salvo y lo que no se atreve a revelar. Es vista íntegramente, y sabe que los ojos que la ven son los ojos del perdón, de la misericordia, del amor y de la aceptación incondicional.
En este encuentro simple podemos observar un momento religioso verdadero. Todo el temor se ha ido, y todo se ha convertido en amor. Y no hay mejor forma de expresarlo, que las palabras de Jesús: “Ve y encuentra a mis hermanos y diles: estoy ascendiendo hacia mi Padre y Padre de ustedes, hacia mi Dios y su Dios”. No hay ya diferencia entre Jesús y aquellos a quien ama. Son parte de la intimidad, que Jesús disfruta con el Padre Ellos pertenecen a la misma familia. Ellos comparten la misma vida, en Dios.
¡Qué alegría ser conocido plenamente, y al mismo tiempo, ser amado plenamente! Es la alegría de pertenecer, a través de Jesús y estar allí completamente a salvo y completamente libre. (Henri Nouwen; “Camino a Casa. Un viaje espiritual”)
Mucha gente no se siente amada; creo que es un problema grande hoy en día. De ahí la actualidad y urgencia de la buena nueva evangélica: Dios es amor, Dios es Padre y nos ama. Para muchos Dios es el que castiga, a quién se le teme. Viven el dinámica premio-castigo. Es fundamental para una fe auténtica y liberadora el conocer el amor de Dios.
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