viernes, 28 de septiembre de 2007

La tarea de un sacerdote es espiritualizar el mundo.


"La tarea de un sacerdote es espiritualizar el mundo. Alza sus manos consagradas, y la gracia de la resurrección de Cristo sale de él para iluminar las almas de los elegidos y de los que se sientan en la oscuridad y a la sombra de la muerte. Mediante su bendición, la creación material es elevada y santificada y consagrada a la gloria de Dios. El sacerdote prepara la venida de Cristo derramando sobre el mundo entero la luz invisible que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Mediante el sacerdote, la gloria de Cristo se filtra en la creación hasta que todas las cosas están saturadas de oración".

Thomas Merton (Diarios".

Este es el texto de Merton que me ha hecho pensar mucho esta semana. Es que no me conformo con interpretaciones simplistas de los misterios de la fe y trato siempre de indagar más allá de lo evidente mediante la meditación y la oración. El sacerdocio es una realidad espiritual que nos supera con creces y que desborda el elemento cultual para convertirnos en otros cristos para este nuestro mundo. Y hablo, primero, del sacerdocio que compartimos todos los bautizados, y luego del ministerio que ejercemos inmerecidamente. Y por qué no, hasta quizá un sacerdocio que forma parte del ser natural de todo ser humano por el hecho de ser creatura, fruto de un amor que llegó hasta lo extremo.

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