viernes, 16 de mayo de 2008

Soledad y libertad.

Para su existencia la sociedad depende de la inviolable soledad personal de sus miembros. La sociedad, para merecer tal nombre, no debe componerse con números o unidades mecánicas, sino con personas. Ser una persona implica responsabilidad y libertad, y ambas implican cierta soledad interior, un sentido de integridad personal, un sentido de la propia realidad y la propia capacidad de brindarse a la sociedad, o de rechazar tal don.
Cuando los hombres son sumergidos en una masa de seres humanos impersonales impulsados por fuerzas automáticas, pierden su genuina humanidad, su integridad, su capacidad de amar, si idoneidad para la autodeterminación. Cuando la sociedad se compone de hombres que no conocen soledad interior alguna, no es posible que sea aglutinada por el amor; y en consecuencia es sustentada por una autoridad violenta y abusiva. Pero cuando los hombres son violentamente despojados de la soledad y la libertad que constituyen su patrimonio, la sociedad en que viven se vuelve pútrida, supura servilismo, resentimiento y odio.
Ningún caudal de progreso tecnológico curará el rencor que siempre devora lo vital de una sociedad materialista como un cáncer espiritual. La única cura es, y siempre será, espiritual. No sirve de mucho hablarles sobre Dios y el amor a los hombres, si no están en condiciones de escuchar. Los oídos con que uno escucha el mensaje del evangelio están ocultos en el corazón humano, y estos oídos nada escuchan a menos que sean favorecidos por cierta soledad y silencio interior”.

Thomas Merton.

3 comentarios:

  1. Me alegra hoy leer este texto de Merton...
    En la soledad se crece, apreciar su especial sonoridad es lo que da vida interior...
    Un abrazo enorme
    Jose

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  2. Valorar la vida espiritual en lo que realmente es: camino de crecimiento humano, camino de libertad, camino cristificante. No limitarnos a lo devocional (que a menudo sostiene las estructuras injustas de nuestra vida).

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  3. Merton no deja de iluminar nuestras búsquedas con sus intuiciones geniales, nacidas evidentemenmte de sus propios dolores y tropiezos.
    Gracias, padre manuel.

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