En dos entradas anteriores compartimos algunos pasajes de una biografía de Thomas Merton recientemente publicada, en torno al trabajo que este realizó como maestro de novicios, y que estaban basados fundamentalmente en el testimonio escrito de Ernesto Cardenal. Aprovecho la ocasión para recomendarles esta biografía, escrita por Ramón Cao Martínez, y también el de Ernesto Cardenal, "Vida Perdida", que es la primera parte de sus memorias. Y ahora el último fragmento del texto en cuestión:
"Merton, les hacía ver que toda realidad es santa, sagrada, espiritual. Que la experiencia religiosa no se restringe a una franja limitada de la vida. Consideraba que los tiempos específicos dedicados a la meditación eran un invento jesuítico introducido en el Cister no antes del siglo XIX. Por su parte, prefería remitirse a la tradición benedictina y más allá de ella a los Padres del desierto: pasearse bajo los árboles y leer despecio un libro que a uno le hace pensar... Les decía que la oración no era primariamente un ejercicio de concentración mental: bastaba con una atención general en la que también debía participar el inconsciente. Dios no era algo exterior, sino lo más íntimo de cada uno, el centro del propio ser; por ello, olvidarse de todo y estar a solas con uno mismo era encontrarse con Dios. Estar con Dios y en Dios a lo largo del día, era, en realidad, tan sencillo como para un pez moverse en el agua.
Que en las sesiones de dirección espiritual, hablase de todo lo divino y lo humano, y mostrase curiosidad por las experiencias previas de sus dirigidos era también una enseñanza espiritual: la vida concreta, sin excluir ninguno de los intereses humanos, era la única vida espiritual posible. Advierte Cardenal que uno de las enseñanzas más importantes que Merton le trasmitió, y que no hubiese podido aprender en la mística clásica fue ésta: "Dios quería que yo fuera tal como era y no otro"."