
"En el refectorio se leyó una breve vida de San Benito José Labré, el cual es, decididamente, uno de mis favoritos. No logró encontrar soledad sino convirtiéndose en la persona más despreciada por toda una multitud, hasta caer tan bajo que todos hacían caso omiso de él, aunque tenía que trabajar para mantenerse allí: rechazando la amistad, casi sin hablar, mirando a cualquiera que le tratase bondadosamente como un bienhechor, no como un amigo.
Algo hay en mi naturaleza que me lleva a desear ser un vagabundo, pero lo que sé por experiencia me hace comprender que la santidad no he de lograrla por ese camino. Siempre, incluso cuando recorrí a pié asperos senderos, fui, en sentido estricto, un turista. Y un turista respetable, dicho sea en el sentido peyorativo de la palabra. Incluso como trapense me siento desastrosamente respetable, aunque no convencional. No tengo pulgas, ya sea porque no me gustan, ya porque no creo ser de los que llegan a santificarse comidos de piojos, aunque nadie puede decir de esta agua no beberé.
No me gusta tener los pies mojados, pero ¿Quiere esto decir que mi único camino para llegar a la santidad consiste en tener un paz de zapatos llenos de agujeros? Desde luego, sólo tengo un par para andar para andar por el monasterio y otro para el trabajo, pero el hermano Cornelius los compone enseguida si se agujerean, y si no le advierto que necesitan arreglo, seré llamado al orden en el capítulo.
Empiezo a preguntarme si, después de todo, la santidad para mí no estará relacionada con esa cripta llena de manuscritos, de prosa, de poesía, de cantos gregorianos y de liturgia. Parece absurdo que un hombre pueda santificarse merced a las cosas que le gustan espontáneamente.
La respuesta es, claro está, sencilla. Yo he hecho mis votos según una regla que no implica per se aguantar pulgas, pero de la que depende mi santidad. La esencia de esa regla consiste en la obediencia y la oración, en renunciar a la voluntad propia, en la vida en comunidad, en un indiviso e incondicional amor, y en adorar y alabar a Dios.
Pero más vale no formular preguntas que carecen de sentido. Y, si lo tienen, uno lo encontrará en el momento necesario. Sí, y hallará a la par las preguntas y las respuestas".
Thomas Merton
"El signo de Jonás".
(2 de febrero de 1949)
Preguntas y respuestas, sentido, que muchas veces nacen del desprendimiento.
ResponderEliminarDulzura de sentirse cada vez más lejano.
Más lejano y más vago... Sin saber si es porque
las cosas se van yendo o es uno el que se va.
Dulzura del olvido como un rocío leve
cayendo en la tiniebla... Dulzura de sentirse
limpio de toda cosa. Dulzura de elevarse
y ser cómo la estrella inaccesible y alta,
alumbrando en silencio...
¡En silencio, Dios mío!...
Dulce María Loynaz
Pregunto: ¿Hay santidades diversas o una sólo santidad para todos? Al leer el texto me pongo a pensar entonces: ¿Cuál será la santidad a la que soy llamado?
ResponderEliminarJavier.
hola, estaremos pendientes de sus entradas, me parece interesante lo escrito en este blog. Sólo había visto en las estanterías algunos libros de Tomas Merton, pero con lo que he visto por acá pienso comprarme mi primer libro escrito por él.¿Cual me recomienda?, gracias, bendiciones.
ResponderEliminarUna buena recomendación sería "La montaña de los siete círculos", para empezar, también, a la par, alguna biografía con una panóramica de su vida.
ResponderEliminarBienvenido al blog.