
Según escribe el propio Merton, en “El signo de Jonás”, “la ordenación no constituye el fin, sino el principio de un viaje. Este principio fue fácil y agradable. Pero transcurrido el verano empezó a adquirir gravedad el hecho de ser sacerdote”.[1] Es decir, comenzaron las preguntas, las inquietudes y los desafíos de un ministerio vivido, en unas circunstancias particulares, por una persona concreta. El sacerdote en la vida activa se enfrenta a unos desafíos diferentes a los del sacerdocio en la vida contemplativa; entre otras cosas dice del primero:
“Descubre entonces, en su contacto con el pueblo y con los demás sacerdotes, muchas cosas con las que no contaba. Algunas son alentadoras y otras no. En cualquier caso, enseguida empieza a crecer y a evolucionar, y a los pocos meses ya no es el frío y acaso engreído seminarista que fue hasta entonces. Ha empezado a aprender humildad y compasión en la escuela de las fatigas y los sinsabores”.[2]
El sacerdote, de cualquier manera, tiene que ser “probado”, ya esté en uno u otro sitio de la Iglesia, “tiene que ser purificado por el fuego”. ¿De qué se trata en concreto?
“Ese fuego es el de la caridad divina, en el cual su alma tiene que hacerse una con el alma de Cristo. El carácter del sacerdocio de Cristo, impreso en lo más hondo de su ser en el momento de la ordenación, ha de desarrollarse durante toda su vida. Cristo sacerdote, Cristo ofrecido a su Padre en la cruz, tiene que reflejarse en la vida del sacerdote, tiene que reflejarse a Sí mismo en las acciones del sacerdote”.[3]
Pero, si en el caso el sacerdote de vida activa, el crisol de la purificación es el amor a sus semejantes, en el caso de un sacerdote de vida contemplativa, que no ejerce un ministerio pastoral concreto, dice Merton, “el fuego por el que es purificado es el fuego de Dios, en la soledad”. A ese fuego se vio sometido entonces, de un modo tal, que usa la comparación bíblica de Jonás tragado por la ballena, y vomitado allí donde antes no quería ir, desoyendo la voz de Dios.
“Empezó a manifestarse en el fondo de mi alma un misterio que no sabía lo que era y que me llenaba de terror. No se me pregunte qué era. Pudiera explicarlo llamándolo “sufrimiento”. La palabra, empero, no es adecuada, porque sugiere dolor físico. No es esto en absoluto lo que quiero decir. Verdad es que mi salud había empezado a quebrantarse, pero en cualquier caso lo sucedido en ella no fue, en mi opinión, sino un efecto de ese algo impensable que se había desarrollado en las profundidades de mi ser. Insisto: no puedo explicarme en qué consistía. Era una especie de lenta conmoción abismal, que producía extrañas agitaciones en la visible superficie psicológica de mi vida”.[4]
“Descubre entonces, en su contacto con el pueblo y con los demás sacerdotes, muchas cosas con las que no contaba. Algunas son alentadoras y otras no. En cualquier caso, enseguida empieza a crecer y a evolucionar, y a los pocos meses ya no es el frío y acaso engreído seminarista que fue hasta entonces. Ha empezado a aprender humildad y compasión en la escuela de las fatigas y los sinsabores”.[2]
El sacerdote, de cualquier manera, tiene que ser “probado”, ya esté en uno u otro sitio de la Iglesia, “tiene que ser purificado por el fuego”. ¿De qué se trata en concreto?
“Ese fuego es el de la caridad divina, en el cual su alma tiene que hacerse una con el alma de Cristo. El carácter del sacerdocio de Cristo, impreso en lo más hondo de su ser en el momento de la ordenación, ha de desarrollarse durante toda su vida. Cristo sacerdote, Cristo ofrecido a su Padre en la cruz, tiene que reflejarse en la vida del sacerdote, tiene que reflejarse a Sí mismo en las acciones del sacerdote”.[3]
Pero, si en el caso el sacerdote de vida activa, el crisol de la purificación es el amor a sus semejantes, en el caso de un sacerdote de vida contemplativa, que no ejerce un ministerio pastoral concreto, dice Merton, “el fuego por el que es purificado es el fuego de Dios, en la soledad”. A ese fuego se vio sometido entonces, de un modo tal, que usa la comparación bíblica de Jonás tragado por la ballena, y vomitado allí donde antes no quería ir, desoyendo la voz de Dios.
“Empezó a manifestarse en el fondo de mi alma un misterio que no sabía lo que era y que me llenaba de terror. No se me pregunte qué era. Pudiera explicarlo llamándolo “sufrimiento”. La palabra, empero, no es adecuada, porque sugiere dolor físico. No es esto en absoluto lo que quiero decir. Verdad es que mi salud había empezado a quebrantarse, pero en cualquier caso lo sucedido en ella no fue, en mi opinión, sino un efecto de ese algo impensable que se había desarrollado en las profundidades de mi ser. Insisto: no puedo explicarme en qué consistía. Era una especie de lenta conmoción abismal, que producía extrañas agitaciones en la visible superficie psicológica de mi vida”.[4]
Es un período de crisis, que como él mismo apunta, afecta a su cuerpo y a su espíritu; tuvo también que ver con la acumulación de trabajo: sus escritos, sus nuevas responsabilidades docentes en el monasterio, y repetidos padecimientos físicos, como una gripe pertinaz, colitis, ingresos hospitalarios e incluso una intervención quirúrgica de nariz.[5]En el mes de abril de 1950, dice, “renuncié a escribir, según pensaba entonces, para siempre”. Pero, a finales de ese mismo año, dice “de pronto descubrí recursos morales completamente nuevos, una fuente de nueva vida, una paz y una felicidad que no había sentido antes y que subsistían frente a mi innominado terror interior”.[6]
[1] SJ, 261
[2] SJ, 261
[3] Ib.
[4] SJ, 262.
[5] R. CAO MARTÍNEZ, Thomas Merton, Salamanca, Sinergia, 2008, 74.
[6] SJ, 262.
[1] SJ, 261
[2] SJ, 261
[3] Ib.
[4] SJ, 262.
[5] R. CAO MARTÍNEZ, Thomas Merton, Salamanca, Sinergia, 2008, 74.
[6] SJ, 262.
"Ese fuego es el de la caridad divina, en el cual el alma tiene que hacerse una con el alma de Cristo...
ResponderEliminarCristo sacerdote, Cristo ofrecido al Padre en la cruz, tiene que reflejarse en la vida del sacerdote, tiene que reflejarse a Sí mismo en las acciones del sacerdote".
Qué alegría encontrar esta convicción en Merton, me da ánimo para confiar en que es posible también hoy la vocación al sacerdocio, que es tan especial y a la vez tan necesaria para la Iglesia.
Que el Espíritu vaya suscitando las vocaciones necesarias en cada lugar, felíz pentecostés!
Todos los sacerdotes deberían tener presente que un sacerdote que no sirve, no sirve para nada.
ResponderEliminarLo que voy a argumentar, quede constancia, de que no es una crítica a Merton, a quien admiro, ni un ataque personal a los sacerdotes de buena voluntad.
ResponderEliminarLa dogmática de la Iglesia está acostumbrada a sacar conclusiones de las Escrituras a base de forzar las Escrituras, para que digan lo que nunca pasó por la mente de las Escrituras.
El Papa Ratzinger, en la exhortación apostólica “Sacramentum caritatis”, dice en el cap. IV: “La relación intrínseca entre Eucaristía y sacramento del Orden se desprende de las mismas palabras de Jesús en el Cenáculo: haced esto en conmemoración mía”.
El Papa no descubre nada nuevo. Repite lo que habitualmente se estudia en el llamado sacramento del orden. La Iglesia Católica tiene pendiente un estudio serio, valiente sobre su doctrina de sacramentos en general y, en particular, sobre el llamado sacramento del orden.
Quede subrayado el debilísimo argumento de querer exprimir de una frase de Jesús “haced esto en memoria mía” todo el tinglado sacerdotal, episcopal y eclesial.
Decir que Jesús fue sacerdote es simplemente una metáfora. Creo poder decir con las Escrituras en las manos, y con la tradición de los primeros siglos, que con Jesús se acabaron los sacerdotes. Después de Jesús, ya no hay sacerdocio que valga ni se necesite. Se acabó la teología pagana de tener sacerdotes que ofrezcan los sacrificios sobre los altares, inciensen los templos de la Divinidad, detenten poderes de orden divino, o sirvan de intermediarios entre los hombres y Dios.
Roberto
Pienso que Merton, sacerdote, quiso …
ResponderEliminarQuiso ser pastor
que velara por los suyos;
árbol frondoso
que diera sombra
al cansado;
fuente donde
bebiera el sediento.
Quiso ser canción
que inundara los silencios;
libro que descubriera
horizontes remotos;
poema que deshelara
un corazón frío;
papel donde se pudiera
escribir una historia.
Quiso ser risa en los
espacios tristes,
y semilla que prendiera
en el terreno yermo.
Ser carta de amor para el solitario,
y grito fuerte para el sordo…
Pastor, árbol o fuente,
canción, libro o poema…
Papel, risa, grito, carta, semilla…
Lo que tú quisieras, lo que tú pidieras,
lo que tú soñaras, Cristo
eso quiso ser.
Al leer el comentario de Roberto pensé lo siguiente, a raíz de un texto T.M. que estoy leyendo acerca de la Eucaristía:
ResponderEliminar"El conocimiento de nosotros que tiene el Cristo sacramental que recibimos en la comunión es un conocimiento que El ha obtenido ya de las profundidades de nuestro ser. Por eso Cristo, en el Santísimo Sacramento, no nos escruta fríamente como si fuésemos objetos, como seres alejados de El y conservando todavía ciertos rasgos enigmáticos. Nos conoce en Sí mismo como a sus "otros yos". Nos conoce subjetivamente, como si fuésemos una prolongación de su propia Persona (y en efecto lo somos). Este conocimiento por identidad no es sólo conocimiento de la ciencia, sino del amor"- de "El Pan Vivo". T.Merton.
En este párrafo T.M., entre otras cosas entiendo que expresa en cada comunión Cristo nos conoce y se da por amor al que lo recibe, porque El quiere.
Si los sacerdotes no celebraran la misa para cumplir con su mandato "hagan esto en memoria mia", el resto del Pueblo de Dios nos quedamos sin comulgar.Simplemente por esto es necesario que haya sacerdotes que celebren.
Pienso que es fundamental reflexionar sobre cómo vivimos los sacramentos hoy para no dejar pasar tanta gracia, tanta entrega de Cristo a través de la Iglesia.
Gracias por todo lo compartido acá en este blog, las distintas opiniones abren paso para seguir buscando nuevos modos de estar presentes como Iglesia.
Hermana Inés, no he debido dejar clara mi opinión. De lo que se trata es que la iglesia camina hoy hacia comunidades de base, en las que no sería necesario un sacerdote para celebrar la eucaristía, sino que esta función la realizaría un presbítero. Sin mencionar, por obvia, la posibilidad de que lo hiciera una mujer religiosa o consagrada. ¿No se creen ustedes capacitadas o dignas de esa función?
ResponderEliminarDe todos modos, que Dios bendiga su inocencia. Pues sólo en base a ella es posible creer que sin sacerdotes no habrá Eucaristía. Paz y bien, hermana.
Roberto
Cuando digo presbítero me refiero al Antiguo Testamento: presidente de la asamblea, que no es sacerdote ordenado.
ResponderEliminarRoberto: los presbíteros, como usted dice, o las mujeres si no reciben el orden sagrado, hoy, no pueden celebrar la misa.
ResponderEliminarEn las comunidades de base o en otras comunidades eclesiales las mujeres podemos participar como ministros de la comunión, y distribuir la Eucaristía en la celebración de la Palabra, o llevarla a los enfermos. Esto es necesario también.
Me alegro de que constate que la iglesia vaya por ese camino de las comunidades de base donde no sería necesario el sacerdote para celebrar, pero todavía no está dado así. Y no sabemos con certeza si este es el camino para toda la Iglesia.
Hoy los únicos que pueden celebrar la eucaristía son los sacerdotes ordenados.
Repito, agradezco que en este blog se puedan dar las opiniones de distintos puntos de vista para seguir profundizando en la fe de la iglesia.
Al hilo de los últimos comentarios: ¿por qué la iglesia católica sigue discriminando a la mujer? Qué razones, basadas en Jesucristo y no en una tradición sexista antediluviana, hay para que una mujer no sea ordenada sacerdote o para que participe, de hecho y con derecho, en el gobierno eclesiástico.
ResponderEliminarEs posible que se deba a que las propias mujeres que viven en la iglesia, y especialmente las consagradas, no se unan en una voz fuerte para reivindicar la igualdad de condiciones, tal vez por un mal entendido respeto u obediencia a la doctrina institucional.
Es una lástima, porque la posición de la mujer en la iglesia no sólo es criticable desde dentro, sino que daña la imagen externa de la iglesia.
Permanecer en Dios, confiar en Él, trabajando con Él en nuestro ser interior, nos ayuda a ver el mundo de una manera distinta a como lo estábamos contemplando. Y su acción, la acción de Dios, se realiza "se hace dentro de nosotros" y lo que antes nos parecía insípido, de pronto adquiere un nuevo sabor. Y un cántico nuevo se escucha en nuestro corazón. Podemos sonreír. Es la felicidad. Bendiciones,
ResponderEliminarCarmenZ