viernes, 9 de abril de 2010

DOMINGO DE MISERICORDIA

El segundo domingo de Pascua, por iniciativa de Juan Pablo II, se llama ahora Domingo de la Misericordia, y no está mal, si ese día, y dentro del gozo de la Octava de Pascua, celebramos el amor grande con que Dios nos ama; la cercanía de nuestro Padre amoroso del Cielo. No está mal si esta celebración plenifica e insiste en el Misterio Pascual. Viene ahora a mi mente la parábola lucana en la que un padre lleno de misericordia sale al encuentro de un hijo díscolo, que le exigió primero sus derechos, malgastó el dinero del padre y luego regresó arrepentido a medias. Ese es el Dios de Jesucristo, nuestro Dios, un Padre lleno de amor y de misericordia.
Ahora bien, si este segundo domingo de Pascua se convierte simplemente en la celebración de una devoción reciente y popular, la Divina Misericordia, ya no me parece tan bien el asunto. En principio no estoy en contra de las devociones, ayudan a vivir y comprender el misterio de Dios, pero siempre respetando el ritmo litúrgico de la Iglesia, a través del cual vivimos comunitariamente un camino de crecimiento y encuentro con Jesús. No por gusto, y en un momento de gracia del Espíritu, la Iglesia del Concilio Vaticano II quitó el lastre que durante mucho tiempo se fue acumulando en las celebraciones de la Iglesia, y que opacaban la centralidad de Jesucristo, o lo cosificaban, perdiendo de vista la totalidad del Misterio.
De ahí que no entienda como un viernes santo haya cristianos empezando una novena a la Divina Misericordia, que apunta, no al Domingo de Resurrección, el Primer domingo del año cristiano, sino al segundo domingo de Pascua, transformado ahora en el día de celebrar una extendida devoción.
Creo que los líderes de la Iglesia tenemos la obligación de formar a nuestra gente, de ofrecerles alimento espiritual sólido, y presentarles la fe liberadora y humanizadora de Jesús; las devociones son complemento a la riqueza litúrgica, no sustituto. Nada mejor que el camino litúrgico para ir descubriendo e integrando a nuestra vida la plenitud de vida que ofrece Jesús.
Para este segundo domingo de Pascua quiero seguir hablando de la Resurrección, regalo de un Dios inmenso, de infinita ternura para con nosotros, un Dios que no se deja cosificar ni manipular, un Dios que quiere hijas e hijos, maduros y libres. Un Dios, sin dudas, que tiene un Hijo, Señor de misericordia.

3 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo contigo Manuel. El tema de las devociones y otras formas de manifestar y entender la religiosidad, como bien dices, cosifican a Dios. Creo que es un error empequeñecer a Dios haciéndole espejo de nuestros miedos, limitaciones, percepciones y juicios, ya se transcriban en legalismos, piedades, ritos, dogmas, cánones, magisterios o tradiciones.

    Seguimos en tiempo de gozo pascual, celebrando que Cristo sigue vivo y nos comunica su misma vida. Una experiencia que va mucho más allá de signos y símbolos, que es vivencia de una Presencia real que sobrepasa lo sensible e histórico. La resurrección significa, ante todo, que la meta no es la muerte, sino la Vida. Una vida en Dios.

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  2. Creo que la devoción a la Divina Misericordia el 2º domingo de Pascua es a propósito porque una de las cosas que tiene esta devoción es el cuadro: la imagen de Jesús Resucitado. Que se parece a la del Sagrado Corazón, pero transfigurado, con las llagas llenas de luz. A mi me ayuda a creer más en la resurrección y en la misericordia de Dios,en Jesús hecho hombre, nuestro hermano, nuestro salvador.

    Pero como sobre gustos no hay nada escrito, a cada uno le ayudará tanto cuanto lo lleve a Dios y a comprometerse con su causa.

    Gracias por esta entrada y por hacernos pensar en qué es lo que más ayuda a creer y confiar en Dios,
    inés

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  3. No estoy, por pincipio, en contra de las devociones,que pueden ayudar a afianzar o vivir ciertas verdades de la fe. El problema es cuando confundimos lo esencial con lo secundario; la liturgia no es el espacio para celebrar devociones. El camino liturgico, vivido con sencillez es el mejor estímulo para el crecimiento espiritual. Hay que cuidar mucho el mensaje que trasmiimos, de modo que la fe cristiana no eje de ser liberadora y fuente tambien de madurez humana.

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