“No nos apresuremos a suponer que nuestro enemigo es un salvaje sólo porque es nuestro enemigo. Quizá sea nuestro enemigo porque piensa que somos salvajes. O posiblemente tenga miedo de nosotros porque siente que tenemos miedo de él. Y tal vez, si creyera que somos capaces de amarlo, dejaría de ser nuestro enemigo.
No nos apresuremos a suponer que nuestro enemigo es un enemigo de Dios sólo porque es nuestro enemigo. Quizá sea nuestro enemigo precisamente porque no es capaz de ver en nosotros nada que dé gloria a Dios. Tal vez tenga miedo de nosotros porque no puede encontrar en nosotros nada del amor de Dios, de Su bondad, de Su paciencia, de Su misericordia y Su comprensión de las debilidades humanas.
No nos apresuremos a condenar a la persona que ya no cree en Dios, ya que quizá sea nuestra frialdad y avaricia, nuestra mediocridad y materialismo, lo que ha matado su fe”.
Thomas Merton.
Nuevas semillas de contemplación, 189.
La confianza y la amistad no tienen cabida en el corazón lleno de miedo y de orgullo, solo la humildad hace del enemigo un amigo, y de los buenos.
ResponderEliminarHay un dicho popular muy expresivo: “Vemos la paja en el ojo ajeno, pero no vemos la viga en el nuestro”. O, lo que es lo mismo, es más fácil condenar que hacerse responsable. Sería bueno para nuestro mundo que nos moviésemos en una dinámica de servicios, no de juicios. Porque sobran juicios y faltan abrazos, sobran calificaciones y faltan manos, sobran “recetas” y faltan “cocineros”. Como dice un poema de Miguel Hernández: “La cantidad de mundos que con los ojos abres, que cierras con los brazos. La cantidad de mundos que con los ojos cierras, que con los brazos abres”.
ResponderEliminarTal vez sea que, como dice Neruda, ponemos demasiados nombres:
“Se enreda el lunes con el martes y la semana con el año:
no se puede cortar el tiempo con tus tijeras fatigadas,
y todos los nombres del día los borra el agua de la noche.
Nadie puede llamarse Pedro, ninguna es Rosa ni María,
todos somos polvo o arena, todos somos lluvia en la lluvia.
Me han hablado de Venezuelas, de Paraguayes y de Chiles,
no sé de lo que están hablando:
conozco la piel de la tierra y sé que no tiene apellido.
Cuando viví con las raíces me gustaron más que las flores,
y cuando hablé con una piedra sonaba como una campana.
Es tan larga la primavera que dura todo el invierno:
el tiempo perdió los zapatos: un año tiene cuatro siglos.
Cuando duermo todas las noches, ¿cómo me llamo o no me llamo?
¿Y cuando me despierto quién soy si no era yo cuando dormía?
Esto quiere decir que apenas desembarcamos en la vida,
que venimos recién naciendo, que no nos llenemos la boca
con tantos nombres inseguros, con tantas etiquetas tristes,
con tantas letras rimbombantes, con tanto tuyo y tanto mío,
con tanta firma en los papeles.
Yo pienso confundir las cosas, unirlas y recién nacerlas
entreverarlas, desvestirlas, hasta que la luz del mundo
tenga la unidad del océano, una integridad generosa,
una fragancia crepitante...”