Un 31 de enero, de 1915, nació Thomas Merton. Quiero recordarlo hoy, agradecido, por todo lo que Dios, a través de su persona y sus escritos, ha querido regalarme.
Thomas Merton nació un 31 de enero, y sus padres, Ruth y Owen[1], eran artistas, personas sensibles y de amplia cultura, elementos que serán básicos en el desarrollo de la personalidad del hijo que acaba de nacer. Tom, crecerá en un ambiente marcado por el arte, por los constantes cambios de residencia, y también por carencias e inestabilidades, propias de este tipo de ambiente. Merton habla así de lo que recibió de sus progenitores: “Heredé de mi padre su manera de mirar las cosas y algo de su integridad; y de mi madre algo de su insatisfacción por la confusión en que el mundo vive y un poco de su versatilidad. De ambos heredé facultades para el trabajo y visión y goce y expresión que debían haber hecho de mí una especie de rey, si los ideales por los que el mundo vive fueran los verdaderos”[2].
[1] Nace en Prades, al sur de Francia, hijo de Owen Merton, pintor, natural de Nueva Zelanda, y de Ruth Jenkins, artista de Ohio, USA.
[2] M7C, 9-10: “Estaban en el mundo y no eran del mundo, no por que fueran santos, sino de un modo distinto: porque eran artistas. La integridad de un artista eleva a un hombre por encima del nivel del mundo sin liberarlo de él”. Su padre, dice, tenía una visión sana del mundo, equilibrada, y también religiosa y pura; le llama “hombre religioso”. Se trata de una especie de “santidad natural”, al margen de lo eclesial, pues aunque ambos tenían creencias religiosas, prefieren educar a Merton al margen de lo institucional.
Sumo mi agradecimiento a Thomas Merton, Manuel, porque he recibido un maravilloso regalo a través suyo.
ResponderEliminarEn su recuerdo, transcribo estas palabras, escritas en 1964 para un Congreso de Poetas en México, y enviadas a Cintio Vitier:
“Obedezcamos a la vida, y al Espíritu de Vida que nos llama a ser poetas, y cosecharemos los frutos de que está hambriento el mundo. Con esos frutos calmaremos los resentimientos y la rabia de los hombres.
Estemos orgullosos de no ser hechiceros, solo gente común.
Estemos orgullosos de no ser expertos en ninguna cosa.
Estemos orgullosos de las palabras que nos son dadas para nada, no para enseñar a nadie, ni para refutar a nadie, ni para probar ningún absurdo, sino para apuntar más allá de los objetos hacia el silencio donde nada puede ser dicho”.