lunes, 7 de marzo de 2011

TM: UN VIAJE INTERIOR

  El encuentro de Thomas Merton con el catolicismo fue como el final de una etapa,  en  una búsqueda desesperada de sentido, tras experimentar perdidas familiares, soledad, abandono y  el vacío de una vida centrada en la búsqueda de placer;  Merton era un hombre culto, sensible, con dotes para la escritura, formado profesionalmente, inteligente, pero nada de esto fue suficiente para que superara su profunda insatisfacción. Según F. Beltrán,  toda la vida de TM y su discurso se construye fundamentalmente sobre dos imágenes: la del viaje y la del yo: desde su niñez, Merton estuvo en busca de un “hogar”, y de hecho esa búsqueda marca toda su vida de principio a fin[1].  Anhelaba una plenitud que no conseguía alcanzar en lo inmediato, y que  le sirvió de impulso para adentrarle en un proceso de recuperación, renovación y transformación de su identidad, por fin  redescubierta[2]. Se trataba de encontrar su yo más auténtico,  primero desde la soledad, pero luego  también desde un nuevo compromiso con el mundo que antes había juzgado duramente, y abandonado. En esta línea de pensamiento Merton llega a definir la santidad como el proceso de conversión en uno mismo, en el yo verdadero[3]. En este mismo sentido la vida de TM aparece arquetípicamente como un “viaje”, tanto geográfico como interior, espiritual. Se movió entre Europa, América y Asia, desde la sociedad masificada a la comunidad monástica, desde la soledad a la sociedad, desde la intransigencia a la compasión, desde Occidente hasta  Oriente, desde lo secular a lo sagrado. Fue rebasando fronteras, casi sin moverse de su monasterio, superando límites y prejuicios, y haciendo su propio viaje de santidad, desde unas coordenadas propias, pero en sintonía con la Tradición y con el ser humano de su tiempo. Es un viaje de “conversión” hacia la integración final de todo su ser, que le hizo salir progresivamente de una falsa identidad, una máscara, tanto personal como social, para alcanzar un núcleo santo en el que la identidad está en el yo auténtico, el punto virgen donde Dios nos llama “hijos”[4].


[1] “La vida de Merton quedó configurada, desde su nacimiento, por un continuo cambio de residencia; la abadía de Gethsemaní habría de ser el primer lugar físico estable, aunque en lo interno Merton jamás pudiera renunciar a su impulso peregrino”. F. Beltrán, en LCA, 74.
[2] Así escribe en el comienzo de su autobiografía: “Libre por naturaleza, a imagen de Dios, fui sin embargo prisionero de mi propia violencia y mi egoísmo, a imagen del mundo al cual había venido…nacidos para amarle (A Dios) y viviendo en cambio con temor y desesperadas apetencias antagónicas”,  M7C, 9.
[3] LCA, 114.
[4] Para TM la vida espiritual es un viaje de descubrimiento, de progreso y regreso;  una senda hacia nuestra interioridad, que nos permite nacer como hombres nuevos. LCA, 23.

2 comentarios:

  1. Qué cierto es que toda búsqueda, todo viaje interior humano, está condicionado por factores múltiples (psicológicos, culturales, sociales...). Claro, el camino y experiencia espirituales de Merton estuvieron muy influenciados por su singularidad existencial, y también por el contexto histórico mundial. Sin embargo, creo también que todos llevamos, somos un mismo punto final original, común a todo viaje y búsqueda: es el que muchos denominan “un point vierge” (en el idioma natal de TM), que sería el Yo real, nuevo y vacío de los falsos yo, pero vacío también de los falsos yo de los otros: incluso si esos “otros” son sistemas instituidos e inamovibles que se manifiestan como únicos y verdaderos. Y que constituyen excluyentes estructuras religiosas que cercan, ponen fronteras, a la vivencia de la espiritualidad. Y en 2011, más de cuarenta años después del viaje definitivo de Thomas Merton, parece que hay síntomas claros de una intención reconstructora, y aun afianzadora, de cierto tipo de edificaciones que, en aquella época conciliar de los 60 del pasado siglo, habían empezado a superarse y renovarse.

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  2. Qué cierto es que toda búsqueda, todo viaje interior humano, está condicionado por factores múltiples (psicológicos, culturales, sociales...). Claro, el camino y experiencia espirituales de Merton estuvieron muy influenciados por su singularidad existencial, y también por el contexto histórico mundial. Sin embargo, creo también que todos llevamos, somos un mismo punto final original, común a todo viaje y búsqueda: es el que muchos denominan “un point vierge” (en el idioma natal de TM), que sería el Yo real, nuevo y vacío de los falsos yo, pero vacío también de los falsos yo de los otros: incluso si esos “otros” son sistemas instituidos e inamovibles que se manifiestan como únicos y verdaderos. Y que constituyen excluyentes estructuras religiosas que cercan, ponen fronteras, a la vivencia de la espiritualidad. Y en 2011, más de cuarenta años después del viaje definitivo de Thomas Merton, parece que hay síntomas claros de una intención reconstructora, y aun afianzadora, de cierto tipo de edificaciones que, en aquella época conciliar de los 60 del pasado siglo, habían empezado a superarse y renovarse.

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