jueves, 27 de diciembre de 2012

RELIGIÓN

"La religión de nuestro tiempo, para ser auténtica, debe ser del tipo que escapa prácticamente a toda definición religiosa. Porque hubo definiciones interminables, verbalizaciones incesantes, y las palabras se convirtieron en dioses. Abundan tantas palabras que uno no puede llegar hasta Dios mientras se piense que Él se encuentra al otro lado de las palabras".

Thomas MERTON

2 comentarios:

  1. La regligión institucionalizada ha creado muchos infiernos para muchos seres humanos. Ha causado mucho sufrimiento, ha provocado demasiadas muertes en vida.
    El templo, sus hombres y sus reglas fueron corresponsables de la muerte de Jesús. Y lo siguen siendo de sentimientos, emociones, y personas.

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  2. Las religiones institucionalizan y sacralizan el poder. Por eso, en todas nuestras referencias a Dios, en nuestra espiritualidad, en nuestras oraciones, Dios es “poder”. En toda adoración a Dios, adoramos el poder. Tanto que hemos llegado a sacralizar el poder. Por ejemplo, se sacramentaliza la elección y la entronización del que ostenta el poder. Contamos con una teología del poder. Los que mandan han sido puestos por Dios. Han sido elegidos por Dios. Representan a Dios. Quien los obedece, obedece a Dios. Al pueblo le gusta que Dios mande. Es un orgullo tener unos jefes que están puestos por Dios. Da prestigio y seguridad.
    Esto ha ocurrido en toda religión que se precie. Los Faraones eran dioses. Los Emperadores de Roma eran divinizados al morir. Cuando ya la degeneración era total, consiguieron la divinidad sin tener que morirse.
    Parece evidente que en esto del poder, autoridad, jefaturas, canonjías, papados, abadías, cardenalatos y demás jerga curial la Institución Católica prefirió el Antiguo Testamento.
    Y para el pueblo es más cómodo seguir siendo niños. Es más práctico y rentable delegar responsabilidades en la madre superiora, en el obispo, en la conferencia episcopal, en el papa: ellos nos evitan el riesgo de ser adultos. Se está bien en el seno materno. Desviaciones freudianas de infantilismos enquistados. En cuestiones de fe el creyente siente pánico a ser adulto. Huye del riesgo de la madurez y vende su conciencia al poderoso de turno.
    Por contra, la sociedad civil ha alcanzado notables grados de madurez. Incluso las viejas monarquías han de ser refrendadas, ya, por el pueblo: única fuente del poder. Dios no tiene nada que ver -¡alabado sea el Señor!- en la designación de sus monarcas. Dios no los ha elegido, ni ungido.
    La democracia es un gran paso en el lento caminar de los hombres. Se consigue sólo en sociedades adultas. En ambientes más primitivos, las masas prefieren que Dios siga al mando. Que sea Él quien elige y garantice. Quedan algunas momias ridículas en sociedades sacralizadas como el Rey de Marruecos, los Jomeinis, los Hassanes, los Ulemas de Afganistán. Todos “liberan” a sus pueblos de la obligación de pensar, decidir y crecer.
    Mientras la Institución católica insista en mantener su teología del poder, el pueblo cristiano no saldrá de la guardería.
    Secularizar el poder no es negar a Dios. Es dejar al hombre que sea hombre para que Dios sea Dios. Al Cesar lo del Cesar y a Dios lo de Dios.
    Podrá parecer ateo o paradójico: para que la sociedad se acerque a los designios de Dios tendrá que liberarse del pegajoso sistema teocrático, del paternalismo clerical y asumir su madurez, su mayoría de edad. No es posible escribir nuestra autobiografía si, antes o después, no hemos corrido el riesgo de ser libres. Ahí radica el progreso de la humanidad.
    Con frecuencia el infantil recurso a Dios no es otra cosa que la huida de sí mismo, bien por miedo bien por abdicación de la libertad.
    Una Iglesia católica dirigida, gobernada por una camada de supuestos elegidos, ungidos, sacramentalizados, cuya aportación más eficaz a las religiones sea su Derecho Canónico, es simplemente una traición a Jesús de Nazaret.

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