Al término de la Cuaresma Jesús aparece ante nosotros como VIDA. Es el mejor modo de cerrar y resumir este
itinerario que ha tenido como propósito proponernos una vez más la CONVERSIÓN. Sin
embargo, nuestra comprensión de algunas categorías religiosas peca siempre de
mediocre, de pietista, y concluimos que es una invitación a ser buenos, a
“cumplir”, a rezar, mientras el resto de nuestra “vida” sigue igual. En más de
2000 años de cristianismo todavía nos cuesta reconocer la VIDA, en grande, con
mayúsculas, que Jesús nos propone.
El mensaje de la Iglesia ha tenido a menudo un carácter fúnebre,
insistiendo en demasía sobre el dolor, el sufrir, el morir, y luego acompañado
por ideas afines: castigo y premio, infierno o purgatorio, penas y demonios.
Sólo al final de esa larga cadena de propuestas aparece la Vida, y con la
coletilla siempre de “eterna”; es decir, después, un día, ahora no.
Pero el mensaje de Jesús, su “evangelio”, su buena nueva, comienza por decirnos que tenemos un Dios que es PADRE, y que nos ha llamado a la VIDA. Humanidad y santidad no son vocaciones opuestas, al contrario; la santidad es una llamada a VIVIR EN PLENITUD. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. El pecado tiene que ver con la muerte, con la perdida de orientación y sentido, con la renuncia a nuestra vocación primordial. Convertirse es regresar al camino de la VIDA, de la vida grande, la vida plena, y ahora sí, la VIDA ETERNA. Eterna no tanto por su duración, sino por su calidad, vida verdadera.
El encuentro con Jesús tiene necesariamente que llevar este significado: encuentro con la VIDA. No debe ser el cristiano un ser humano que se conforma con vivir al “mínimo”, que niega el disfrute y la belleza de la creación, que siempre le está poniendo “pegas” a la vida. Claro que existir lleva implícito también el sufrir, que hay dolor, que hay que pagar un precio por vivir; pero eso no significa rebajar la vida, significa un mayor aprecio por ella, un valorarla con realismo, y un amarla como don precioso de Dios para sus hijos. Defender la vida ha de ser mucho más que rechazar el aborto y la eutanasia (Que refieren al principio y al fin de la existencia humana); ha de ser también trabajar incansablemente por la felicidad y la justicia, por la satisfacción de una vida en la que podamos alcanzar nuestras mejores aspiraciones, una vida en la que podamos ser libres y responsables, una vida que es VIDA (en grande) porque está hecha de AMOR.
El itinerario cuaresmal es por tanto un reconsiderar nuestra existencia a la luz de la VIDA que nos ganó CRISTO. “Yo te digo que si tú crees verás la gloria de Dios”. Habrá que preguntarse, no tanto ¿Cómo vivo, sino, Vivo? ¿Estoy VIVIENDO con la PLENITUD para la cual me llamó CRISTO?
Pero el mensaje de Jesús, su “evangelio”, su buena nueva, comienza por decirnos que tenemos un Dios que es PADRE, y que nos ha llamado a la VIDA. Humanidad y santidad no son vocaciones opuestas, al contrario; la santidad es una llamada a VIVIR EN PLENITUD. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. El pecado tiene que ver con la muerte, con la perdida de orientación y sentido, con la renuncia a nuestra vocación primordial. Convertirse es regresar al camino de la VIDA, de la vida grande, la vida plena, y ahora sí, la VIDA ETERNA. Eterna no tanto por su duración, sino por su calidad, vida verdadera.
El encuentro con Jesús tiene necesariamente que llevar este significado: encuentro con la VIDA. No debe ser el cristiano un ser humano que se conforma con vivir al “mínimo”, que niega el disfrute y la belleza de la creación, que siempre le está poniendo “pegas” a la vida. Claro que existir lleva implícito también el sufrir, que hay dolor, que hay que pagar un precio por vivir; pero eso no significa rebajar la vida, significa un mayor aprecio por ella, un valorarla con realismo, y un amarla como don precioso de Dios para sus hijos. Defender la vida ha de ser mucho más que rechazar el aborto y la eutanasia (Que refieren al principio y al fin de la existencia humana); ha de ser también trabajar incansablemente por la felicidad y la justicia, por la satisfacción de una vida en la que podamos alcanzar nuestras mejores aspiraciones, una vida en la que podamos ser libres y responsables, una vida que es VIDA (en grande) porque está hecha de AMOR.
El itinerario cuaresmal es por tanto un reconsiderar nuestra existencia a la luz de la VIDA que nos ganó CRISTO. “Yo te digo que si tú crees verás la gloria de Dios”. Habrá que preguntarse, no tanto ¿Cómo vivo, sino, Vivo? ¿Estoy VIVIENDO con la PLENITUD para la cual me llamó CRISTO?
El itinerario de cuaresma que he venido siguiendo con el blog, no podía concluír de otra manera que con esta invitación a vivir plenamente la vida. Vida de dolor y alegría, vida en lo íntimo y en lo plural. Vivir,a conciencia, esa es la felicidad a la que estamos llamados. Gracias por este intinerario Manuel.
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