“Los
santos saben que el mundo y todo lo hecho por Dios es bueno, mientras que los
que no son santos, o creen que las cosas creadas son impías o no se preocupan
por la cuestión en ningún sentido, porque solamente se interesan por sí mismos.
Los ojos del santo hacen santa toda belleza, y las manos del santo consagran a
la mano de Dios todo lo que tocan, y el santo no se ofende nunca por nada ni
juzga el pecado de nadie, porque no conoce el pecado. Conoce la misericordia de
Dios y está en la tierra para traer esa misericordia a todos los hombres”
“Conténtate
de no ser todavía santo, aunque te percates de que la única cosa por la cual
vale la pena vivir es la santidad. Así estarás satisfecho dejando que Dios te
guíe hacia la santidad por caminos que no puedes comprender. Pasarás por una
oscuridad en que ya no te preocuparás por ti mismo ni te compararás con los
demás. Los que han seguido este camino hallaron finalmente que la santidad está
en todo y que Dios los rodea por todas partes. Después de abandonar todo deseo
de competir con los demás, se despiertan de pronto y descubren que el gozo de
Dios está en todas partes y pueden regocijarse por las virtudes y bondad de su
prójimo más que no habrían podido hacerlo por las suyas propias. Están tan
deslumbrados por el reflejo de Dios en las almas de los hombres con quienes
viven, que ya son incapaces de condenar
lo que ven en el otro. Aun en los mayores pecados pueden ellos ver bondad y
virtudes que nadie más puede ver. En cuanto a sí mismos, si todavía se
consideran, ya no se atreven a compararse con otros. Esa idea se hizo ya
impensable. Pero ya no es fuente de gran sufrimiento y lamentación: han
alcanzado finalmente un punto en que dan su propia insignificancia por supuesta
y ya no se interesan en sí mismos”.
Thomas Merton. “ Semillas de Contemplación”