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sábado, 31 de diciembre de 2022

ORACIÓN PARA EL FINAL DE UN AÑO


Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro. Al terminar este año quiero darte gracias por todo aquello que recibí de TI.

Gracias por la vida y el amor, por las flores, el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser. Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.

Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé, las amistades nuevas y los antiguos amores, los más cercanos a mí y los que estén más lejos, los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar, con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría.

Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón, perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado, por la palabra inútil y el amor desperdiciado Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho, y perdón por vivir sin entusiasmo. También por la oración que poco a poco fui aplazando y que hasta ahora vengo a presentarte. Por todos mis olvidos, descuidos y silencios nuevamente te pido perdón.

En los próximos días iniciaremos un nuevo año y detengo mi vida ante el nuevo calendario aún sin estrenar y te presento estos días que sólo TÚ sabes si llegaré a vivirlos. Hoy te pido para mí y los míos la paz y la alegría, la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría. Quiero vivir cada día con optimismo y bondad llevando a todas partes un corazón lleno de comprensión y paz.

Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios a palabras mentirosas, egoístas, mordaces o hirientes. Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno que mi espíritu se llene sólo de bendiciones y las derrame a mi paso.

Cólmame de bondad y de alegría para que, cuantos conviven conmigo o se acerquen a mí encuentren en mi vida un poquito de TI. Danos un año feliz y enséñanos a repartir felicidad.

Amén

martes, 27 de diciembre de 2022

EL MÁRTIR Y EL MÍSTICO (ESTEBAN Y JUAN)

Esteban
es reconocido como el “protomártir” (primer mártir) cristiano. La palabra “mártir” procede del griego y significa “testigo”. Desde temprano, en la tradición cristiana se reservó este término para designar a quienes daban testimonio “con su sangre”, es decir, eran asesinados de diferentes formas debido a su condición de cristianos. Cuando nace, un grupo religioso gira en torno a una doctrina: la aceptación o no de la misma marca la frontera entre quienes pertenecen al grupo y quienes están fuera de él. Simultáneamente, esa doctrina se equipara directamente con la verdad, de la que el grupo se siente portador. Con estas bases, se comprende que el martirio se haya reservado para aquellas personas que preferían morir antes que renunciar a la doctrina que profesaban. Desde nuestra perspectiva, tal lectura parece encerrar un riesgo no menor: la absolutización de la doctrina y el consiguiente descuido de lo que debería ser el genuino testimonio (o martirio). Porque no se trata de ser testigos de una doctrina o de unas creencias, aunque sea legítimo profesarlas, sino de la Vida. Desde este punto de vista, es mártir toda aquella persona que es eliminada por defender la vida, más allá de las creencias que profese. Sabemos bien que la absolutización de las creencias –aparte de ser signo de ignorancia sobre el modo como funciona la mente– conduce al fanatismo y genera sufrimiento en uno mismo y en los demás. Por el contrario, la fidelidad y coherencia en el servicio de la vida, particularmente en los más necesitados, nace de una consciencia amorosa que se asienta en la certeza de la unidad de todos. En este sentido, encontramos “mártires” a lo largo de toda la historia. Y en la propia tradición cristiana, el primero de ellos fue el propio Jesús, testigo de la Vida y defensor de los pequeños hasta el final, con una fidelidad y coherencia que los poderes de turno no soportaron; y, porque les estorbaba, lo quitaron de en medio. 
¿Sé respetar las creencias sin absolutizarlas?


Dentro de las fechas de Navidad, la Iglesia celebra en este día a Juan evangelista. Durante siglos, se pensó que este Juan era uno de los Doce y, al mismo tiempo, el autor del cuarto evangelio –al que pertenece el texto que leemos hoy– e incluso el “discípulo amado”. Para la exégesis contemporánea, tal identificación no se sostiene. Ni el autor del cuarto evangelio fue uno de los Doce ni el apóstol Juan es el “discípulo amado”. El cuarto evangelio es obra de varias manos –diferentes redactores y glosadores–, aunque quizás las comunidades joánicas se reconocieran legitimadas por la figura de un discípulo en particular que hubiera podido llamarse Juan (¿y que coincidiría con el “discípulo amado”?; no lo podemos saber). En el texto que comentamos, el “discípulo amado” se define por su capacidad de “correr” y de “ver”: es lo que le ocurre al amor. La persona que ama está pronta, disponible, atenta y se siente animada de una energía especial que le permite “correr”, como si el mismo amor la llevara en volandas. Por otro lado, es capaz de ver más allá de las apariencias y por debajo de la superficie de las cosas. Seguramente, porque “solo se ve bien con el corazón”, como diría El Principito. Al hablar de “corazón” no me refiero a una mera emoción superficial, que se halla a merced de los vaivenes circunstanciales, sino a la hondura de nuestra identidad más profunda, donde somos amor. Lo que sucede es que, para poder mirar con el corazón, necesitamos aquietar la mente, no identificarnos con ella (ni con sus ideas, etiquetas, creencias, expectativas…). Acallada la mente, hacemos posible la visión verdadera. Aquieta la mente, sal del bucle en el que tiende a instalarse… y saborea el silencio que nada separa: ahí empezarás a “ver”.
 ¿Me ejercito en el “conocimiento silencioso” del que surge la visión?

Enrique Martínez Lozano
Guía para volver a casa

sábado, 24 de diciembre de 2022

NAVIDAD 2022: "CRISTO, LUZ DE LUZ, HA NACIDO HOY"

En Navidad, más que nunca, conviene recordar que no tenemos más luz que Cristo, que nos ha nacido hoy. Recibamos a Cristo para que con toda verdad seamos “luz en el Señor” y para que Cristo brille no solo para nosotros, sino por medio de nosotros, y para que podamos arder todos en la dulce luz de Su presencia en el mundo: quiero decir, Su presencia en nosotros, pues somos Su cuerpo y Su santa Iglesia.

Cristo, luz de luz, ha nacido hoy, y puesto que ha nacido para nosotros, ha nacido en nosotros como luz, y por tanto, los que creemos hemos nacido hoy a una nueva luz. Eso es decir que nuestras almas han nacido a nueva vida y nueva gracia al recibirle a Él, que es la verdad.

La Iglesia nos sumerge en la Luz de Dios que brilla en la oscuridad del mundo, para que seamos iluminados y transformados por la presencia del Salvador recién nacido. Toda la Bondad, todo el Amor, y toda la Misericordia, toda la Amabilidad del gran Dios, han aparecido ante nosotros en Cristo. Ha abrazado nuestra pobreza y nuestra pena por amor a nosotros, para darnos Su riqueza y Su gozo. Si deseamos ver a Cristo en Su gloria, debemos reconocerle ahora en Su humildad.

Cristo ha nacido hoy en nosotros, para que aparezca al mundo entero por medio de nosotros. Este día es el día e Su nacimiento, pero todos los días de nuestras vidas mortales deben ser manifestación suya, EPIFANÍA suya, en el mundo que Él ha creado y redimido”.


Thomas Merton

sábado, 10 de diciembre de 2022

¿ERES TÚ EL QUE HA DE VENIR? (Louis Evely)

Con estas palabras expresa y profetiza Juan Bautista la sorpresa, el escándalo que causará siempre la presencia y la intervención de Dios entre nosotros
. Jesús fue objeto de escándalo para sus contemporáneos y la religión que fundó, para que continuase su persona y su obra, sigue todavía escandalizando no solamente a los que se encuentran fuera de ella, sino incluso a sus propios fieles.

Cuando Cristo vino al mundo, se encontró con una religión establecida, connatural al espíritu humano, hecha a su medida; y él la trastornó por completo. Aquella religión exaltaba la majestad de Dios, su poder, su gloria, y sentía miedo de su justicia. Lo esencial era reconocer los derechos de Dios y conseguir sus favores por medio de cierto número, lo más definido posible, de ofrendas y de oraciones. Dios castigaba a los malos y recompensaba a los justos. La señal más evidente de su beneplácito era que se gozase de paz y de prosperidad. Si se pecaba, era menester aguardar los peores castigos.

Esta religión es una religión sencilla, natural, lógica; por eso mismo, es también espontáneamente nuestra religión y tenemos que esforzarnos, si la queremos superar.

Era precisamente la religión que Juan Bautista predicaba. El esperaba un acontecimiento triunfal, un rey glorioso que haría explotar la cólera de Dios sobre los injustos. Anunciaba una gran limpieza, a base de golpes de hacha y movimientos de criba, de todo lo que habían ido amontonando las faltas de los hombres. Predicaba un enderezamiento de caminos que rellenaría los valles y humillaría las montañas. Creía, como muchos de nosotros, que el mejor medio de hacer desaparecer el mal es confundir a los culpables. Dios se manifestaría, desplegando su rigor con los violentos y mostrando su dulzura con los justos.

Por eso Jesús lo desconcertó por completo. Cuando Juan Bautista vio a Jesús hecho todo dulzura y bondad, cuando supo que rehusaba intervenir en las luchas nacionales o en cuestiones políticas, que aconsejaba tanto a los ricos como a los pobres el desprendimiento de las riquezas y que los invitaba a todos indistintamente a su reino interior, cuando lo oyó exaltar a los dóciles y a los pacíficos y anunciar la misericordia de Dios para con los pecadores, el pobre Juan Bautista se quedó sin saber lo que tenía que hacer, sin poder reconocer a Cristo en aquel feroz vengador que estaba anunciando, y terminó enviándole una embajada para preguntarle si era él o si tenía que seguir esperando a algún otro.

Y Jesús, a pesar de alabar a Juan por su rectitud, por su amor a la justicia y por su valentía, dijo de él que era el mayor de los profetas que habían precedido a su venida, pero que la diferencia del orden nuevo que él iba a instituir, de la nueva religión que él iba a revelar, era tan grande que el más pequeño del reino de los cielos sería mayor que el Bautista. ¡Y dichoso —añadió Jesús— aquel que no se escandalice de mí!

Porque Jesús renovaba todas las cosas, realizaba una inmensa revolución en nuestras concepciones religiosas: revelaba una religión que ninguno había conocido hasta entonces y que todavía no hemos acabado de comprender. Ingenuamente, como siempre, los que habían estado esperando esta revelación e incluso aquel que había recibido la misión de anunciarla, habían creído que Jesús iba a revelar lo que ya conocían, la religión que habían seguido hasta entonces, un Dios a la medida de nuestras ideas que obraba según nuestros planes, la majestad de Dios favorable a los justos y cruel para con los pecadores.

Pero Jesús reveló que Dios era manso y humilde de corazón, que Dios era amor, que había inventado algo inverosímil, horroroso, absurdo: someter el mal no con la violencia, sino con la bondad y la mansedumbre; que Dios se había decidido a venir a amar, a entregarse, a darse a los hombres como un niño frágil, como un médico sin armas en el campo de batalla de este mundo, como un cordero destinado al sacrificio. Jesús reveló una religión en la que todo consistía en amar, no con un amor insulso y sentimental, sino con un amor inspirado por un Dios exigente, implacable, crucificante para aquel que lo rechaza, infinitamente indulgente, fraternal, gratuito para con aquel que lo recibe.

Desde entonces, todo quedó trastornado. Jesús no divide a la humanidad en justos y pecadores, para recompensar a unos y castigar a otros. Sino que la distribuye en otras dos categorías muy distintas: los que saben amar, los que creen en el amor, los que por lo menos se dejan amar y los que rehúsan hacerlo. A los que le siguen, Jesús les ofrece únicamente esta recompensa dura y escandalosa: tomar su cruz y poder seguirle. Y a los pecadores solamente les anuncia una cosa: serán mimados, obsequiados, perdonados, acogidos.

No me cansaré nunca de decirlo: es una religión chocante, una religión terrible, una religión que nos desorienta. ¿Quién se atrevería a proponer como prueba de la ternura divina el fracaso, la enfermedad, la pobreza, el llanto? ¿quién entre nosotros, al empezar a sufrir, sabría ver en el sufrimiento su vocación, su llamada, el sitio donde finalmente puede lograr la imitación de su maestro? ¿quién no se escandalizaría de ello? ¡Dichoso el que no se escandalice!

Es imposible ser hombre sin que el mal nos escandalice. San Pablo tenía que sufrir un aguijón en su carne, un ángel de Dios que le abofeteaba, esto es, una enfermedad física o moral que lo humillaba y limitaba su apostolado. «Por tres veces —nos dice— rogué a Dios que me librara de él. Y él me respondió: no, te basta con mi gracia. Es en tu debilidad en donde resplandece mi fuerza».

También Jesús tuvo que sufrir en su humanidad y tuvo que aprender en la agonía esta terrible lección: «Él fue el que, en los días de su carne, habiendo ofrecido en medio de grandes gritos y lágrimas, sus súplicas a aquel que podía salvarlo de la muerte, y habiendo sido escuchado, aprendió, a pesar de ser hijo, lo que era obedecer».

Así es como serán escuchadas nuestras oraciones: no obtendremos, hermanos míos, vernos libres de la prueba, sino llevarla con amor. Dios no nos concederá la dicha, sino que podamos prescindir de ella y que aprendamos, a pesar de ser hijos e hijas suyos, lo que significa obedecer.

Esta religión nos trastorna. Nos desconcierta a nosotros lo mismo que desconcertó a Juan Bautista. La hemos aceptado en nuestro bautismo y en ciertos momentos particularmente fervorosos de nuestra existencia, pero su confrontación diaria con las realidades de la vida nos choca y nos hace vacilar. Nos resulta poco natural aceptar la cruz. ¡Sí! Estamos de acuerdo en principio y sabemos que tenemos que seguir al maestro. Pero seguramente habréis notado que de hecho nunca creemos que es la buena cruz la que nos ha tocado; siempre nos parece la más intolerable, mezquina, humillante e ineficaz la que nosotros llevamos. Es ésa precisamente la única que no podíamos aceptar. Cualquiera de las otras nos parece preferible: la del vecino, la que habíamos llevado antes, la que nos imaginamos nosotros. Siempre estamos esperando otra cruz. Nos gustaría llevar una a nuestro gusto, a nuestra medida, una cruz bonita, llena de nobleza y dignidad. Pues bien, tenemos que convencernos que si nos conviene una cruz... entonces ya no es una cruz, que si rechazamos todas las cruces que nos desagradan... entonces es que rechazamos toda cruz, que la cruz que Dios nos envía tiene que ser siempre humillante y penosa, paralizante y difícil, que nos haga daño y nos deje totalmente desarmados.

Esto fue lo que experimentó Juan Bautista cuando, después de estar varios meses en la cárcel, a punto de ser asesinado por los caprichos de una mala mujer y la debilidad de un tiranuelo corrompido, empezó a preguntarse si se trataba de los comienzos del reino y si aquel a quien él anunciaba haría algo por libertarlo.

Esto fue lo que experimentaron los apóstoles sorprendidos, perdidos, desorientados cuando Jesús, queriendo fundar un reino eterno, establecer una iglesia universal, quedándose solo, sin amigos seguros, sabiendo que humanamente su partida estaba perdida, escogió para empezar el dejarse matar. Los apóstoles creían que no era aquel el momento.

También nosotros creemos que nunca es el momento de dejarnos matar. Para la muerte de nuestros amigos, para nuestra propia muerte, nunca creemos que es el momento oportuno, creemos que podríamos seguir siendo útiles todavía y que seguiremos siendo imprescindibles en todas las tareas que aún quedan por hacer.

Pero Dios no piensa del mismo modo. Dios nunca es de nuestra opinión. Dios nos desconcierta y nos sorprende y es menester que nos sepamos dominar para creer en él.

Juan Bautista siguió en la cárcel. Allí recibió aquella respuesta misteriosa que le indicaba que todo iba bien de aquella manera, que sería precisamente ése el modo con que se instauraría el reino y empezaría a creer. El sufrió, lo aceptó, lo comprendió y demostró con su muerte que ya no esperaba a ningún otro y que había permanecido fiel a aquel a quien había encontrado.

También nosotros, pidámosle al menos a Juan Bautista que, a pesar de nuestras inquietudes y de nuestras dudas, aunque nos veamos continuamente tentados de faltar a nuestras promesas y de regatear nuestros sacrificios, aunque no acabamos de ver claro que es él el que nos exige esto y que no nos es permitido abrigar otras esperanzas, que a pesar de todo ello nos consiga de Cristo que nos haga sus profetas, sus testigos y sus mártires. Seguramente nuestra muerte no nos parecerá hermosa, ni fiel ni provechosa. No existe ninguna cruz que sea hermosa. Lo mismo que hemos fracasado en otras muchas cosas, fracasaremos también en nuestra muerte. Será menester que sigamos a Jesús hasta en sus caídas, en sus gemidos, en sus lamentos y siempre nos sentiremos tentados de suplicar que aparte de nosotros su cáliz. ¡Pero ojalá que pueda ser ésta nuestra muerte! Amén.

(Tomado de: La cosa empezó en Galilea).

martes, 6 de diciembre de 2022

MUNDO SOLEDAD PERSONA

"El mundo se está haciendo cada vez más pequeño. Cada vez hay menos espacio en el que los hombres puedan estar solos. Se dice que si continuamos creciendo al mismo ritmo, en seiscientos cincuenta años tan solo habrá escasamente un metro cuadrado para cada persona. Incluso así (alguien podría decir) habrá un metro cuadrado de soledad. ¿Es eso, empero, cierto? ¿Acaso cada persona es una soledad separada en sí misma? No. Hay Una Soledad en la que todas las personas están a un tiempo juntas y solas. Pero el precio de una concepción matemática, cuantitativa del hombre (por ejemplo bajo un enfoque positivista y sociológico) es que al reducir a cada individuo a su propio número, el hombre se ve reducido a nada; y al hacer de la masa de los hombres simplemente una suma total de unidades individuales, hace de ella un enorme vacío estadístico, un vacío en el que los números simplemente proliferan sin propósito, sin valor, sin sentido, sin amor. 

El peligro de este concepto masivo, numérico, técnico del hombre es, pues, que destruye el amor al tomar al individuo por la persona. ¿Y qué es la persona? Precisamente es una en la unidad que es el amor. Es indivisa porque está abierta a todo. Está abierta a todo porque el amor que es la fuente de todo, la forma de todo y el fin de todo, reside en ella y en todo. Es verdaderamente sola toda persona que está completamente abierta al cielo y a la tierra y no se cierra a nadie.

El amor no es un problema, ni una respuesta a una pregunta. El amor no conoce preguntas. Es la base de todo, y las preguntas surgen en la medida en que estamos divididos, ausentes, extrañados, alienados de esa base

Pero la naturaleza precisa de nuestra sociedad es generar esa división, esa alienación, ese extrañamiento, esa ausencia. De ahí que vivamos en un mundo en el que, por mucho que lo atiborremos de posesiones, proyectos, explotación y maquinaria, nosotros mismos estamos ausentes. De ahí que vivamos en un mundo en el que decimos que «Dios ha muerto» y en cierto modo es cierto porque ya no somos capaces de experimentar la verdad: que estamos completamente arraigados y afincados en su Amor".

Thomas Merton
Del prefacio a la edición japonesa de Pensamientos en la soledad  Marzo de 196

viernes, 2 de diciembre de 2022

ANCLADOS EN LA EXPERIENCIA DE DIOS

"En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla" (Lc 10, 21-24).

 Jesús, lleno de alegría, estalla en una explosión de gratitud, al constatar que la gente sencilla “ve”. La alegría y la gratitud brotan, sin duda, de la consciencia viva de su identidad más profunda, allí donde se siente uno con el Padre y con todos los seres

Por el contexto, sabemos que la expresión “los sabios y entendidos” alude a las autoridades religiosas y a los teólogos oficiales (escribas o doctores de la ley), es decir, a quienes creen saberlo todo y presumen de conocer a Dios y su Ley. “Los sencillos”, por el contrario, son aquellos que resultan sospechosos a los “entendidos”: los pecadores, los analfabetos, los grupos marginados (niños, mujeres, enfermos, pobres…) que, al acoger la palabra de Jesús, encuentran luz (se les “revela”) y dicha

Tanto la alegría como la gratitud no son sino otros nombres de nuestra verdadera identidad. Podemos experimentar tristeza y tener reacciones ingratas, pero somos Gozo y Gratitud, como lo era Jesús; como lo son todos los seres. Porque todos somos uno con el “Padre”, con la Fuente o el Vacío de donde todo brota. 

Pero no lo veremos a través de la mente. Esta puede hacernos “entendidos” en muchas cosas, pero corremos el riesgo de caer en una trampa tan sutil como peligrosa: la de creer que pensar es lo mismo que conocer, y así reducimos lo Real a nuestros conceptos. Como ha escrito Giorgio Nardone, “es una perversión de la inteligencia creer que la razón lo solventa todo”. Nos libraremos de esa trampa gracias a la sabiduría del no-saber (del no-pensamiento): “Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo”, sabía bien san Juan de la Cruz

Y lo mismo vale para Dios, tal como lo expresaba el místico cristiano Angelus Silesius, en el siglo XVII: “Qué sea Dios, lo ignoramos…; es lo que ni tú ni yo ni criatura alguna ha sabido jamás antes de haberse convertido en lo que Él es”. O la poetisa Charo Rodríguez: “Solo el Dios encontrado, / ningún dios enseñado puede ser verdadero, / ningún dios enseñado. / Solo el Dios encontrado / puede ser verdadero”. Tendremos que “dejar caer” todas nuestras ideas y creencias sobre Dios –en realidad, son solo “objetos mentales”–, para anclarnos en la Presencia que se nos regala a través del silencio de la mente".

Enrique Martínez Lozano

Otro modo de leer el Evangelio

miércoles, 30 de noviembre de 2022

ADVIENTO EN THOMAS MERTON

“Para el hombre en Cristo, el ciclo de las estaciones es algo enteramente nuevo. Se ha convertido en un ciclo de salvación. El año no es simplemente un año más, es el año del Señor, un año en el que el paso del tiempo mismo no sólo nos trae la natural renovación de la primavera y la fecundidad de un verano terrenal, sino también la fecundidad espiritual e interior de la gracia” (55).

El año litúrgico… santifica nuestras vidas… nos llama la atención hacia la gran verdad de la presencia de Cristo en medio de nosotros… renueva nuestra redención en Cristo… nos muestra que, aunque estemos captados todavía en la batalla entre carne y espíritu, la victoria ya es nuestra.

“Para el creyente que vive en Cristo cada día nuevo renueva su participación en el misterio de Cristo. Cada día es un nuevo amanecer de esa “lumen Christi”, la luz de Cristo que no conoce poniente” (57).

“La liturgia es la gran escuela de la vida cristiana y la fuerza transformadora que vuelve a dar forma a nuestras almas y a nuestros caracteres en la semejanza de Cristo” (57).

Año de salvación, año de iluminación, año de transformación.

“Nunca podemos trepar hasta Él; Él ha de bajar hasta nosotros. Eso es lo más importante en el misterio del Adviento: el descenso de Dios a nuestra bajeza, por puro amor, no por ningún mérito propio” (71).

“Veló su claridad para acomodarla a nuestros débiles ojos… No hemos de ir muy lejos para encontrarle, está dentro de nosotros” (72).

Tomado de : "Tiempos de celebración".

martes, 29 de noviembre de 2022

TRES IDEAS FUNDAMENTALES SOBRE LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

 

1. El centro de la espiritualidad cristiana no está en la renuncia a todo lo bueno y gozoso que Dios ha puesto en este mundo, sino en la vida, en la plenitud de la vida, en la dignidad de la vida y también en el goce y el disfrute de la vida. 

2. La espiritualidad cristiana comporta unas exigencias éticas que arrancan del mensaje de Jesús sobre el reino de Dios, lo que no significa reducir el cristianismo a un proyecto ético, porque la ética de Cristo no se puede llevar a la práctica si no se vive desde una profunda experiencia mística.

3. La espiritualidad cristiana no se puede vivir sino desde una verdadera pasión por la utopía. De forma que la utopía tiene que ser el motor de toda persona que pretenda tomar en serio la espiritualidad que brota del Evangelio.

José María Castillo, Espiritualidad para insatisfechos

lunes, 28 de noviembre de 2022

LA RELIGIÓN DE JESÚS

"El problema más importante que tiene que afrontar y resolver la Iglesia, está en que el centro de su vida, su organización y su presencia en el mundo, no es el Evangelio, sino la religión. 

En efecto, lo que la gente ve en el cristianismo es una religión. Una más, entre tantas otras. Las catedrales, los templos, el clero (obispos, curas, frailes y monjas), palacios episcopales, parroquias, conventos, ceremonias sagradas, los santos y sus procesiones, todo eso no produce (ni puede producir) otra impresión que no sea el respeto reverente de quien asiste, con devoción sumisa, a un ceremonial sagrado. O sea, ni más ni menos, que una religión en toda regla. 

Pues bien, así las cosas, el que se ve metido en semejante ambiente, si es que oye leer el Evangelio, ¿Qué puede pensar de lo que está oyendo? Pues muy sencillo: el Evangelio es uno de los componentes o elementos, uno más, de la religión. El que asiste a un acto religioso –ya se sabe– allí verá curas, velas, incienso; oirá música y cantos religiosos, verá gente seria y bien vestida. Y escuchará lecturas sagradas, de la Biblia y de los santos. Hasta que llega el momento “más religioso” de “toda la religión”. El momento en que todo el mundo se pone de pie porque se va a leer el Evangelio. Por eso, ¿Qué puede pensar la gente del Evangelio? Pues lógicamente, que es el momento o el componente más religioso de toda la religión.

 ¿Y para eso vino Jesús a este mundo? ¿Para darles más bombo y platillo a las ceremonias de los sacerdotes? Es evidente que a nadie se le ocurre semejante estupidez. Pero, entonces, ¿Qué es y qué representa esto que llamamos “el Evangelio”? 

Ante todo, quede claro lo más importante: Jesús no vino a este mundo, ni a reformar o mejorar la religión que había, ni a fundar otra nueva. ¿Cómo iba a pretender reformar o refundar la religión un ciudadano que fue odiado y perseguido por los más distinguidos representantes oficiales de la religión, que lo persiguieron y lo insultaron, lo juzgaron y lo condenaron, y presionaron al procurador romano hasta que lo torturó y lo mató de la forma más cruel que en aquel tiempo se podía ejecutar a un malhechor? 

Así se fraguó el Evangelio. ¿Y semejante libro va a resultar que es un libro de religión? Hay que precisar, con sumo cuidado, la respuesta a esta pregunta. El Evangelio es un conjunto de relatos, en los que el protagonista, Jesús de Nazaret, habla con singular frecuencia de la relación con Dios (el Padre). Pero la relación con Dios, según Jesús, no consiste o se consigue mediante el templo, los sacerdotes, los rituales santos, las ceremonias y la total sumisión que imponen y exigen los “hombres de la religión”. La relación con Dios consiste y se consigue mediante la conducta, que se resume en la bondad y la misericordia en todo y con todos. Jesús lo dejó claro en el “mandamiento nuevo”, que impuso al final de su vida: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros… En esto conocerán que sois mis discípulos (Jn 13, 34-35). 

Jesús no suprimió la religión, sino que modificó la religión: la sacó del templo y la puso en el centro de la vida, en la relación que mantenemos los unos con los otros".

José María Castillo

La religión de Jesús

lunes, 21 de noviembre de 2022

LA PURA GLORIA DE DIOS EN NOSOTROS

"En el centro de nuestro ser hay un punto de nada que no está tocado por el pecado ni por la ilusión, un punto de pura verdad, un punto o chispa que pertenece enteramente a Dios, que nunca está a nuestra disposición, desde el cual Dios dispone de nuestras vidas, y que es inaccesible a las fantasías de nuestra mente y a las brutalidades de nuestra voluntad. Ese puntito de nada y de absoluta pobreza es la pura gloria de Dios en nosotros. Es, por así decirlo, su nombre escrito en nosotros, como nuestra pobreza, como nuestra indigencia, como nuestra dependencia, como nuestra filiación. Es como un diamante puro, fulgurando con la invisible luz del cielo. Está en todos, y si pudiéramos verla, veríamos esos miles de millones de puntos de luz reuniéndose en el aspecto y fulgor de un sol que desvanecería por completo toda la tiniebla y la crueldad de la vida... No tengo programa para esa visión. Se da, simplemente. Pero la puerta del cielo está en todas partes". 

(Thomas Merton, Conjeturas...)

viernes, 18 de noviembre de 2022

VOZ QUE RESUENA...

"Ayer, cuando se iniciaba una fuerte nevada, estaba sumergido en las notas espirituales de Charles de Foucauld y me sentí conmovido por su intensidad. Habla a Dios con voz clara y  vibrante, con palabras sencillas y frases de fuego. Esta voz resuena en los oídos del corazón, aún después de cerrar el libro y escuchar otras voces menos santas, aunque sean también religiosas".

Thomas Merton, El signo de Jonás
9 de marzo de 1950

martes, 15 de noviembre de 2022

REDENCIÓN

"La fe cristiana", según Thomas Merton, "no es solo un hábito por el cual nos inclinamos a asentir a cierta información dogmática; es una conversión de todo nuestro ser, una entrega de la persona entera a Cristo en su Iglesia" (Amar y vivir).Esto requiere no solo un cambio de creencias sino un cambio de identidad, el cual se efectúa a través de la participación en el misterio de la pasión y resurrección de Cristo.

"Nuestro conocimiento de Dios a través de Cristo depende de nuestra unión espiritual con Cristo en el misterio central de nuestra Redención: su muerte y resurrección. Esta no es solo una verdad que aceptamos como histórica, sino un dogma en el que creemos: es un hecho redentor del que debemos hacer el centro de nuestra propia vida espiritual" (El hombre nuevo).


Para Merton, como para San Pablo, la vida del cristiano es fundamentalmente un "compartir la muerte y resurrección de Cristo", una muerte al pecado y el regalo de la nueva vida "en Cristo", que nos lleva al descubrimiento de la verdad misma, a la realización de la auténtica comunidad, a la unión contemplativa con Dios.

La transformación espiritual depende de la identificación con el Salvador crucificado y resucitado, lo cual es posible solo porque el Salvador se identificó primero con el resto de la humanidad. Dios compartió plenamente, en la persona de Jesús, las condición humana, para que todas las personas pudiesen participar plenamente de la vida de Dios.

(Tomado de : Diccionario de Thomas Merton. Voz: Redención).

martes, 8 de noviembre de 2022

ESPIRITUALIDAD COMPROMETIDA

 

"La espiritualidad comprometida como paradigma del encuentro religioso, comporta tres elementos básicos: práctica contemplativa, acción social y diálogo interreligioso. Ninguno de estos elementos es específico de una tradición, es decir, ninguno está confinado a una tradición religiosa particular. Toda religión tiene sus prácticas contemplativas; y tales prácticas difieren en los distintos credos. No obstante, en la actualidad, el encuentro religioso global nos revela que los adherentes a una religión particular, el cristianismo, pueden compartir prácticas de otra religión, el budismo. Cuando esto sucede, los fieles de ambos credos logran reconocer los elementos que ambas religiones tienen en común, por ejemplo,  que la meditación budista no difiere demasiado de ciertas formas de oración cristiana. Esta posibilidad de compartir ciertas prácticas los capacita para una mayor comprensión y estima de otros credos. A menudo sucede que terminan apropiándose de estas prácticas y expanden, así, su repertorio contemplativo.

Robert King 

Thomas Merton y Thich Nhat Hanh. Espiritualidad comprometida en la era de la globalización

viernes, 4 de noviembre de 2022

CRUCES Y GRACIAS

"Dime, ¡oh necio!, ¿Qué provecho has sacado de ser trapense durante siete años? ¡Cómo ha pasado el tiempo! Me sorprendo preguntándome: ¿He cambiado? No es que eso importe. Por un lado he cambiado; por otro, no. Me he vuelto más calvo. En cierto modo tengo una vida interior más intensa, pero me costaría mucho explicar cómo. Conozco algunas de las cosas que contribuyen a ello: profesión solemne, teología y ciertas manifestaciones secundarias de tribulación, aquí y allá, respecto a mis escritos, cantos y contemplaciones. Todas esas cruces menudas han sido otras tantas gracias. Constituyen lo mejor de nuestra vida aquí. Aunque parezcan pequeñas, cumplen su misión. Y ahora se multiplican en mayor abundancia. ¡Cómo opera Dios en nuestras almas mediante esos oscuros e insignificantes sufrimientos que restañan y curan nuestras heridas! Me satisfacen todas las pruebas por las que he pasado y doy anticipadas gracias a Dios por las demás que han de venir. Hay otras gracias más placenteras, como el recibir las órdenes menores y, hasta cierto punto, mi trabajo literario. Y todas las lecturas, y todas las horas de oración. Dios me ha enseñado a encontrarme cada vez más en Él o a perderme más yo solo. Me alegran tremendamente las oraciones de los lectores de La montaña de los siete círculos y me alboroza, a mi vez, orar por ellos".

Thomas Merton
El signo de Jonás
(Página 168)

PALABRAS DEL ESPÍRITU...

"En una carta de san Juan de la Cruz a las carmelitas de Beas, se hallan estas hermosas palabras: «Pues yo iré allá y verán cómo no me olvidaba, y veremos las riquezas ganadas en el amor puro y sendas de la vida eterna y los pasos hermosos que dan en Cristo, cuyos deleites y corona son sus esposas: cosa digna de no andar por el suelo rodando, sino de ser tomada en las manos de los ángeles y serafines, y con reverencia y aprecio la pongan en la cabeza de su Señor». Nadie nos ha escrito nunca a los trapenses una carta como ésa".

Thomas Merton
El signo de Jonás

sábado, 29 de octubre de 2022

OCULTO, FRÁGIL Y FECUNDO

"Lo primero con que compara Jesús el Reino es con una semilla, la más pequeña: un grano de mostaza... pese a ser una semilla diminuta, el grano de mostaza puede crecer hasta convertirse en un gran árbol y, lo que es más importante, un gran árbol en el que los pájaros puedan construir sus nidos o, simplemente, posarse en alguna de sus ramas para descansar. 

Según Jesús, ese Reino que está dentro de nosotros es como el grano de mostaza, es decir, se trata de algo oculto, frágil y fecundo. Oculto porque está enterrado y, por ello, pasa tantas veces desapercibido. Frágil porque puede malograrse; ésta es una posibilidad que Jesús nunca olvida remarcar: el asunto puede acabar mal. Nuestro optimismo estructural puede ser irresponsable. Fecundo, en fin, porque, de ser atendido y cultivado, se hace grande y hospitalario, llegando a ser un gran árbol, de copa materna, donde cientos de pájaros, miles, se posan para descansar de sus vuelos y cantar. Es una metáfora muy exacta de la vida espiritual: oculta (pues no se ve con los ojos de la cara, sino con los del corazón), frágil (basta poco para echarla a perder) y fecunda (puede cambiarte de arriba abajo). 

Apreciar la potencialidad de la semilla es capital para entrar en los misterios del Reino. Lo poderoso, en el evangelio, siempre nace de lo que resulta irrelevante a ojos humanos: un niño en Belén, por ejemplo, es el redentor del mundo; por una humilde muchacha entra la salvación en la historia; la predicación de la buena noticia, con los signos que la atestiguan, se confía a un grupo de rudos pescadores… La lista sería muy larga. Que la palabra de Dios entre al mundo revestida de palabra humana es algo a lo que nuestras mentes y nuestros corazones se resisten. Todavía hoy (en realidad, siempre) tendemos a pensar que la intervención de Dios – de haberla – es sólo interior: un mero fenómeno de la conciencia. El cristianismo insiste, sin embargo, y desde sus orígenes, en que la experiencia espiritual no es sólo mística, sino también carnal

Que algo ha pasado verdaderamente en la historia y que no todo se reduce al mito o a la explicación, más o menos profunda o ingeniosa. La semilla existe. El resucitado pide de comer cuando se aparece. El árbol da frutos de verdad y los pájaros que se posan en él cantan melodías que realmente podemos escuchar".

Pablo de Ors
Biografía de la luz

viernes, 28 de octubre de 2022

VOCACIÓN PROFÉTICA

"Durante siglos la Iglesia se ha involucrado en el poder de este mundo. La Iglesia misma es, en verdad, un poder terrenal. El gran problema de la vida contemplativa, de la vida religiosa, del sacerdocio y de cada uno de nosotros es que hemos sido corrompidos por ese poder. Hemos sido utilizados por esa estructura para justificar una política de poder en el seno de la Iglesia. Cualquiera de los argumentos en torno a la esencia de la vida contemplativa provenientes del sector conservador apunta en esa dirección. Los contemplativos son considerados, por excelencia, como personas que aceptan sin cuestionar todo cuanto viene de la jerarquía. Nos han convertido en el grupo religioso que venera y justifica a ese poder. «Ved a esas criaturas humildes, santas. Ellas saben que nuestro poder proviene de Dios». Podríamos estar involucrándonos en una de las 80 grandes formas de la idolatría. No deliberadamente, pero podría interpretarse que esa es nuestra actitud. 

Está claro que las cosas que hacemos de buena fe, las que hemos hecho en nombre de la obediencia y los sacrificios que hemos realizado no están perdidos para nosotros, como individuos. Dios lo toma todo en cuenta. Pero eso a la Iglesia no le hace ningún favor; puede incluso ser un escollo en su camino. Tenemos que reflexionar sobre eso. Si hemos de tomar en serio nuestra vocación profética, no podemos dejar de examinar este aspecto. Dios protegerá, sin duda, a la persona que obedece de buena voluntad. Pero eso no significa que le esté haciendo a la Iglesia ningún bien".
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"Los miembros de la jerarquía se han imbuido de cierta forma de pensar, y ahora están en un espantoso atolladero. Un verdadero círculo vicioso. «No es una cuestión de opinión; es una cuestión de verdad, son cosas de la fe, cosas de Dios». Y de este modo se excluye toda posibilidad de disensión, no hay cabida para la discusión o la argumentación. El que disiente es un hereje".

Thomas Merton, Los manantiales de la contemplación

lunes, 24 de octubre de 2022

EL CAMINO DE LA SABIDURÍA

"Nuestra sociedad tecnológica ya no guarda sitio alguno para la sabiduría que busca la verdad en sí misma, que persigue la plenitud del ser, que ansía descansar en la intuición de la base misma de todo ser. Sin sabiduría, la oposición aparente entre acción y contemplación, entre trabajo y descanso, entre compromiso y desapego, no podrá resolverse jamás. Las sociedades antiguas y tradicionales, en Oriente o en Occidente, siempre reconocieron de manera explícita «el camino» de los sabios, el camino de la disciplina espiritual en la que a un tiempo se daban la sabiduría y el método y mediante la cual, ya sea en el arte, ya en la filosofía, en la religión, o en la vida monástica, algunos hombres alcanzaban el sentido interno del ser y experimentaban ese sentido para todos sus hermanos, uniendo en sí, por expresarlo de algún modo, las divisiones o complicaciones que confundían la vida de sus semejantes. 

Al restañar las divisiones en ellos mismos ayudaban a sanar las divisiones del mundo entero. Se daban cuenta en su interior de esa unidad que es a la vez la forma más alta de acción y el descanso más puro, el verdadero conocimiento y el amor desprendido de sí, un conocimiento más allá del conocer, en vacío y no saber; una volición más allá de la voluntad, en aparente inactividad. Alcanzaban la búsqueda más alta en la ausencia de toda búsqueda y empeño propios

Ese camino de sabiduría no es un sueño, ni una tentación o una evasión; es, por el contrario, una vuelta a la realidad en su misma raíz. No es una fuga de la contradicción y de la confusión porque solo halla unidad y claridad sumergiéndose en medio mismo de la contradicción, en la aceptación del vacío y el sufrimiento, en la renuncia a las pasiones y a las obsesiones con las que el mundo entero «está ardiendo». No se retira del fuego. Se encuentra en el mismo corazón del fuego y, con todo, permanece refrescado porque posee la gentileza y la humildad que vienen del abandono de sí, y por eso no busca afirmar la ilusión del yo exterior".

Thomas Merton
Prefacio a la edición japonesa de Semillas de contemplación 
Marzo de 1965

viernes, 14 de octubre de 2022

MIRAR A CRISTO

Conversión: "Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Me acaeció que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y me arrojé cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle" (Vida, 9).

Mirar a Cristo con los ojos del alma: "No les pido ahora que piensen en Él, ni que saquen muchos conceptos, ni que hagan grandes y delicadas consideraciones con el entendimiento; no les pido más que le miréis. Pues ¿Quién les quita volver los ojos del alma, aunque sea un momento, a este Señor? Si pueden mirar cosas muy feas ¿No podrán mirar la cosa más hermosa que se puede imaginar? Miren que no está aguardando otra cosa, sino que le miremos, y como quisieras hacerlo, le hallarás". (Camino)

"No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así, lo que más les despierte amar, eso hagan. Quizá no sabemos que es amar y no me asombra mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar en cuanto pudiésemos no ofenderle y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia. Estas son las señales del amor". (Moradas)

Santa Teresa de Jesús

lunes, 10 de octubre de 2022

APRENDAMOS A MEDITAR

"Aprendamos a meditar sobre el papel. 
El dibujo y la escritura son formas de meditación. 
Aprendamos a contemplar las obras de arte. 
Aprendamos a orar en las calles o en el campo. 
Sepamos meditar no sólo cuando tenemos un libro en las manos, 
sino también mientras estamos esperando el autobús o viajamos en tren. 
Sobre todo, entremos en la liturgia de la Iglesia 
y hagamos que el ciclo litúrgico pase a formar parte de nuestra vida, dejando que su ritmo penetre en nuestro cuerpo y en nuestra alma

Thomas Merton

viernes, 7 de octubre de 2022

LO ESENCIAL PARA VIVIR LIBREMENTE

¿Qué puede enseñar a los demás el hombre solitario y absurdo?
Simplemente, que ser solitario y absurdo no son cosas que haya que temer. Sin embargo, estas son precisamente las dos cosas que todo el mundo teme: todos empleamos nuestro tiempo en tranquilizarnos a nosotros mismos diciéndonos que tenemos razón, que no somos ridículos, que somos aceptables, deseables, valiosos, y que nunca tendremos que vernos como seres realmente solos. En otras palabras, nos zambullimos en la corriente tranquilizadora de ilusiones que crea toda la otra gente que es como nosotros. Un gran trabajo común, una liturgia en la que todo el mundo se pone de acuerdo públicamente para afirmar que en estos términos todo es real y tiene sentido. Tales términos no son, sin embargo, satisfactorios. Secretamente, todo el mundo sigue siendo absurdo y estando solo. Pero lo cierto es que nadie se atreve a enfrentarse a este hecho. Sin embargo, plantarle cara a esta situación es el requisito absolutamente esencial para empezar a vivir libremente

Mi apostolado consiste en comprender que mi vida es absurda y no preocuparme por ello, y enseñar a los demás a no preocuparse. Pero esto no ha estado claro, porque, de hecho, yo he perdido demasiado tiempo y empleado demasiados esfuerzos en convencer a otros y a mí mismo de que todo esto tiene sentido. De hecho, mi obra carece de valor, en la medida en que parece tener sentido y en la medida en que parece afirmar que la soledad es algo deseable. Naturalmente, uno ha de actuar con algún tipo de sentido: personalmente, no niego que deseo escribir coherentemente de acuerdo con una comprensión básica. Pero el simple deletreo de un mensaje lógico o, peor todavía, de un rollo publicitario en favor de algo espiritual, algo religioso, algo «interior» –o, peor aún, «monástico»–, es una pérdida total de tiempo. Más de la mitad de mi vida y de mi obra las he malgastado en este tipo de cosas.

Thomas Merton
Diarios
20 de junio de 1966

viernes, 30 de septiembre de 2022

ORAR CON LA BIBLIA

Para cerrar el mes de la Biblia
, hoy, memoria litúrgica de San Jerónimo, autor de la versión de la Sagrada Escritura más utilizada por el pueblo católico (La Vulgata), hemos querido tener un rato para hablar sobre, e invitar a usar, la Biblia, como camino para un encuentro más íntimo con Dios en nuestra vida.

Seguramente todos tenemos la Biblia en nuestra casa, pero no se trata tanto de tenerla, como de conocerla, usarla, manejarla, para orar. A lo largo de la historia el pueblo católico no ha usado siempre, ni ha tenido a mano la Biblia, para consultarla, para leerla, para orar con ella. La reforma protestante iniciada por Martín Lutero tuvo como uno de sus elementos más significativos el poner en manos del pueblo la Sagrada Escritura en su propia lengua; porque hasta ese momento solo estaba en latín, lengua que el pueblo ya no conocía.

Frente al catolicismo, atado en ese momento a muchos ritos y creencias sobreañadidos, como eran el tema de las reliquias, de las indulgencias, la nueva corriente religiosa que dividió a la iglesia propugnaba la “Sola Escritura”, el volver a la Biblia; la reacción de la iglesia católica, recogida en el Concilio de Trento, fue reafirmar lamentablemente la distancia del pueblo llano con el texto bíblico. Por esta razón, y otras más complejas, los católicos llegamos con retraso a la aceptación de un enfoque crítico moderno del Nuevo Testamento y de la Escritura en general.

Gracias a Dios las cosas han cambiado y el Concilio Vaticano II en su documento Dei Verbum habla de los dos pilares o fundamentos sobre los cuales se asienta la fe de la iglesia: la Sagrada Escritura y la Tradición, que se necesitan y alimentan mutuamente. Desde entonces se ha promovido con insistencia el uso de la Biblia, que ya está al alcance de todos, se dan cursos bíblicos, pero aún nos falta mucho por conocer, aún no es un hábito constante el acudir a la Biblia, el leerla y releerla una y otra vez. No solo para conocer, sino para imbuirnos de Dios, para que el entorno de nuestra vida cristiana sea un entorno bíblico; porque en la Biblia está la raíz de lo que creemos y somos como cristianos.

Así lo expresa el Concilio: “El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente a los religiosos, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo. Acudan de buena gana al texto mismo: en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual... Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (#25, DV).

Una vez dicho esto, vamos entonces a recordarles una forma de orar que inauguraron los monjes cristianos en los primeros siglos de la iglesia, y que conocemos como la Lectio divina. Esta forma de orar es eminentemente contemplativa y nos ayuda a interiorizar el texto bíblico, a dejarnos leer y transformar por él.

El principal objetivo de la lección divina, además de la unión y la comunión con Dios, es una asimilación de la verdad Sagrada y una vida vivida de acuerdo con esta verdad; es decir que no solo se trata de conocer, sino también de cómo vivir las palabras de la Escritura: se mastican, se digieren, se rumian, hasta convertirlas en parte de uno mismo.

Son 4 los pasos de la Lectio divina: la lectura, la meditación, la oración y la acción (o contemplación).

En la primera, la lectura, nos preguntamos: ¿Qué dice el texto? A veces los textos de la Biblia nos resultan difíciles de entender, porque no manejamos el contexto en que se escribió, ni el género literario al que dicho texto pertenece. Por eso aunque no forma parte de la Lectio en sí (no es un ejercicio intelectual), es importante que tengamos elementos fundamentales de exégesis bíblica, y para ello pueden ayudarnos las introducciones de los libros que aparecen en la Biblia que tenemos y las notas a pie de página en las ediciones más pastorales, donde encontramos incluso explicaciones sobre diferentes temas que nos pueden ayudar en nuestra comprensión de lo que leemos.

Este primer paso puede necesitar, no de una, sino de varias lecturas, una seguida de la otra, despacio, pronunciando cada palabra o cada frase, no solamente con la mente también con la boca, para que el cuerpo también participe de ese momento.

Luego llegamos al segundo paso, la meditación en la que pasamos de ¿Qué dice el texto? a ¿Qué me dice a mí el texto? ¿Qué llama mi atención?, y aquí recordemos, aunque es obvio, que en lo que hacemos está obrando el Espíritu, porque confiando en él nos llevará a donde debemos ir, y nos enseñará lo que necesitamos ver en ese momento. Puede ser una palabra, una frase, una oración, una idea en particular; algo que me atrae o que me repele de manera significativa. A veces lo que leemos nos resulta chocante y lo rechazamos de entrada; ahí es donde más debemos insistir. Recordemos que la idea de descubrir a Dios va a la par del descubrirnos a nosotros mismos.

El tercer paso de la Lectio divina es la oración: ¿Qué quiero decirle a Dios, partiendo de este texto? Ahora que lo he leído y lo he reflexionado puedo entablar un diálogo con él. Recordemos que eso es la oración según Santa Teresa: tratar con Dios, tratar muchas veces, tratar de amistad. Aquí en esta oración hablamos con el texto bíblico, usamos sus palabras y sus frases, dialogamos acerca de él, nos ponemos en esa situación o nos descubrimos en ella; pero también damos gracias a Dios por llevarnos a ese momento, por mostrarnos su voluntad a través de la escritura. Oración no es solo presentarle problemas a Dios, sino también alabarle, darle gracias.

Y finalmente, el cuarto momento sería la acción o la contemplación, en dependencia de cuándo y cómo estamos haciendo este ejercicio espiritual. Nos podemos preguntar qué diferencia puede implicar este texto en mi forma de actuar o de vivir, a qué me convoca, qué desafío me plantea a mí como persona o como cristiano, o como laico que ejerce un ministerio en mi comunidad, o como miembro de una familia o una comunidad.

La oración no solo te acerca a Dios, sino que mueve tu vida hacia delante; si Dios está en ti, Dios te impulsa siempre a vivir

En determinados momentos y circunstancias este cuarto paso puede ser también pasar al silencio, recogernos y escuchar, dejar que Dios nos hable también en ese momento, en el eco de lo que hemos estado haciendo antes. 

Recordemos que durante mucho tiempo después del Concilio en la iglesia se manejó una forma de examinar la realidad y tratar de transformarla en tres pasos o acciones: ver, juzgar, actuar. Esto tiene también de fondo como inspiración la Lectio divina; cuando uno busca Dios es porque ya Dios lo busca a uno; cuando uno se deja buscar y deja a Dios ser Dios, entonces el espíritu que habita en nosotros nos permite adentrarnos en el misterio de su palabra y de la vida divina. Y lo más importante: ese encuentro cotidiano con Dios y su Palabra nos va transformando para ser cada día más imagen de Cristo, reflejo de Cristo, presencia de Cristo en el mundo.

Algunas ideas finales que pueden ayudarnos en la lectura bíblica:

1- La Biblia es la historia del diálogo de Dios con los hombres en la vida; es la obra de un pueblo, es el conjunto de libros inspirados.

2- Es necesario distinguir siempre un sentido literal y un sentido espiritual cuando leemos la Biblia.

3- Es necesario leer la Biblia con el mismo Espíritu con el que fue escrita; sin la ayuda de ese Espíritu no podemos comprender ni alcanzar el verdadero y pleno sentido de la Escritura.

4- Siempre ha de leerse la Biblia teniendo en cuenta: el contenido y unidad de toda la Escritura, la tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe.

5- El lugar privilegiado para la relectura es el de los pobres, donde el mensaje salvífico y liberador aparece en todas sus exigencias y posibilidades.

6- La lectura de la Biblia nos implica en un proceso de conversión evangélica, para entender el mensaje de Cristo, que pone en el centro al ser humano y al amor como ley suprema.

7- La Biblia nació de la vida de un pueblo y se relee mejor comunitariamente y en contacto con la vida.

Fray Manuel de Jesús, ocd

sábado, 17 de septiembre de 2022

POLÍTICA Y TRASCENDENCIA

"Hay un vínculo sano entre política y trascendencia, una sana coexistencia que conserve los ámbitos diferenciados. Distinción, no confusión ni separación. «No» a la confusión, por el bien del ser humano, que necesita, como el águila, un cielo libre para volar, un espacio libre y abierto al infinito que no esté limitado por el poder terreno. Por otro lado, una trascendencia que no debe ceder a la tentación de transformarse en poder, pues de otro modo el cielo caería sobre la tierra, el «más allá» divino quedaría atrapado en el hoy terreno, el amor al prójimo en elecciones partidistas. Por lo tanto, «no» a la confusión. Pero también «no» a la separación entre política y trascendencia, ya que las más altas aspiraciones humanas no pueden ser excluidas de la vida pública y relegadas al mero ámbito privado. Por eso, quien desee expresar de manera legítima su propio credo, que sea amparado siempre y en todo lugar. ¡Cuántas personas, en cambio, aún hoy son perseguidas y discriminadas por su fe! Es necesario comprometerse para que la libertad religiosa no sea un concepto abstracto, sino un derecho concreto. Defendamos para todos, el derecho a la religión, a la esperanza, a la belleza, al cielo. Porque cada ser humano, cada hombre y cada mujer, en su singularidad irrepetible, si entra en relación con lo divino, puede irradiar una luz particular sobre la tierra”. 

(Francisco).

viernes, 16 de septiembre de 2022

DIMENSIÓN CONTEMPLATIVA DEL CAMINO CRISTIANO

"La misión del contemplativo en este mundo de conflicto masivo y de sinrazón colectiva es buscar el verdadero camino de la unidad y de la paz sin sucumbir al engaño de refugiarse en un ámbito de abstracciones del que las realidades desagradables quedan excluidas por la mera fuerza de la voluntad. Al confrontar el mundo de una forma completamente diferente, mantiene vivo en el mundo la presencia de una conciencia espiritual e inteligente que es la raíz de la verdadera paz y de la genuina unidad entre los hombres. Esta conciencia ciertamente acepta el hecho de una existencia empírica e individual pero rehúsa tomarla como la realidad básica. 

La realidad básica no es ni el yo individual y empírico ni una entidad ideal o abstracta que tan solo puede existir en la razón. La realidad básica es el propio ser, que es uno en todos los existentes concretos, que se comparte a sí mismo con ellos, y que se manifiesta a través de ellos. La meta del contemplativo es, en su nivel más bajo, el reconocimiento de este esplendor del ser y la unidad, un esplendor en el que él es uno con todo cuanto es. Pero en un nivel todavía más alto, es la base trascendente y la fuente de todo ser, el así llamado no ser y vacío porque está más allá de toda definición y limitación. Esta base y fuente no es simplemente un vacío inerte y pasivo, sino que para el cristiano es puro acto, pura libertad, pura luz. El vacío que es «puro ser» es la luz de Dios que, como dice el Evangelio de san Juan, «ilumina a todo hombre que viene a este mundo».


Específicamente, el Evangelio considera a todo ser surgiendo del Padre, Dios, en su Palabra, que es la luz del mundo. «En ella (la Palabra) estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron» (Juan 1,4-5). Ahora muy a menudo las preocupaciones generalmente activas y éticas de los cristianos les hacen olvidarse de esta dimensión más contemplativa del camino cristiano. Tan activa ha sido, de hecho, la faz presentada por el cristianismo al mundo asiático que el elemento contemplativo oculto del cristianismo ni siquiera es sospechado por los asiáticos. Pero sin la raíz profunda de la sabiduría y la contemplación, la acción cristiana no tendría sentido ni propósito. El cristiano no es, pues, simplemente un hombre de buena voluntad, comprometido con un cierto conjunto de creencias, con una concepción dogmática definida del universo, del hombre y de la razón de la existencia humana. No es simplemente alguien que sigue un código moral de hermandad y benevolencia con un énfasis marcado sobre algunas recompensas y castigos de los que se hace acreedor el individuo. Lo que subyace al cristianismo no es sencillamente un conjunto de doctrinas sobre Dios, que mora en lo remoto del cielo, y sobre el hombre, luchando sobre la tierra, lejos del cielo, para apaciguar al Dios distante por medio de sus actos virtuosos. Por el contrario, los propios cristianos con frecuencia no se dan cuenta de que el Dios infinito mora en ellos, de que Él está en ellos y ellos en Él. No se dan cuenta de la presencia de la fuente infinita del ser en medio del mundo y de los hombres. La verdadera sabiduría cristiana se orienta, por tanto, a la experiencia de la Luz divina que está presente en el mundo, la Luz en la que todas las cosas existen y que, sin embargo, es desconocida al mundo porque ninguna mente puede ver o comprender su infinidad. «En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron» (Juan 1,10-11).

Thomas Merton
Del prefacio a la edición japonesa de Semillas de contemplación , Marzo de 1965

Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.