
“La verdadera santidad no consiste en tratar de vivir sin las criaturas. Consiste en usar las cosas buenas de la vida para hacer la voluntad de Dios. Consiste en usar la creación de Dios de tal modo que todo lo que tocamos y veamos y usemos y amemos dé nueva gloria a Dios. Ser un santo significa pasar por el mundo recogiendo frutos para el cielo de todos los árboles y cosechando la gloria de Dios en todos los campos. El santo es el que está en contacto con Dios de todos los modos posibles, en todas las direcciones posibles. Está unido con Dios en las profundidades de su propio ser. Ve y toca a Dios en todo y en todos los que le rodean. A donde quiera que va, el mundo vibra y resuena (aunque en silencio) con las profundas armonías puras de la gloria de Dios”. (Tiempos de Celebración, 142)
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