“Nadie puede abrazar el programa cristiano marcado en el Nuevo Testamento a menos que tenga alguna idea de lo positivo, de la función constructiva de la abnegación. El Espíritu Santo nunca nos pide renunciar a algo sin ofrecernos al mismo tiempo a cambio otra cosa más elevada y mucho más perfecta. La mortificación propia, por sí misma, no tiene lugar en el cristianismo. La función de la abnegación nos conduce a un aumento positivo de la vida y energías espirituales.
El cristiano muere no sólo para morir, sino también para vivir. Y cuando toma su cruz para seguir a Cristo se da cuenta, o al menos cree, que él no va a morir sino para la muerte. La cruz es el signo de la victoria de Cristo sobre la muerte. La cruz es el signo de la vida. Es el principio de todo nuestro poder. Es el enrejado sobre el que crece la Vida mística, cuya vida es alegría infinita y cuyos sarmientos somos nosotros”.
Thomas Merton.
La senda de la contemplación.
La senda de la contemplación.
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