martes, 23 de diciembre de 2008

Thomas Merton: lecturas.


Cuando leemos a un maestro espiritual, no le estamos leyendo sólo a él, sino también a otros maestros, hombres y mujeres, de los que él aprendió. Unos maestros apuntan a otros, y van estableciendo como un entramado de doctrinas, afines unas con otras. Cuando leemos a Thomas Merton estamos compartiendo su camino espiritual, sus lecturas, las fuentes de las que recibió su saber; particularmente en sus diarios nos comparte sus lecturas y encuentros, así como su mirada personal de la realidad de su entorno, monástico, eclesial y las vicisitudes de su tiempo. En las diversas etapas de su vida Merton fue bebiendo de diferentes fuentes: toda la tradición monástica y contemplativa del Cister; San Juan de la Cruz y la tradición carmelitana; la teología protestante también, sobre todo autores contemporáneos; el mundo teológico del Concilio Vaticano II, y las tradiciones religiosas no cristianas del Oriente. Hablamos de un amplio diapasón, que a la vez está enriquecido por su saber cultural, literario y su carisma personal. Merton fue un gran lector, casi compulsivo; desde su retiro trapense está al tanto de cuanto sucede en la Iglesia y el mundo.
La lectura de diarios y escritos personales de cualquier personaje relevante de la historia humana nos confrontan constantemente con otros autores, y nos hace indagar en ellos, participando de la misma búsqueda y los mismos descubrimientos del autor que leemos. En la literatura espiritual pasa lo mismo, y con una significación espiritual muy importante, pues va ampliando nuestra visión, permitiéndonos ahondar en la comprensión del Misterio de la Fe.
En el caso particular de uno de los libros de Thomas Merton, “Conjeturas de un espectador culpable”, este consiste en una especie de diario y resumen de lecturas, con comentarios sobre situaciones concretas de su tiempo; aquí Merton intenta aterrizar la doctrina cristiana y lo más clásico del pensamiento de la Iglesia, respondiendo a los interrogantes de la historia humana, reinterpretando las afirmaciones teológicas y espirituales a la luz del devenir de una época concreta, la segunda mitad del siglo XX.
Veamos algunos nombres y autores que Merton cita en esta obra, y nos haremos cuenta de por dónde va su reflexión: Karl Barth Y Mozart, St. John Perse, Mark Van Doren, Ernesto Cardenal, Alfonso Reyes y Neruda San Benito, Isaac de Stella, Karl Marx, Edmund Wilson, Newman y Fenelón, A. K. Coomaraswamy, Duns Scoto Albert Schweitzer, Simone Weil, Dalai Lama Chuang Tzu, Jean Giono, Emmanuel Mounier, Gandhi, Fidel Castro, San Juan Crisóstomo, Mao, Teilhard de Chardin, Romain Rolland Meister Eckhart, Bonhoeffer, Leon Bloy Einstein, y la lista es interminable. Pensemos cuántas miradas se cruzan entonces en el texto de Merton cuando lo leemos, a cuántas vidas nos asomamos al mismo tiempo, y todo eso desde la mirada contemplativa de alguien que está recurriendo siempre a la Biblia y a la tradición de la Iglesia.
Aquí reside lo más valioso del testimonio de Merton, y su universalidad, la amplitud con que resuena su testimonio y su mensaje. Por eso es una cantera inagotable para el buscador, para el discípulo que se adentra en los caminos de la contemplación y la interioridad. De este, y otros libros de Merton, seguiremos conversando.

4 comentarios:

  1. Hola Manuel...

    Interesantes tus entradas..

    Paso a saludar..

    FELIZ NAVIDAD!!! Mis mejores y sinceros deseos para ti...

    Preparemos nuestro corazón
    como un mullido pesebre..
    para recibir la llegada
    del Niño Dios..

    Un abrazo lleno de alegría..

    Silvia..sencillamente feliz.

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  2. Este blog es un espacio íntimo de mucho espíritu. Qué bueno haberle encontrado en estos días hermosos de la Navidad.

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  3. Dicen que al que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija... y es evidente que Merton supo escoger bien de las fuentes en que bebía. Los nombres que cita son todos de primer orden. Es importante siempre saber elegir nuestros modelos, nuestras lecturas, para alimentar lo mejor de nosotros.

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  4. Mujeres y hombres que, con palabras finitas, han dado sentido infinito ¡a tantas cosas! De uno de estos grandes, Cardenal, dejo este fragmento del Canto Cósmico:

    Y toda cosa es palabra,
    palabra de amor.
    Sólo el amor revela
    pero vela lo que revela,
    a solas revela,
    a solas la amada y el amado
    en soledad iluminada,
    la noche de los amantes,
    palabra que nunca pasa
    mientras el agua pasa bajo los puentes
    y la luna despacio sobre las casas pasa.
    Es el amor que canta.
    La música callada.
    La soledad sonora.
    La música en silencio de la luna.
    Un yo hacia un tú.
    Y así pues, todo uno es dos
    o no es.
    Toda persona es para otra persona.
    Uno es el yo de un tú
    o no es nada.

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