“El cristiano casado ha de tener cuidado en no dejarse influenciar demasiado por una espiritualidad virginal o sacerdotal que no tiene nada que ver con su estado y que sólo le impediría ver su dignidad esencial. En realidad se han publicado demasiados libros que tratan exclusivamente de la vida espiritual desde el punto de vista de una vida virginal o sacerdotal, y su innecesaria multiplicación es, de hecho, la razón por la que hay tantos escritos espirituales estériles. Al mismo tiempo, esta estéril influencia se hace sentir en la vida interior de esos cristianos casados que deberían recibir la mejor y más beneficiosa influencia para encarnar la mente cristiana de una manera plena y sensata”
Thomas Merton
“La experiencia interior”, 191.
Aquí tenemos un grave y extendido problema. Entre los cristianos laicos, hombres y mujeres, prima siempre una espiritualidad monástica o de vida religiosa. Eso, a pesar de que desde hace varias décadas se ha venido hablando ya de una espiritualidad propia del laico. Merton, siempre con visión larga, apunta sobre este problema en varios escritos.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo en ésto. Se hace necesario que el laico (él o ella, claro) encarne una espiritualidad cristiana que trascienda los límites impuestos en la historia, permitiendo que entre un soplo de aire fresco en la familia que forma la Iglesia.
ResponderEliminarSí, la vista de Merton era envidiable.
ResponderEliminarEn mi opinión sigue habiendo confusión entre fe, creencia, religión, espiritualidad, tradiciones, piedades, dualismos... Creo que la espiritualidad tiene su lugar natural en la profundidad existencial de la persona humana. Es un elemento constitutivo de toda persona, no una dimensión “religiosa” sobreañadida. El espíritu no se contrapone al cuerpo ni a lo material, ni a la vida corporal, sino que los inhabita y les da fuerza, sentido y pasión.
En el caso de la espiritualidad cristiana, experimentamos por Cristo, y en Cristo, la fuerza, el sentido y la pasión por la vida y por todo lo humano. Laicos, religiosos profesos y sacerdotes compartimos fuente, motor y destino. Las diferencias, o quizás peculiaridades propias, aparecerían en el “estilo” libremente elegido para vivir, con humanidad plena, por el mundo de Dios. En todo caso, ambas espiritualidades comprometen, en igualdad de validez, a trabajar por un mundo más justo, fraterno y humano.