jueves, 8 de julio de 2010

MONJES.

Desde hace varios días estoy leyendo, por primera vez, el libro de TM titulado “La paz monástica”. Es la edición de EDHASA que pude fotocopiar el año pasado en Madrid, y en la que aparece este libro junto a otro, sí vuelto a publicar en fecha reciente, “Pensamientos en la soledad”. El segundo capítulo de este libro tiene que ver con la figura del monje, no tanto, creo, como miembro de una comunidad religiosa particular, sino más bien en cuanto arquetipo; el mismo que con otro lenguaje y desde una perspectiva diversa, aparece en el libro “Elogio de la sencillez”, de R. Panikkar. Según este autor, monje es la persona que aspira a alcanzar el fin último de la vida con todo su ser, renunciando a todo lo que no es necesario para ello, es decir, concentrándose en este único y singular objetivo.

¿Qué es necesario y que no lo es? La respuesta a este interrogante podría servir para un largo debate, y de hecho no han faltado disputas teológicas acerca del mismo. Hoy en día también queremos hallar esa respuesta, sobre todo a la hora de encontrar lo esencial del “ser cristiano” ahora, en nuestro tiempo.

TM también indagó acerca de lo esencial, y empieza diciendo: “El monje es más importante por lo que es que por lo que hace. Esto puede aplicarse a todos los cristianos… Primero tenemos que ser hijos del Padre celestial”. Al leer estos pasajes del libro evoqué una anécdota que Merton incluye en uno de sus diarios:

“Pregunté al padre abad acerca de las causas de la santidad del hermano Gregory. Yo no tenía ni la menor idea de la respuesta que se me iba a dar. Me hubiera hecho feliz oír hablar de algo relacionado con el profundo y sencillo espíritu de oración, con las insospechadas alturas de la fe, la pureza de corazón, el silencio interior, la soledad y el amor a Dios. Tal vez el hermano Gregory habló con las aves, como San Francisco. Pero el padre abad me contestó prontamente: Ese hermano estaba siempre trabajando. No sabía lo que era estar ocioso. Si lo enviaba a cuidar las vacas en la pradera, siempre encontraba otras muchas cosas que hacer. Por ejemplo, traía a la casa cubos llenos de mora. No sabía estarse sin hacer nada. Al salir del cuarto del abad me sentí como un hombre que hubiera perdido un tren”. (SJ, 108).

Pensemos en torno a esta disyuntiva: ser-hacer.
Pensemos en lo que esencial y lo que no.
Pensemos, con Panikkar, que “no todo el mundo puede o debe entrar en un monasterio, pero todo el mundo tiene una dimensión monástica que debería ser cultivada”.

3 comentarios:

  1. Hola Manuel, "El Meditador Cristiano" ha sido distinguido con el Premio DARDO (“Best Blog Darts Thinker”) y quiero compartirlo contigo. Visito asiduamente tu blog y quiero felicitarte por él.
    Tienes que pasar por mi blog a retirar tu Premio.
    Dios te bendiga!

    Gabriel Mércuri

    elmeditadorcristiano.blogspot.com

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  2. Merton es precursor y profeta en muchos temas, uno de ellos en el de la reforma o renovación monástica. Un triste accidente doméstico le privó de veinte o treinta años posibles más de vida, dejándonos con la incógnita de conocer y disfrutar de la, sin duda, apasionante evolución de su camino. Veinte años pueden no ser nada, como dice la canción, pero pueden dar para mucho. En cualquier caso, sus escritos siempre nos llegan profundo: estimulan, interpelan y hacen reflexionar. Todo ello, muy positivo. Independientemente que saquemos conclusiones semejantes, o totalmente diferentes.
    Sin hacer referencia específica a la vida monástica, creo que tener como objetivo la consecución de ese fin último del que se habla en este fragmento, solamente requiere tomar como referente único a Cristo, y creo que teniendo ese referente no hay que renunciar a nada de lo humano. Precisamente habría que renunciar a lo que nos aparta de la vida: violencia, injusticia, rencor, odio… todo lo que nos deshumaniza, nos aparta de la nueva humanidad que es Jesús.
    No veo una disyuntiva ser-hacer, sino que más bien nuestra identidad consiste en una conjunción vinculante entre lo que somos y hacemos. Pienso que lo importante es que cada uno descubra su verdadera humanidad (creación y participación en Cristo) y sea consecuente con ella, llegando a experimentar al que habita en nuestro centro, haciéndolo nuestro eje. Lo que no quiere decir que todos vistamos el mismo “uniforme” para llegar al Encuentro. Porque, además, pienso que todos los “uniformes” son igual de válidos, tienen el mismo valor y constituyen un don divino, carisma y puente para otros. Tan solo se requiere ir construyendo camino hacia lo que Es Todo.
    Lo esencial, para mí, es hacer un camino de vida en la sencillez y humildad, en un amor solidario, siguiendo la huella de los actos del judío Jesús de Galilea, aquel que nos enseñó a ver y a amar a Dios como Padre. Comprometernos con la memoria subversiva de ese Jesús: rey sin trono ni palacios, señor sin séquitos ni vasallos, y maestro que no discriminó a nadie como discípulo. El que quería seguirle le seguía, sin condiciones ni privilegios. Todo lo contrario, se hizo abrazo de Dios, igual para todos.
    Jesús, el único y más grande transformador, en la historia, de una tradición religiosa ya establecida y organizada. Por eso chocó con la ley, la autoridad y el templo, y fue condenado. Y, hasta el final, nos dio ejemplo amando y viviendo como humano, y renunciando a su ser divino.
    En relación al tema de esta entrada, me parece muy explícito un comentario que nos dejó Merton en una de sus obras, no recuerdo cuál en concreto. Para él, cuando se quiere conocer a alguien, la clave fundamental para saber quién es, está en ver si cómo vive y cómo actúa están en concordancia para alcanzar aquello en lo que cree y a lo que aspira.
    Esta es mi visión,que por cierto me ha salido bastante extensa. Es lo que sucede cuando algo interesa y se pone entusiasmo. Sé que hay otras muchas visiones. Con algunas habrá más coincidencias que con otras. Algunas serán muy diferentes. Ninguna vale más otra. Para mí, sólo Cristo es Camino, Verdad y Vida. Con todas las consecuencias que conlleva esa afirmación.

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  3. máxima de Evagrio el Póntico: “Monje es el que está solo y unido a todos”.

    Los cristianos en su esencia son gente de oración, y para orar hay que tener un poco de soledad y silencio interior, luego lo que se haga depende de esta interioridad llena de la Palabra. Nadie dice que sea fácil, pero es el camino para cualquiera de las vocaciones en que Dios haya puesto a cada uno. Y es muy necesario en nuestro tiempo ir recuperando este silencio en el ámbito familiar, comunitario, social, para crecer en la comunión y la paz con todos.

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