“Sentí que había algo definitivo y eterno al mirar ese cuarto vacío: que aunque ellos mismos no comprendan a través de qué pasan, y aunque algunos de ellos fracasen o se vayan o tengan que buscar en otro sitio el verdadero significado de sus vidas, sin embargo, el signo del amor está en estos novicios y son preciosos para siempre a ojos de Dios. Ciertamente ha sido un gran don de Su Amor para mí el ser su Maestro de Novicios. Es muy bueno haberles amado y haber sido amado por ellos con tal sencillez y sinceridad, dentro de nuestra limitación ordinaria, sin tontería ni lisonja, sin sentimentalismo, y sin enredarse demasiado los unos en los asuntos de los demás.
Por esta básica experiencia humana uno puede, después de todo, recobrar esperanza para la otra dimensión de la vida del hombre: la política. Aunque tengamos capacidad de destruir el mundo entero, la vida es más fuerte que el instinto de muerte y el amor es más fuerte que el odio. No tiene sentido lógico conservar demasiadas esperanzas, pero, un vez más, no es cuestión de lógica, y uno no busca signos de esperanza en los periódicos ni en los discursos de los dirigentes mundiales.
Porque hay amor en el mundo, y porque Cristo ha tomado para sí nuestra naturaleza, siempre queda la esperanza de que el hombre, al fin, después de muchos errores y aun desastres, llegará a desarmarse y hacer la paz, reconociendo que debe vivir en paz con su hermano”.
Thomas Merton
CONJETURAS DE UN ESPECTADOR CULPABLE, 198-199.
No hay nada mejor que mirar alrededor con amor y esperanza. Cuando amamos y esperamos siempre tenemos paz de fondo, incluso al atravesar alguna que otra tormenta cotidiana. Esperanza en el amor verdadero, hecho carne, vida, pasión y proyecto. Así la esperanza se convierte en certeza de amor.
ResponderEliminar“Soy una ola de tu océano
rodando en la superficie de la historia.
No sé si acabaré mis días
rompiéndome en pedazos
contra el acantilado hostil,
o si me iré extinguiendo
como espuma sobre la playa serena.
No sé si seré una protesta
explotada como un trueno
ante tanto arrecife de injusticia,
o si me agotaré en paz
entre la arena tibia
del pueblo que me acoge.
No sé si volveré a ti
roto en mil gotas desangradas,
o si me fundiré contigo
en la intimidad de la bahía.
Pero es mi saber más hondo,
que ya ahora recibo de ti
desde el fondo del océano,
todo el vigor que me construye
y todo el impulso del viaje”.
(B. González Buelta, “Última certeza”)