Es mi propósito dedicar una serie de entradas de este blog a comentar textos y peculiaridades del libro “El signo de Jonás”, estos comentarios podrán ser de carácter general o particular, y como siempre llevan el deseo de motivar la lectura de esta obra y de otras obras de TM. No es lectura académica, sino personal; mi propio diálogo con la obra de un maestro.
“Un monje puede siempre, lícita y significativamente, compararse con un profeta, porque los monjes son los herederos de los profetas. El profeta es un hombre cuya vida entera constituye un testimonio vivo de la providente acción de Dios en el mundo. Todo profeta es un signo y un testigo de Cristo. Todo monje en el que Cristo viva y en el que, por consiguiente, se cumplan todas las profecías, es, repito, testigo y signo del Reino de Dios. Hasta nuestros errores son más elocuentes de lo que pensamos” (29).
Todo cristiano está llamado a ser profeta, en la misma medida en que todo ser humano está llamado a salir de si mismo, a mirar más allá de su circunstancias, y a alcanzar una nueva visión. Ser monje hoy supone mucho más que vivir dentro de los límites de una determinada estructura u organización religiosa. De modo que aquí entendemos por monje a todo ser humano que recorre los caminos del Espíritu, y por ello lleva consigo la necesidad de romper las barreras del egoísmo, la autocomplacencia y el miedo, para proponer lo nuevo que está naciendo siempre en su corazón, y que es la voz de Dios en él. Para ser profetas es necesario ser valientes y ser libres, y haber descubierto el rostro amoroso de Dios, pues únicamente así es posible desafiarlo todo y decir lo propio cuando llega el momento.
Me gusta que Merton incluya nuestros errores también como parte de nuestro mensaje; a menudo tenemos una visión “perfectista” del camino espiritual, que es ajena a nuestra propia condición humana. La elocuencia de nuestra vida, de toda ella, vale más que todas nuestras palabras, a menudo lastradas por los convencionalismos y las presiones del entorno. Los errores son muy humanos, pero pueden ser tan humanos que lleguen a ser divinos. En todo ser humano VIVE Cristo, así como suena, y pugna Cristo por revelarse en toda su estatura, humana y divina. La imagen de Jonás y su tránsito, usada por TM en el libro que comentamos, es muy apropiada para entender lo que digo.
Muy interesante esta reflexión en torno al fragmento que transcribes del Signo de Jonás, Manuel. Además, iluminadora. Una visión que abre espacios a la confianza y siembra esperanza para el camino a Casa. Hace ya tiempo que creo que una religión, una espiritualidad que no nos libere, que no nos impulse a confiar plenamente y a experimentar realmente la esperanza, no tiene sentido. En mi opinión, claro. Y, desde esa visión, me uno a lo que expresa Manuel; creo que es sanador y coherente ver que los errores y fallos, que todos sin excepción tenemos (“no hay árbol al que el viento no haya sacudido”, dice un proverbio hindú) no nos alejan de Dios, sino que nos acercan a su humanidad. Y pueden ser un medio para ejercitar la humildad y también para reconocer y valorar la humanidad en los demás. Eso es lo que me dice la simbología de Jonás, que a Dios se llega siempre, porque ya somos en Él en todo, en cualquier circunstancia, incluidos los errores. Estamos en Él, a Él vamos a salir, a desembocar siempre: sea cual sea el vientre del que salgamos, ballena o bella sirenita. Y, desde luego, también coincido en la acepción que Manuel da al término “monje”, creo que es muy conveniente que nos vayamos despojando de determinadas concepciones exclusivistas en el ámbito de la religión, y una de ellas son las catalogaciones cerradas en cuanto a funciones y denominaciones de los que las ejercen tradicionalmente.
ResponderEliminarNo recuerdo bien, pero creo que, entre otros, Panikkar insistía mucho en que la religión institucionalizada, en exceso saturada de formalidades y normativas, tiene urgente necesidad de místicos y profetas. Alguien también añade a los poetas, aunque pienso que dentro de todo místico habita un poeta. En el caso de Merton habita el poeta, el místico y el profeta. ¡Un lujo!
Y bien cierto es que para avanzar y evolucionar, para transformarnos y transformar, hace falta valentía. Continuar, mantenerse en la seguridad de lo conocido, aunque suponga arrastrar errores propios y ajenos, es siempre más fácil y cómodo que el desafío de hacer “parón y cuenta nueva”.