viernes, 23 de septiembre de 2011

MEMORIA EN SEPTIEMBRE

Cada ser humano que encontramos en el camino de la vida deja en nosotros su propia huella; a veces nos acompañan por un largo tiempo, otras apenas coinciden un momento fugaz con nosotros, pero de un modo u otro están ahí, y en lo que somos están también ellos. Pienso esto mientras reviso la agenda en la que suelo anotar las fechas importantes del año, y que reviso regularmente a causa de mi mala memoria; entonces al leer un nombre, o hacer memoria de un acontecimiento, regresan al presente un montón de imágenes, sentimientos, experiencias, y claro, también dolores. La huella de todo eso forma parte de lo que soy ahora, para bien o para mal.
Ayer, 21 de septiembre, fue aniversario de la muerte de Henri Nouwen: no le conocí personalmente, pero es igual, pues sus libros me han acompañado a lo largo de muchos años, y conozco casi todos los detalles importantes de su vida; a menudo pienso en Henri, en su vida y sus luchas personales, en lo que han significado para mi propia búsqueda personal, y en la verdad importantísima que me enseñó y me sigue recordando día tras día.
Luego hay nombres que evocan un momento particular de mi historia vital: Héctor, Juan Pablo, Yobel, José Enrique, Frank, Ángel; amigos que están o que estuvieron, que ofrecieron su mano o compartieron un tramo del camino; algunos luego desaparecieron, no he vuelto a saber de ellos, otros llaman cada cierto tiempo para dejar constancia de un afecto que no pasa. A pesar de todo y todos, la amistad es un regalo valiosísimo que enriquece y ennoblece lo que somos.
Y luego, están los que nos precedieron, en los que también se esconde parte del misterio de lo que somos: mis dos abuelas, Mary y Nena, y mi abuelo Francisco, al que todos llamábamos “Chicho”. En los últimos años he sentido la necesidad de saber más sobre ellos, sobre su vida, sus deseos, sus dudas, pero se hace difícil; presiento que si les hubiera conocido mejor, entendería mejor mis propios misterios.
Un 8 de septiembre de 1990 comencé el noviciado en el convento de los PP. Carmelitas Descalzos en la Habana, y un 11 de septiembre de 1995 recibí la ordenación sacerdotal en la Catedral habanera; el 17 de septiembre de 1998 llegué por primera vez a España para vivir durante un año en la ciudad de Ávila, conociendo en profundidad a Teresa y a Juan de la Cruz; y también un 14 de septiembre del 2004 comencé a trabajar en l parroquia de Santa Cruz del Norte, labor que desempeñé durante un año. Septiembre ha sido un mes importante para mí.
Y el último día de septiembre, además de ser aniversario de la muerte de Teresa de Lisieux, otra buena compañera de camino, es el cumpleaños de un amigo especial, con el que me siguen uniendo sentimientos encontrados y complejos, pero al que indudablemente llevo siempre en el corazón.
Al levantarme esta mañana tuve deseos de compartir con los amigos y amigas del blog algo más personal, cosa que solía hacer con más frecuencia en el otro blog, el de Teresa, que ahora ya no está; llevo tres meses viviendo en la ciudad de Matanzas, en una especie de “retiro”: soledad, lecturas, paseos, reflexión. Vienen cambios importantes en mi sendero personal y, mientras miro agradecido lo que quedó atrás, estoy oteando el horizonte en busca de una “nueva tierra” espiritual en la que habitar.

1 comentario:

  1. Una reflexión hermosa sobre el tiempo vivo en la memoria, Manuel. Se nota en ella tu alma de poeta. Hasta yo diría que te haces espejo del estilo mertoniano: intimista, cálido, humano…
    La memoria viaja, acorta distancias, acerca nombres, abraza noches, rescata palabras, dibuja recuerdos. Mi memoria, por ejemplo, se detiene, le da una canción y hace un discurso (…suena Silvio) para el comienzo de este mes de septiembre.

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