“La liturgia acepta nuestra experiencia común y cotidiana del tiempo: amanecer, mediodía, atardecer; primavera, verano, otoño, invierno. No hay razón para que la Iglesia en su oración haga de otro modo con el tiempo, por la simple razón de que la Iglesia no tiene ninguna discordia con el tiempo. La Iglesia no lucha contra el tiempo. El cristiano no considera, o al menos no necesita considerar al tiempo como un enemigo. El tiempo no le hace ningún daño, el tiempo no se interpone entre él y nada que desee. El tiempo no le priva de nada que atesore.
Para comprender la actitud del cristiano y de la Liturgia respecto al tiempo debemos tener una profunda comprensión de la esperanza cristiana y la confianza cristiana. Fundamentalmente, el cristiano está en paz con el tiempo porque está en paz con Dios. No necesita ya tener temor y desconfianza ante el tiempo, porque ahora comprende que el tiempo no es usado por un hado hostil para determinar su vida en algún sentido que él mismo nunca puede saber, y para el cual no puede prepararse adecuadamente. El tiempo ahora ha llegado a un entendimiento con la libertad del hombre. Cuando el hombre no está libre de pecado, el tiempo es enemigo suyo porque cada momento es una amenaza de destrucción: cada momento puede ser aquel en que la irrealidad que ha elegido el hombre, al pecar, se enfrente con el reproche cataclísmico, demostrándosele que es el fruto de la servidumbre, la renuncia a la libertad, la entrega a la determinación por parte de fuerzas inferiores al hombre.
Pero cuando el hombre recobra, En Cristo, la libertad de los hijos de Dios, vive en el tiempo sin predeterminación, porque la gracia siempre ha de proteger su libertad contra la tiranía del mal. El cristiano sabe entonces que el tiempo no murmura una amenaza tácita de esclavización y de destrucción final. El tiempo, al contrario, deja margen a su libertad y a su amor. El tiempo deja libre juego a la gratitud y a ese sacrificio de alabanza que es la plena expresión de la filialidad cristiana en el Espíritu. Dicho de otro modo, el tiempo no limita libertad, sino que le da margen para su ejercicio y para la elección. El tiempo para el cristiano, entonces, es la esfera de su espontaneidad, un don sacramental en que puede permitir a su libertad que se despliegue en alegría, en el virtuosismo creativo de elección que siempre tiene la bendición de la plena conciencia de que Dios quiere que sus hijos sean libres, de que se siente glorificado porque sean libres. Pues Dios se complace, no en dictar soluciones predeterminadas a acertijos providenciales, sino en dar al hombre la oportunidad de elegir y crear por sí mismo soluciones que son gloriosas en su misma contingencia”.
Thomas Merton
“Tiempos de celebración”.
Tiempo y liturgia para nosotros los hombres, libres en Cristo y por Él.
ResponderEliminarNosotros los hombres
Vengo a buscarte, hermano,
porque traigo el poema
que es traer el mundo
a las espaldas.
Soy como un perro
que ruge a solas, ladra
a las fieras del odio
y de la angustia,
echa a rodar la vida
en mitad de la noche.
Traigo sueños, tristezas,
alegrías, mansedumbres,
democracias quebradas
como cántaros,
religiones mohosas
hasta el alma,
rebeliones en germen
echando lenguas de humo,
árboles que no tienen
suficientes resinas amorosas.
Estamos sin amor,
hermano mío,
y esto es como estar ciegos
en mitad de la tierra.
Traigo muertes
para asustar a todos
los que juegan con muertes.
Vidas para alegrar
a los mansos y tiernos,
esperanzas y uvas
para los dolorosos.
Pero traigo ante todo
un deseo violento de
abrazar,atronador y grande
como tormenta oceánica.
Quiero hacer con los brazos
un solo brazo dulce
que rodee la tierra.
Yo deseo que todo,
que la vida sea nuestra
como el agua y el viento.
Que nadie tenga nunca más
patria que el vecino.
Que nadie diga más la finca
es mía, el barco…
sino la finca nuestra,
de Nosotros los Hombres
(Jorge Debravo)
Me gusta mucho Merton y muchas gracias por poner sus escritos, que Dios lo bendiga.
ResponderEliminarCon respeto, Eva, México.