En el segundo domingo de Cuaresma de este año leemos el conocido pasaje del sacrificio de Abraham. A propósito de esta historia, leyendo un comentario bíblico, quiero compartir algunas ideas:
1. En este relato es importante distinguir entre el hecho en sí y su significación. Para el autor sagrado lo principal es lo segundo, el hecho en sí es secundario y cobra sentido como vehículo al servicio del mensaje. En tiempos remotos cierta comprensión de lo religioso incluía los sacrificios humanos, lo cual hablaba de los seres humanos y no de Dios.
2. Abraham, llamado padre de la fe, tuvo que pasar por varias pruebas, la primera abandonar su familia, tierra y cultura, sus orígenes, para empezar un camino nuevo. Cuando finalmente Abraham tiene a Isaac, el hijo de la promesa, Dios lo reclama y se lo manda sacrificar. Isaac era para Abraham el hijo de la promesa, además de su hijo muy amado, el hijo nacido de la fe y a través del cual recibió la bendición plena de Dios para cumplir su vocación.
3. Así, Dios, que había pedido a Abraham renunciar a su pasado para cumplir su vocación, le pide ahora renunciar también a su futuro. Así discurren los misteriosos caminos de la vida y de la fe. Dios será padre de naciones cuando sea capaz de renunciar a su paternidad, como luego María de Nazaret se convertirá en madre de la Iglesia perdiendo en la cruz a su propio hijo.
4. El Salmo 115 expresa: “Tenía fe, aun cuando dije: Qué desgraciado soy”. La fe de Abraham y la confianza de Jesús en la cruz son modelos y alicientes en nuestra propia búsqueda de verdad y amor. Los caminos de Dios son a veces complicados y difíciles de entender, pero siempre como dice Pablo: “Si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros?”. Eso es la fe, oscura y luminosa al mismo tiempo.
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