Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.
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viernes, 27 de abril de 2012
LIBERTAD
“La tarea de nuestra vida es sólo y especialmente seguir siendo reales. La tragedia consiste en suponer que una sociedad, una institución, una causa, o incluso una Iglesia, harán la tarea por nosotros. Y nos resulta duro tener que reconocer que lo que hemos estado tratando de construir tiene que ser derribado y recompuesto de una manera mejor… y con muchas dificultades. Y sin embargo, siempre hay algo muy bueno en hacerlo todo de nuevo”.
(Carta de Thomas Merton a Margaret Randall; 6 de julio de 1967)
“La religión de nuestro tiempo, para ser auténtica, debe ser del tipo que escapa prácticamente a toda definición religiosa. Porque hubo definiciones interminables, verbalizaciones incesantes, y las palabras se convirtieron en dioses. Abundan tantas palabras que uno no puede llegar hasta Dios mientras se piense que Él se encuentra al otro lado de las palabras”.
(Carta de Thomas Merton a Ludovico Silva; 10 de abril de 1965)
“Si hay una ambición que podríamos permitirnos, y una forma de fortaleza, es tal vez esta especie de ironía sincera, ser un pedazo completo de ironía sistemática en medio de una vida totalitaria o capitalista”.
(Carta de Thomas Merton a Czeslaw Milosz; 12 de septiembre de 1959)
Siguiendo palabras cruciales de la entrada: "...y nos resulta duro reconocer... hay que derribarlo... y es muy bueno hacerlo todo de nuevo...", invito a leer este texto de Xavier Pikaza.
ResponderEliminarVa de pastores. Por su extensión lo debo incluir en dos envíos.
No voy a comentar de manera directa el evangelio, sino evocar la imagen bíblica del Pastor, para situarla ante la problemática actual de gran crisis “pastoral”, es decir, de pastores (obispos, presbíteros…) en la Iglesia católica, al menos en occidente.
Muchos piensan que se trata de una crisis de número (falta de vocaciones, descenso del clero…). Pienso que se trata de una crisis mucho más honda, de conciencia y tarea pastoral. Pero no es trauma de muerte, sino que puede y debe ser principio de un nuevo nacimiento, de nuevos ministerios y liderazgos eclesiales.
Cristo aparece como Pastor y Obispo (poimêna kai episkopon) porque ha sido rechazado por su pueblo y ha sufrido sin vengarse, como el Siervo de Isaías. No aparece aquí como Kyrios supremo (Flp 2, 11) o Sumo Sacerdote en la línea de Melquisedec (Heb 9, 11), sino como “pastor que cuida y supervisa”, empleando una terminología de fuerte un carácter simbólico, pero no jurídico, que nos sitúa cerca de la visión eclesial de Mt 23, 8-12, conforme a la cual nadie puede ser padre, maestro o pastor de los otros, porque todos los creyentes son hermanos.
En ese contexto se sitúa el tema de los pastores actuales de la Iglesia que, según juicio común, aparecen en este momento en crisis, que no es simple crisis de “liderazgo”, sino de cristianismo. La Iglesia necesita unos “pastores” nuevos para los tiempos nuevos, unos pastores que reflejen y actualicen en las nuevas condiciones culturales y sociales de las postmodernidad el impulso de Jesús y de sus primeros seguidores.
No se trata, simplemente, de mantener la iglesia, para que no se caiga, como pensó en un momento Francisco de Asís (ante las ruinas de San Damián), sino de rehacerla desde su fuerte fundamento que es Cristo.
La Iglesia está en crisis, una crisis que puede ser salvadora si asume el tesoro de luces y sombras de su historia y retornando continuamente al evangelio lleve a repensar radicalmente los ministerios, a demoler el patriarcalismo, a poner fin al clericalismo y a abolir el sistema imperial romano, para asumir con valentía el impulso de Jesús, la presencia de su Espíritu Santo
El tipo actual de sacerdocio, que separa a la “jerarquía” de los “fieles” y que excluye a las mujeres ha nacido en siglo II-III, cuando la Iglesia ha pactado con el “sistema” y ha intentado combatirlo con sus mismas armas, en contra de la inspiración del mensaje de Jesús, que era un “laico”, reintroduciendo en su lugar esquemas cultuales del judaísmo sacerdotal y sugestiones del mundo religioso greco-romano.
Jesús no ha instituido en modo alguno eso que actualmente se llama el “sacramento del orden”, y que, por tanto, para ser rigurosos, no ha previsto la existencia de sacerdotes ni obispos, y mucho menos de una Iglesia patriarcal y machista.
Una comunidad cristiana puede y debe celebrar la eucaristía, es decir, compartir el pan y la comida de fiesta (el vino), recordando la vida y muerte de Jesús, bendiciendo a Dios y creando lazos de comunión. La celebración no es un derecho ni un deber de las comunidades, sino la esencia de la iglesia, su propia verdad cristiana. El tema de la presidencia me parece secundario. En ningún lugar del Nuevo Testamento se dice quien debe presidir, ni cómo. San Pablo en 1 Cor 12-14 habla muchos de otros “ministerios” (apóstoles, profetas.), pero no le preocupa la persona (varón o mujer) que preside la Cena del Señor. Deja ese tema en manos de la misma comunidad.
Es evidente que, conforme a mi visión del Nuevo Testamento, la presidencia eucarística puede y debe brotar de la misma comunidad de los cristianos, de manera que ellos elijan por un determinado tiempo a sus “presidentes”, sin vale esa palabra, varones o mujeres. La forma actual de ordenar primero presbíteros “en general y para siempre” (como un ordo especial, sagrado), para buscarles luego comunidades donde puedan ejercer, me parece contraria a la vida originaria de la iglesia y a la inspiración del Evangelio.
ResponderEliminarNo creo en “ordenaciones absolutas”, de manera que no se puede decir “éste es obispo, éste presbítero”, así en general, si no se dice “este es el obispo o presbítero de esta iglesia”. Evidentemente, son las comunidades las que deben nombrar sus ministros, desde sí mismas, por el tiempo que ellas crean conveniente.
Creo que esta nueva praxis puede empezar ya. Pienso que algunas comunidades cristianas están en un buen momento para empezar a celebrar y vivir la eucaristía como algo que forma parte de su propia experiencia y riqueza cristiana, creando sus propios ministerios. El tema y problema y problema de fondo es el que plantea Pablo en 1 Cor 13: El mantenimiento y despliegue de la caridad. Lo que importa es que haya amor, un amor que se celebra y vive en cada comunidad, y que se abre a todas las restantes comunidades.
Es necesario un nuevo tipo de liderazgo (de pastoral) que brote de Jesús... No para que haya menos pastoral (puro anarquismo), sino para que haya buena pastoral, desde el testimonio de Jesús, en libertar y creatividad... un liderazgo que pueda servir de ejemplo en este mundo postmoderno, donde no hay verdadero liderazgo sino imposición de unos sobre otros.
En esa línea, es necesario que vengan pronto las transformaciones, y que se hagan con gran valentía... En este contexto se sitúa el problema de las vocaciones. El problema no es que existan menos candidatos y menos ordenaciones para los ministerios actuales, cosa que, a mi juicio, es positiva, al menos en occidente.
El problema es el tipo de clero actual, de tipo jerárquico (entendido como un orden social: se es presbítero para siempre, con parroquia o no, como se era antes conde o marqués) desaparecerá pronto, y es bueno que desaparezca.... porque ya no es signo de evangelio, sino de una estructura sacral antigua (que fue buena quizá en su tiempo, pero que es poco cristiana y mucho menos actual).
Jesús y los primeros cristianos no quisieron que el evangelio desembocare en la creación de una nueva institución de sacralidad, de una organización más, sino que recreara la experiencia de la vida, y se expresara en la misma vida compartida de los creyentes, como testimonio de la gracia de Dios, como gracia y proyecto de comunicación de la Palabra y del Pan.
Debemos recorrer un nuevo camino, de lo contrario nuestra iglesia acaba. Debemos recrear la “tensión del Reino”, es decir, el compromiso a favor de los más pobres, y de un modo consecuente la eucaristía, y los ministerios, de lo contrario nuestras celebraciones se convierten en algo separado de la vida concreta de los hombres y mujeres, como una superestructura sacral.
Jesús y los primeros cristianos no quisieron que el evangelio desembocare en la creación de una nueva institución de sacralidad, de una organización más, sino que recreara la experiencia de la vida, y se expresara en la misma vida compartida de los creyentes, como testimonio de la gracia de Dios, como gracia y proyecto de comunicación de la Palabra y del Pan.