No hay
título más apropiado y más hermoso para la Virgen en Adviento que este, Madre de
Nuestra Esperanza. En el cuarto domingo de este tiempo litúrgico la
figura de María de Nazaret cobra especial relieve: ella es la que acoge
en su seno fecundo el proyecto de Dios, y con su confianza, su
asentimiento, su fidelidad, se hace cooperadora de lo Divino. La
imagen de María, que gozosamente espera un hijo, es el símbolo más claro
de que siempre hay un mañana. La mujer sabe que tras los dolores del
parto llega la alegría de una nueva vida, desbordando futuro. Así
entramos en la Navidad: confiando, anhelando, acogiendo, ofreciendo.
Así queremos recibir también el nuevo año. Así tendríamos que vivir
siempre, como quien se sabe fecundo, portador de vida. Imagino a María,
sentada junto a José, al calor de una lumbre, en medio de la noche,
contemplando un cielo repleto de estrellas. Ella toma la mano de José y
la pasa por su vientre hinchado. ¡Qué gozo pensar en el hijo que va a
nacer! Porque, más allá de toda vicisitud, un hijo es un don para el
mañana, y todo don ha de ser motivo de alegría y de alabanza.
María y José saben que Dios les ha bendecido, y esperan.
Es
humano sentir cierta inquietud ante el futuro que les aguarda, pero no
sienten miedo. El hijo por nacer aparta todo temor de sus corazones.
Dios ha hecho una promesa, y ahora la misión es ESPERAR.
Poéticas palabras, Manuel. Y evocadora de esperanza la fotografía. Inspiradora imagen.
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