jueves, 25 de abril de 2013

ORGULLO ESPIRITUAL


"Estoy pensando en la enfermedad llamada orgullo espiritual. Estoy pensando en la peculiar irrealidad que se introduce en el corazón de los santos y roe su santidad antes de que madure. Algo hay de ese gusano en el corazón de todos los religiosos. En cuanto han hecho algo que saben bueno a los ojos de Dios, tienden a tomar su realidad para sí y hacerla propia. Tienden a destruir sus virtudes al pretender que son suyas y revestir su propia particular ilusión con valores que pertenecen a Dios. ¿Quién puede escapar al secreto deseo de respirar una atmósfera diferente de la que respiran los demás hombres? ¿Quién puede hacer buenas obras sin intentar saborear en ellas una dulce distinción con respecto a la ordinaria corriente de los pecadores del mundo? Esta enfermedad ofrece su máximo peligro cuando consigue adoptar el aspecto de la humildad. Cuando el orgulloso cree ser humilde, es un caso perdido.
He aquí a un hombre que hizo muchas cosas duras para su carne. Pasó difíciles pruebas y realizó grandes trabajos, y por la gracia de Dios ha llegado a poseer un hábito de fortaleza y abnegación en el cual, por fin, trabajo y sufrimiento ya son fáciles. Es razonable que su conciencia esté en paz. Pero, sin que lo advierta, la limpia paz de una voluntad unida a Dios se convierte en la complacencia de una voluntad que ama su propia excelencia.
El placer que habita su corazón cuando hace cosas difíciles, y consigue hacerlas bien, le dice secretamente: “Soy un santo.” Luego advierte que otros lo admiran. El placer arde con fuego dulce, devorador. El calor de ese fuego se parece mucho al del amor de Dios. Es un fuego alimentado por las mismas virtudes que nutrían la llama de la caridad. Arde en admiración de sí mismo y piensa: “Es el fuego del amor de Dios”.

Confunde su propio orgullo con el Espíritu Santo.
Ese dulce calor de placer se convierte en criterio para todas sus obras. El gusto que encuentra en actos que lo hacen admirable a sus propios ojos, le impele a ayunar, a orar, a ocultarse en la soledad, a escribir muchos libros, a construir iglesias y hospitales o iniciar un millar de organizaciones. Y si tienen éxito piensa que su sentimiento de satisfacción es la unción del Espíritu Santo.
Y la secreta voz del placer canta en su corazón: “Non sum sicut caeteri homines”.
Emprendido este camino, no hay límite para el mal que su satisfacción de sí mismo pueda empujarlo a hacer en el nombre de Dios y de Su amor, y por Su gloria. Está tan contento de sí que ya no le es posible tolerar el consejo ajeno... ni las órdenes de un
superior. Cuando alguien se opone a sus deseos, junta las manos humildemente y parece aceptarlo por un tiempo; pero en su corazón está diciendo: “Soy perseguido por gente mundana. Son incapaces de comprender a quien guía el Espíritu de Dios. Con los santos
siempre ha ocurrido así
”. Después de esto, es diez veces más obstinado.
Cosa terrible es cuando de un hombre así se apodera la idea de que es profeta o mensajero de Dios, o de que le incumbe la misión de reformar al mundo...
".

Thomas MERTON
"Semillas de contemplación"

1 comentario:

  1. Un blogger de aquí Barcelona que se llama Joaquín colgó un texto que en mi opinión se podría relacionar con este de Thomas Merton.

    Ahí va el texto de Joaquín en su blog:

    http://meditacionesdeldia.wordpress.com/2013/04/25/sobre-los-miedos-de-algunos-maestros-y-directores-espirituales/

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