"No hay nada más
positivo, más positivo que la fe por la cual el Creador de todas las
cosas mora y actúa en nuestros corazones. No obstante sabemos por
nuestra historia pasada, que el ideal de “preservar la fe” puede a veces
menguar hasta convertirse en algo muy negativo, enconado y obtuso: un
mero “no” a todo aquello con lo que no estamos de acuerdo. Ya no podemos
permitirnos el lujo de atrincherarnos en nuestro entorno católico y
utilizarlo como una pequeña fortaleza de seguridad en un mundo de
paganos. Ahora, la mayoría de nosotros estamos obligados por nuestra fe
y nuestro amor a la verdad a consagrarnos humilde y enteramente, no
solo al mensaje de Cristo, sino también a todo cuanto es válido en la
cultura y en la civilización humanas, porque esto, también es suyo, por
derecho. No es tan sólo algo que debamos salvar para Cristo, sino más,
no está desvinculado de nuestra propia salvación. Si el Señor de todas
las cosas se hizo carne y santificó a la naturaleza toda, restituyéndola
al Padre por Su Resurrección, también nosotros tenemos nuestra misión
que cumplir extendiendo el poder de la Resurrección al mundo entero por
medio de nuestras plegarias, nuestros pensamientos, nuestro trabajo y
nuestra vida total. Y nada impedirá tan efectivamente que podamos
hacerlo como la división, la discontinuidad de la vida espiritual que
sitúa a Dios y a la oración en un compartimiento, y el trabajo y el
apostolado en otro, como si trabajo y oración fuesen, de algún modo,
antagónicos".
Thomas Merton.
"Los Manantiales de la contemplación".
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