"Hay una especial ironía acerca de la soledad en la comunidad: si alguien es llamado por Dios a la soledad, aunque viva en una comunidad, su soledad será inevitable. Aunque esté rodeado por el consuelo y la ayuda de los otros, los lazos que le unen a ella en un nivel trivial se romperán uno tras otro, de manera que ya no se verá sostenido por ellos, es decir, no estará ya sustentado por los mecanismos automáticos e instintivos de la vida colectiva. Las palabras y el entusiasmo de los que le rodean carecerán de sentido. Sin embargo, él no les despreciará ni les rechazará. tratará de descubrir si existe todavía alguna manera de comprenderles y vivir por ellos. Y descubrirá que las palabras no sirven de nada en esa situación. Lo único que puede ayudarle es la profunda y muda comunión del amor verdadero.
En esos momentos supone un gran alivio ponerse en contacto con otros mediante alguna tarea simple, alguna función del ministerio. Entonces les encuentra no con sus palabras o las de ellos, sino con las palabras y los gestos sacramentales de Dios. La palabra de Dios asume una fuerza y una pureza inefables cuando se la considera la única forma de que un solitario puede llegar eficazmente hasta la soledad de los otros, la soledad de la que los otros son inconscientes.
Entonces comprende que los ama más que nunca, quizá que por primera vez los ama realmente. Hecho humilde por su soledad, agradecido por la obra que le pone en contacto con los otros, sin embargo continúa solo. No hay soledad mayor que la de un instrumento de Dios que se da cuenta de que sus palabras y su ministerio, aunque sean palabras de Dios, no pueden hacer nada para cambiar su soledad y sin embargo comprende que, más allá de toda distinción entre mío y tuyo, le hacen uno con todo el que se encuentra".
Thomas Merton
"Notas para una filosofía de la soledad"
(Humanismo Cristiano)
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