El misterio de
Adviento en nuestras vidas es el comienzo del fin de todo lo que en nosotros no
es todavía Cristo. Es el comienzo del fin de la irrealidad. Y eso, sin duda, es
motivo de alegría. Pero por desgracia nos aferramos a nuestra irrealidad,
preferimos la parte al todo, continuamos siendo fragmentos, no queremos ser”un
solo hombre en Cristo”.
El Cuerpo de Adán
(“hombre”), que debería ser el Cuerpo del Amor de Dios, está desgarrado de
odio. El Cuerpo de Adán, que debería estar transfigurado de luz, es un cuerpo
de oscuridad y mentira. Lo que debería ser Uno en amor está dividido en
millones de hostilidades frenéticas y asesinas. Pero sigue en pie el hecho:
Cristo, el Rey de la Paz, ha venido al mundo y lo ha salvado. Ha salvado al
Hombre, ha establecido Su Reino, y Su Reino es el reino de la Paz.
Adviento, para
nosotros, significa aceptación de ese comienzo totalmente nuevo. Significa una
disposición para hacer que la eternidad y el tiempo se encuentren no sólo en
Cristo sino en nosotros, en el Hombre, en nuestra vida, en nuestro mundo, en
nuestro tiempo. Si hemos de entrar en el comienzo de lo nuevo, debemos aceptar
la muerte de lo viejo. El comienzo, pues, es el fin. Hemos de aceptar el fin,
antes de poder empezar. O más bien, para ser más fieles a la complejidad de la
vida, hemos de aceptar el final en el comienzo, ambos juntos".
Thomas Merton
“Tiempos de Celebración”.
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