En las páginas de uno de sus libros más conocidos, "El signo de Jonás", Thomas Merton dejó algunas reflexiones en torno al sacerdocio ministerial, en el espíritu de aquella primera etapa de su camino espiritual:
“Me parece imposible que pueda sobrevivir aún dos semanas y media sin desfallecer, sin morir de un ataque al corazón, o sin que el monasterio se derrumbe sobre mi cabeza. ¿Cómo es posible que alcance yo algo tan maravilloso como el sacerdocio? ¡Realizar lo único que salva al mundo, le da la salud y hace que los hombres sean capaces de lograr la felicidad! ¡Proseguir el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo y ejecutar todas esas cosas sencillas y fáciles mediante las cuales se cumple la obra de nuestra redención!”. SJ, 216.
“Me parece imposible que pueda sobrevivir aún dos semanas y media sin desfallecer, sin morir de un ataque al corazón, o sin que el monasterio se derrumbe sobre mi cabeza. ¿Cómo es posible que alcance yo algo tan maravilloso como el sacerdocio? ¡Realizar lo único que salva al mundo, le da la salud y hace que los hombres sean capaces de lograr la felicidad! ¡Proseguir el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo y ejecutar todas esas cosas sencillas y fáciles mediante las cuales se cumple la obra de nuestra redención!”. SJ, 216.
“Comprendo que mi vocación es ser un sacerdote y un contemplativo, que mi vocación es la oración. Esto me hace feliz”. SJ, 220.
“La verdad es que disto mucho de ser un monje o clérigo tal como debiera serlo. Mi vida es una gran confusión y mezcla de los semiconscientes subterfugios para rehuir la gracia y el deber. He hecho malamente todas las cosas. He despreciado grandes oportunidades. Mas mi infidelidad a Cristo, en vez de enloquecerme de desesperación, me impele a arrojarme más ciegamente en los brazos de Su misericordia”. SJ, 223.
“Esta será mi oración: que la cortina se descorra cada vez más, para que disminuya la servidumbre de los deseos que gravitan sobre mi vida, para que quede liberado y me acerque más al Señor en todas las misas que celebre. Que cada misa ilumine la oscuridad y sea un paso más hacia el cielo y la visión. Que cada misa sea un enriquecimiento y una liberación para mi alma y para todas aquellas que, en los designios de Nuestra Señora, dependan de esas misas para llegar a la santidad y a la contemplación, para encontrar la libertad y la alegría”. SJ, 221
Textos de Thomas Merton sobre el sacerdocio,
tomados de "El signo de Jonás".
APÉNDICE: Merton, sacerdote en Getsemaní.
María Luisa López Laguna, rcm.
Universidad de Eichi,
Kobe (Japón.
"Se puede decir que la posibilidad de acceso al sacerdocio que le ofrecen los Trapenses es un elemento muy importante para determinar su ingreso en la Abadía de Gethsemani. Aunque su vertiente contemplativa es sumamente fuerte, no sé si para alguno de los oyentes es un secreto a descubrir si digo que Merton dentro de la vida monástica de su monasterio, llevaba una vida súper ocupada. Y no precisamente por escribir libros y artículos, que esa no fue su dedicación fundamental desde el principio, sino un ítem más añadido a sus obligaciones comunitarias, sino por dedicarse al servicio sacerdotal que precisaban sus hermanos: había en Gethsemani un grupo reducido de sacerdotes para atender a una comunidad muy numerosa. Apenas un mes después de su ordenación fue nombrado maestro de los “escolásticos”, es decir, tenía que atender a la formación de los religiosos jóvenes que estaban en período de formación, alguno de ellos para el sacerdocio.
Unos años más tarde fue nombrado maestro de novicios, cargo en el que permaneció durante 10 años. Un noviciado muy plural y muy numeroso, increíblemente numeroso visto desde nuestra época, al que se dedicó en cuerpo y alma, y que absorbió sus mejores energías.
(Esto es importante decirlo, primeramente por ser menos conocida esta actividad de Merton; en segundo lugar porque Merton, como todo “buen trapense”, vivió perfectamente integrado en su vida ordinaria de monje cenobita: vida litúrgica, lectio, trabajo en el campo, pequeños y habituales trabajos comunitarios. Uno de sus mejores libros, El signo de Jonás, es su diario monástico. Es un libro delicioso que narra la vida, día a día, de un monasterio trapense, monasterio semejante a todos los del mundo en esa época. Merton se desenvuelve en esta vida admirablemente, la ama, le gratifica... y le preocupa en tanto en cuanto ayuda o no a llevar una vida contemplativa y a hacer crecer al monje en un itinerario espiritual. Léase el último capítulo del citado libro –“Vigilante contra el fuego”-, testimonio de las páginas más lúcidas de Merton sobre el amor de un monje a su monasterio).
En las diferentes etapas de su propia preparación hacia el sacerdocio, jalonado por la recepción de las órdenes menores y mayores, van surgiendo diferentes hitos o crisis que marcan su acercamiento a tan deseada meta. Es interesante constatar cuando leemos sus Diarios, que ante el agobio de tareas que limitan su tiempo, repetidamente se propone y expone a sus superiores el dejar de escribir, ya sean libros, poemas, artículos, cartas, etc, (es decir lo más adecuado a su inclinación natural); pero jamás aparecen en su pluma palabras de queja acerca de su sacerdocio como peso o rémora para todo ese cúmulo de otras tareas, tan enraizadas en su idiosincrasia. Es decir, no antepone nada a su necesidad de vivir contemplativamente, sacerdotalmente.
(Aquí se plantea una cuestión importante, que quizá pertenezca más a la historia de la espiritualidad monástica y a cómo se han vivido las observancias cenobíticas en los monasterios cistercienses y trapenses en determinadas épocas, momentos en los que el trabajo y una vida espiritual poco equilibrada y carente de lectio divina se ha dejado sentir con dureza sobre personas que entraron al monasterio para algo más que ser “labriegos piadosos”. Los monasterios norteamericanos, tras la II Guerra mundial, recibieron gran cantidad de personas de buena voluntad, pero que no siempre recibían una formación adecuada para la contemplación y para el desarrollo de los valores espirituales de las personas).
Quienes leemos a Merton (no soy la única, desde luego) encontramos sus escritos sabrosos, nutritivos, nos llenan en profundidad. Tal vez la razón de ello esté en esta página de su Diario, escrita el 1 de Septiembre de 1949, al meditar el capítulo 6 del evangelio de san Juan, que se aplica hasta el punto de considerarlo escrito para sí mismo, y del que concluye que en su tarea de escritor él debe ponerse en las cuartillas tal y como es, para ser pan ofrecido y consagrado: “Vivir, orar y escribir iluminado por el Espíritu Santo, desapareciendo yo enteramente para convertirme en propiedad de los demás, como Jesús pertenece a todos en la Misa”.
No es una frase bonita de un momento de fervor, fue el latido hondo del que surgieron todas las letras que escribió. Y ciertamente, es como un maná, un manjar escondido que nos alimenta cuando le leemos.
Esa proyección eucarística no solo se refiere a sus escritos, todo él, toda su vida es pan ofrecido al mundo en dimensiones universales".
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