martes, 3 de junio de 2014

EL DESIERTO HACE AL HOMBRE MUCHO MÁS VULNERABLE

Las alegrías más lúcidas y amargas de la soledad. El desierto real es este: hacer frente a las limitaciones reales de la propia existencia y conocimiento y no tratar de manipularlas o rechazarlas con repugnancia. No embellecerlas con posibilidades. No pretender otras posibilidades mas que aquellas que son realmente posibles en el momento concreto, aquí y ahora. Y, entonces, elegir o rechazar, según uno quiera, sabiendo que esa elección no es una solución para algo, sino meramente un paso más hacia un contexto ligeramente modificado de otras posibilidades, muy pocas, verdaderamente limitadas, muy insignificantes y muy concretas. Darse cuenta de que toda la vida de uno, de cada uno, es precisamente esto. Cuando se vive en sociedad las posibilidades parecen ilimitadas. Uno está en contacto con otras gentes, con otras libertades, otras elecciones; y quién sabe lo que todos los demás pueden elegir en un momento determinado... Todo son posibilidades... Pero cuando se está en soledad, y cuando se ven y se aceptan las limitaciones reales, entonces esas limitaciones se desvanecen, y se abren nuevas posibilidades ante uno. El presente está ahí, contundente, ilimitado. El único modo de aferrarlo en toda su extensión es despejar las limitaciones que nosotros colocamos en él mediante futuras expectativas, esperanzas y planes, o conjeturas, o lamentos sobre el pasado, o intentos de explicaciones de algo que hemos vivido y con lo que deseamos seguir viviendo. ¿Vivir con ello? Vivir con algo que hemos experimentado en el pasado es poner limitaciones al presente. Así y todo, el pasado entra en nuestro presente: es la limitación contra la que debemos hacer valer nuestra desventaja”.

Thomas Merton

"Merton estaba viviendo un momento delicado de su vida. Había conseguido la ansiada ermita, grandes espacios de soledad, cierta independencia. Pero ante los acontecimientos habidos, y que no es cuestión tratar aquí ahora, su abad le hace una observación importante, y cariñosa, a la que Merton no da importancia, pero a veces hay que hacer caso a quien habla como lo hizo Dom James: - “Obviamente, él piensa que la ermita ha sido demasiado para mí y me ha hecho excesivamente vulnerable...”  Y confiesa sin ambages, tras unas páginas bellísimas de una sinceridad impresionante, a propósito de los acontecimientos a que hacíamos referencia: 
“...Yo no soy tan avispado ni tan estable como me imaginaba”.
Efectivamente, el desierto hace al hombre mucho más vulnerable que el vivir en medio de la sociedad, donde nos parece que hay más acoso y más peligro.

Francisco R. de Pascual.

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