En el año que estamos comenzando celebramos el centenario
del nacimiento de Thomas Merton.
Yo he seguido una lectura y un estudio sistemático de su vida y su obra, ante todo, porque se fue convirtiendo en un maestro espiritual para mí y porque creo que su experiencia, su propuesta, su testimonio espiritual, siguen siendo actuales, importantes y necesarios.
Yo he seguido una lectura y un estudio sistemático de su vida y su obra, ante todo, porque se fue convirtiendo en un maestro espiritual para mí y porque creo que su experiencia, su propuesta, su testimonio espiritual, siguen siendo actuales, importantes y necesarios.
Para todo creyente la llamada a la santidad
sigue siendo un desafío. ¿Cómo seguir viviendo y proponiendo hoy esa llamada
desde modelos concretos, atractivos, convincentes? Merton, como figura
relevante dentro del horizonte de la espiritualidad, no solo dentro del marco
cristiano, nos ayuda a redescubrir algunas claves importantes.
Este monje contemplativo católico, que nació el 31 de enero
de 1915 en Prades, Francia, vivió los primeros años de su vida en Europa. Su
juventud estuvo marcada por una necesidad de plenitud que le condujo, como a
otros grandes conversos, por caminos complejos y oscuros, hasta que el
encuentro con la fe católica produjo en él una verdadera transformación. Luego de recibir el bautismo y de descubrir
su vocación sacerdotal, entró en un monasterio de la orden contemplativa de los
trapenses en los Estados Unidos y allí vivió el resto de su vida; convertido en un notable escritor, sus libros
ayudaron a mucha gente a redescubrir el camino de Dios. Sus búsquedas
espirituales lo llevaron al compromiso con los grandes problemas sociales de su
tiempo, y luego hasta Asia, para confrontar y enriquecer su propia tradición y
saber con los de otras religiones.
Merton es prototipo del hombre de su tiempo, que abraza la
fe sin renunciar a la razón, cuya inteligencia y sensibilidad artística le
permitieron ver más allá de lo tradicional y lo devocional sin renunciar a
esto, que intenta combinar en su persona lo paradójico del ser humano, que ama
la soledad y a la vez la comunidad, el silencio y la palabra, la fe y la vida,
lo personal y lo universal.
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