miércoles, 14 de enero de 2015

LEER A MERTON, ESCUCHAR CON MERTON

“Lo que más valoro de los ratos que pasé con Merton no es una cosa concreta de todo cuanto me dijo, sino que todo lo que me decía equivalía a una invitación a unirme a él 
en la escucha silenciosa de Dios…

No hay que esforzarse demasiado para descubrir esa invitación a escuchar que resuena en todo cuanto Merton dice. El lector descubrirá esa llamada a escuchar si es capaz de demorarse en las palabras de Merton y no pasa apresuradamente por encima del tesoro escondido que le invita a descubrir. Lo que resulta verdaderamente irresistible es que, a medida que uno aprende a escuchar, empieza a constatar que ese tesoro es la presencia misma de Dios dentro de uno, que te llama a existir como alguien a quien Dios atesora eternamente.

Cuando aprendemos a leer a Merton de este modo, las pausas entre sus frases se hacen más largas.  El silencio, engendrado por una simple frase que te fuerza a dejar de pensar, se hace más profundo.  En este obsequioso silencio empezamos a constatar que la suave y tranquila voz de Dios, que reverbera en las palabras de Merton, reverbera igualmente dentro de nosotros y en cada una de las horas de nuestra vida.

Sintonizando de esta manera con los escritos de Merton, es perfectamente posible empezar a tener la sensación de que te habla directamente cuando te dice:

“El mero hecho de que estando atentos, aprendiendo a escuchar (o recobrando la capacidad natural de escuchar que, al igual que la respiración, es algo que no puede aprenderse), podemos descubrirnos a nosotros mismos inmersos en una felicidad que no es posible explicar: la felicidad de estar en armonía con todo cuanto se oculta en el fundamento mismo del Amor, para el que no hay explicación posible.  Supongo que lo que más feliz me hace es el hecho de reconocernos unos a otros en este espacio metafísico del silencio y la felicidad y, por un instante, adquirir una cierta sensación de que estamos “llenos de paraíso sin saberlo” 

No sabemos que estamos llenos de paraíso porque estamos tan llenos de nuestro propio ruido que no podemos escuchar el cántico de Dios llamándonos a nosotros y a todas las cosas a la existencia.  Por eso Merton nos muestra el camino a casa, entregándose a Dios en el silencio. Y se entrega tan completamente a Dios en el silencio que, cuando comienza a hablar, su voz y la voz de Dios se mezclan un una polifonía de gracia y gloria que hace que nuestro propio corazón empiece a agitarse y a despertar. …Cuando aprendemos a reconocer y escuchar esa polifonía, nos transformamos. Y cuando nos transformamos, empezamos a constatar que “estamos llenos de paraíso, sin saberlo. “

JAMES FINLEY

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.