“Lo que más valoro de los ratos que pasé con Merton no es
una cosa concreta de todo cuanto me dijo, sino que todo lo que me decía
equivalía a una invitación a unirme a él
en la escucha silenciosa de Dios…
No hay que esforzarse demasiado para descubrir esa
invitación a escuchar que resuena en todo cuanto Merton dice. El lector
descubrirá esa llamada a escuchar si es capaz de demorarse en las palabras de
Merton y no pasa apresuradamente por encima del tesoro escondido que le invita
a descubrir. Lo que resulta verdaderamente irresistible es que, a medida que
uno aprende a escuchar, empieza a constatar que ese tesoro es la presencia
misma de Dios dentro de uno, que te llama a existir como alguien a quien Dios atesora
eternamente.
Cuando aprendemos a leer a Merton de este modo, las
pausas entre sus frases se hacen más largas.
El silencio, engendrado por una simple frase que te fuerza a dejar de
pensar, se hace más profundo. En este
obsequioso silencio empezamos a constatar que la suave y tranquila voz de Dios,
que reverbera en las palabras de Merton, reverbera igualmente dentro de
nosotros y en cada una de las horas de nuestra vida.
Sintonizando de esta manera con los escritos de Merton,
es perfectamente posible empezar a tener la sensación de que te habla
directamente cuando te dice:
“El mero hecho de que estando atentos, aprendiendo a
escuchar (o recobrando la capacidad natural de escuchar que, al igual que la
respiración, es algo que no puede aprenderse), podemos descubrirnos a nosotros
mismos inmersos en una felicidad que no es posible explicar: la felicidad de
estar en armonía con todo cuanto se oculta en el fundamento mismo del Amor,
para el que no hay explicación posible.
Supongo que lo que más feliz me hace es el hecho de reconocernos unos a
otros en este espacio metafísico del silencio y la felicidad y, por un
instante, adquirir una cierta sensación de que estamos “llenos de paraíso sin
saberlo”
No sabemos que estamos llenos de paraíso porque estamos
tan llenos de nuestro propio ruido que no podemos escuchar el cántico de Dios
llamándonos a nosotros y a todas las cosas a la existencia. Por eso Merton nos muestra el camino a casa,
entregándose a Dios en el silencio. Y se entrega tan completamente a Dios en el
silencio que, cuando comienza a hablar, su voz y la voz de Dios se mezclan un
una polifonía de gracia y gloria que hace que nuestro propio corazón empiece a
agitarse y a despertar. …Cuando aprendemos a reconocer y escuchar esa
polifonía, nos transformamos. Y cuando nos transformamos, empezamos a constatar
que “estamos llenos de paraíso, sin saberlo. “
JAMES FINLEY
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.