viernes, 10 de julio de 2015

SOBRE LA MONTAÑA DE LOS SIETE CÍRCULOS

En la revista SUR, del año 1950, apareció un artículo que comentaba la edición de Sudamericana de la autobiografía de
Thomas Merton, “La montana de los siete círculos”, firmado por Mario Albano. Reproduzco algunas ideas que creo resultarán de interés a quienes se acercan hoy a este libro, el más famoso del monje trapense.

Este es un libro autobiográfico. Comprende los primeros treinta años de vida de Thomas Merton, un joven escritor que conoció todo cuanto puede conocer un hombre que posea inteligencia y dinero (o que ciertas contingencias personales le permitan recorrer mundo; lo lleven, por ejemplo, a la Capilla Sixtina, al Louvre, a Cambridge, a Columbia University, a la Habana) y que ahora, convertido al catolicismo, es cartujo en el monasterio de Gethsemaní, Kentucky. En resumen: es el testimonio de esa aventura deslumbrante y a menudo durísima que es la juventud de un hombre; aventura que en Thomas Merton se perfila como la búsqueda, el tanteo, el padecimiento y el hallazgo de Dios. Por su argumento, es una crónica y una confesión (debido a ello, sin duda, ha sido un betseller en Norteamérica); por su tono, llega a ser un alegato, y en algunos capítulos, un himno purísimo. Constantemente suscita la reflexión, la polémica. Está bien escrito, en una prosa natural que se adapta sin esfuerzo a las sinuosidades del pensamiento y comunica poder e interés a las cosas que describe. Una prosa, en fin, de quien no siente ya la necesidad de redondear sus palabras y está empeñado, por eso mismo,  en la más difícil tarea de expresar su espíritu con fidelidad”.

Luego, el autor desgrana sus objeciones, también de interés, que creo fueron suscritas años más tarde por el propio Merton; dice que el libro, a pesar de lo dicho antes, no le convenció plenamente, por su catolicismo proselitista y encendido.

“Hay en el autor una escrupulosidad excesiva de converso; como muchos apasionados, es demasiado estricto para no ser unilateral. A menudo, cuando expone sus sentimientos e ideas, se aleja de ese vasto universo de contrarias armas, de ese constante y complejo matrimonio de cielo y tierra que es el catolicismo. Desde su celda el monje repudia su paso por el mundo, sus idas y venidas por tantas ciudades diferentes. Muchas cosas que podrían regocijar a un cristiano son señaladas en La montana de los siete círculos como algo obvio y superable, aunque no siempre superado. Las grandes capitales, la camaradería bulliciosa y áspera que se improvisa entre los jóvenes, el hallazgo deslumbrante del amor, son evocados con demasiada frecuencia en sus aspectos inevitablemente penosos, y pocas veces en sus también inevitables aspectos magníficos; como si todas las experiencias humanas no fueran un pretexto para ir hacia Dios sino un pretexto estéril, sin finalidad y grandeza. Comprendo que su punto de vista es cristiano; por eso quiero recordar que la soledad cristiana, en sus más altas expresiones, es una superación, y no un desdén; una levitación, y no una huida; entre otras causas, porque en este mundo ha acontecido la encarnación del Dios de los cristianos, y porque, de todas las formas de contemplación, una de las más válidas es esa forma de activa contemplación divina que, según los teólogos, se llama caridad. Sí, Hay demasiado repudio en el cosmos de Merton. Una especie sutil de repudio, no siempre perceptible en algunas páginas, pero que surge a lo largo de su testimonio. También conviene subrayarlo porque La montana de los siete círculos es, ante todo, un libro de recuerdos mundanales y está dirigida a los hombres que viven en el mundo”.

Para terminar, reconoce el autor que el libro de Merton “es una obra lúcida e intensa” en la que encuentra el lector muchos hallazgos, y a pesar de su  mirada crítica cree ver en esta obra “una absoluta vocación por las cosas que Dios ha establecido en el mundo”, frente a quienes amenazan siempre con desertar de él.

Merton conoció el artículo de Mario Albano, y testimonia en una de sus cartas que lo leyó con agrado; es indudable que la visión de Merton fue cambiando con su propia maduración espiritual,  y él mismo acabó no reconociéndose en lo que escribió en su autobiografía, y asumiendo una mirada más amable y compasiva sobre el mundo que le rodeaba y el tiempo que le tocó vivir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.