lunes, 16 de noviembre de 2015

MERTON CRITICADO 1


No es muy raro encontrar en algunos medios, artículos o comentarios que critican a Merton, incluso que lo descalifican como monje o que cuestionan su condición de cristiano. Como este blog pretende reflejar diferentes puntos de vista  sobre su vida y su obra, reproducimos aquí un artículo que leímos recientemente en internet.

" Centenario de un gran escritor pero monje poco ejemplar.
EL ENIGMA DE THOMAS MERTON

En la Biografía que escribió de su buen amigo desde la juventud
 -Thomas Merton- el escritor y artista Edward Rice cuenta que a una dama oriental que le preguntó que estaba haciendo, le contestó que “estaba escribiendo un libro sobre un inglés que se hizo comunista, luego católico, más tarde monje trapense y finalmente budista; en ese momento, habiendo alcanzado su vida la plenitud, murió”. Tal descripción del popular monje fallecido hacía poco sentó muy mal en círculos católicos norteamericanos y peor todavía en su abadía de Gethsemani, de la que salieron en defensa de la identidad católica de Merton, cuyo cuerpo yacía como el de un monje más en el cementerio monástico.

 Esta anécdota nos sirve como punto de partida para recordar a ese gran enigma que fue Thomas Merton. Sobre él comenta el experto historiador del monacato benedictino, García M. Colombás en su libro “La tradición benedictina”, que nos sirve de base para estas líneas: “Es un mundo, un universo. Lleno de luces y sombras, de afirmaciones rotundas y de dudas lacerantes. ¿Quién fue realmente Thomas Merton? Ni él mismo logró dilucidarlo” De él se ha dicho también que fue “el monje más famoso del mundo” (Linage Conde) e incluso “una suerte de San Bernardo del siglo XX” (Dom Jean Leclerq). Pero, ¿realmente fue tal?

 Sigue diciendo el P. García Colombás que “tanta es la devoción que los ‘mertonianos’ profesan a su maestro y caudillo que no dudan en darle la razón en todo y aún en canonizar sus yerros como gracias especialísimas de Dios. Lo que no está en modo alguno de acuerdo ni con la verdad ni con lo que él deseaba”. Su fama la conocemos todos como escritor best-seller traducido a casi todos los idiomas de la tierra, pero, quizás muchos  no conozcan sus yerros, que difícilmente encontramos divulgados en los muchos libros que hablan del famoso monje.

Nacido en Prades, Francia, el 31 de enero de 1915 -se acaba de celebrar el centenario- de padre neozelandés y madre norteamericana, perdió a su madre a los 6 años y a su padre a los 18, lo cual le influyo toda su vida, como él mismo escribirá años después. Creció en Inglaterra y tras una azarosa y apasionada vida de estudiante universitario de letras en Cambridge y después en Columbia, en Nueva York -en la cual tuvo un hijo con una amiga y a través de abogados se aseguró de no tener que volver a ver nunca más ni a la madre ni al hijo- ya al final de los estudios a través de amigos conoció a un monje hindú el cual le cambió su vida: Le recomendó con gran sentido común que si quería profundizar en la espiritualidad se leyese primero a los místicos occidentales. Esto le llevó a leer las Confesiones de S. Agustín y la Imitación de Cristo. Eran los primeros pasos que le llevaron a la conversión y a recibir el bautismo en noviembre de 1938.

 A partir de su conversión empezó a rondar en su cabeza la idea de la vida religiosa y lo intentó primero con los Franciscanos de Nueva York, pero estos, escandalizados por su pasado, no se atrevieron a aceptarlo. Mientras tanto había conocido a los Trapenses de Gethsemani (Kentucky) y había quedado fascinado por su vida, pues eran tiempos de bonanza para la abadía y no faltaban las vocaciones, la comunidad florecía. Sus deslices de tiempos de universitario no fueron un obstáculo para que los Trapenses le admitiesen, pues en efecto en aquellos tiempos la vida de la Trapa se veía fundamentalmente como un camino de dura vida penitencial. Pero supuso también romper con su vida anterior, regalar sus ropas y sus libros, olvidarse de sus aspiraciones literarias que le habían hecho soñar con un gran porvenir en el mundo de las letras, con las cuales había hecho ya sus primeros pinitos, y sumergirse en las tierras perdidas de Kentucky, cosa que hizo en febrero de 1942. Al comenzar su vida monástica le dieron un nuevo nombre, Louis.  y el vivió estos inicios con entusiasmo y con el alma en paz. El escribir se había acabado para siempre, y así se lo planteó desde el comienzo de su postulantado. Pero eran solamente los comienzos…

 Pues resultó que dom Frederic Dunne, el abad que lo acogió, estaba protegiendo a uno de los monjes de la comunidad, el P. Raymond Flanagan, cuyos libros ya habían reportado conversiones, vocaciones e incluso donaciones. Y, pese a que los trapenses en general miraran de reojo a los monjes que escribían y publicaban, dom Frederic quiso que Merton siguiera escribiendo traducciones del francés y obritas piadosas para la edificación de los buenos católicos americanos. Incluso quiso que siguiera componiendo poemas, pero con la condición que no apareciera en sus libros su nombre monástico, que como hemos visto  era Louis, sino el nombre civil: Thomas Merton.

 Pero sin quererlo dom Frederic fue la causa de una serie de escrúpulos, dudas y propósitos nunca cumplidos que amargaron la vida de Merton. La lucha intestina entre el escritor y el monje empezó casi enseguida y no cejó nunca del todo durante muchos años. Hablando de su “yo” escritor escribiría él mismo años más tarde: “Es un hombre de negocios. Está lleno de ideas. Respira conceptos y proyectos nuevos. Engendra libros en el silencio que debiera ser dulce con la oscuridad infinitamente fecunda de la contemplación. Y, lo peor del caso, tiene a mis superiores de su parte. No le expulsan. No puedo librarme de él. Acaso al final me matará, beberá mi sangre. Nadie parece comprender que uno de los dos debe morir”

 Pero no fue el Merton escritor el que murió sino todo lo contrario. Poco después desde fuera del monasterio, a través de sus amigos, le llegó la oportunidad de contar su vida. No le fue fácil salirse con la suya. Su Abad le protegía pero la cúpula de la Orden se mostraba desfavorable, pues nada más inaudito en aquella época que un monje de 31 años pretendiendo revelar la película de su vida ante el público con el pretexto de contar su conversión. La obra, que se iba a titular “La montaña de los siete círculos” en referencia a la Divina Comedia de Dante, tuvo muchos problemas con la censura de la Orden: demasiado sexo, demasiado alcohol, demasiadas confidencias sobre aspectos internos de la Orden… a fuerza de suprimir páginas y páginas, de modificar, pulir  edulcorar el texto, se logró el permiso de los superiores.

 Por fin se publicó la obra, auténtico best-seller de su tiempo en los Estados Unidos y en muchos otros países, y esto cambió la obra de su autor. Al principio reaccionó con la humildad propia de un buen monje, pero luego tuvo que atender al correo, cada vez más abundante, y continuar escribiendo y publicando. Su lucha interior se debatirá en los años siguientes entre periodos de gran fecundidad y otros en los que voluntariamente dejará de escribir, pero que van siendo menos frecuentes, se quería alejar de la máquina de escribir pero no podía. Jim Forrest dirá que fue un gran escritor “no por alguna razón especial, sino porque no podía dejar de escribir”. Llegó un momento en 1949 en que se convenció de la necesidad de combinar ambos aspectos de su vida, el ser monje y escritor: “Me parece que escribir, lejos de oponerse a la perfección espiritual… se ha convertido en una de las condiciones de las que mi perfección va a depender”. A partir de entonces se esforzó lealmente por corresponder a su doble vocación de monje y escritor, y por algunos años -sobre todo los primeros- lo hizo de modo ejemplar, pero en otras épocas, sobre todo los últimos años, las exigencias y los instintos mundanos de Thomas prevalecieron sobre las piadosas intenciones del P. Louis."

..Continúa.

Publicado en TEMAS DE HISTORIA DE LA IGLESIA. BLOG DE ALBERTO ROYO MEJIA
http://infocatolica.com/blog/historiaiglesia.php/1502260940-centenario-de-un-gran-escritor



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