..."En la vida de Merton hubo claramente dos pasiones: la
contemplación y la escritura o, por decirlo más categóricamente, el
silencio y
la palabra. Desde muy joven, Merton experimentó la pasión por callar y, más que
eso, por silenciarse y escuchar; y desde muy joven, también, antes aún, la
pasión por escribir y comunicar, por explorarse a sí mismo y al mundo por medio
de la prosa, por arrancar a las palabras, frase a frase, su verdad.
Hay muchos autores en quienes la pasión mística y la
literaria se cruzan. Ahí están Novalis, por ejemplo, o Tolstói, Stifter, Hesse,
Kafka, Lindgren, mi querida Simone Weil o nuestro Unamuno… La lista es casi
infinita, y en alguna ocasión he jugado a confeccionarla. Pero esta conjugación
del arquetipo espiritual con el artístico, tan sanjuanista, esta confluencia de
la experiencia estética con la extática es particularmente elocuente en el caso
de Merton, como demuestra su patente actualidad y la continua reedición de sus
libros. La pregunta es por qué.
Dice Evelyn Underhill que el silencio «no envuelve a sus
iniciados en una calma aislada y sobrenatural, ni los aísla del dolor y el
esfuerzo de la vida cotidiana», sino que «más bien les otorga una renovada
vitalidad, administrando al espíritu humano no -como algunos suponen- un
bálsamo sedante, sino el más poderoso de los estimulantes». Valga esto para
casi todos los contemplativos, pero muy en especial para Merton, quien
desarrolló en los últimos años de su vida, junto a la pasión por el silencio y
la palabra -y claramente derivada de ellas-, una pasión por el gesto y la
acción.
En efecto, Merton no fue ni mucho menos sólo un orante que,
a fuerza de contarnos y de contarse su relación con el misterio, logró
enseñarnos a valorar la esfera de lo religioso. Merton fue un entusiasta del
diálogo, un pionero del encuentro intermonástico y un profeta de la meditación
en el mundo contemporáneo. Quiso por ello encontrarse con todos los que en su
tiempo compartían sus pasiones y podían aportarle algo.
Estudió a fondo, se carteó o se entrevistó con León Bloy,
Paul Claudel, Peter Van der Meer, Rilke, Thoreau, Julien Green, Matsuo Basho,
Raissa Maritain, Albert Camus, D. T. Suzuki, Pessoa… Y en los últimos años de
su vida, y eso que había hecho voto de estabilidad monástica, viajó como el más
impenitente de los viajeros, pasando buena parte de las noches, por no decir la
mayoría, fuera de su celda y a miles de kilómetros de su monasterio.
Un monje viajero es una contradicción en sí misma, Merton lo
fue. Tan contradictoria fue su fiebre viajera y su apología de la quietud como
su defensa del silencio en medio de la más exuberante grafomanía. Pero Merton
sintió la llamada, no simplemente el deseo, de verificar en la historia todo lo
que había contemplado y escrito, todos sus hallazgos y búsquedas.
En la parábola
vital de este monje literato y peregrino veo, admirado, un itinerario ejemplar
Como Teresa de Jesús -y el suyo fue uno de los poquísimos
casos en su siglo-, Merton fue un apasionado del silencio, de la palabra y de
la acción, alcanzando en cada uno de estos ámbitos algo parecido a la plenitud.
La pasión mística, poética y fundadora de la santa de Ávila la vivió Merton a
su modo en el pasado siglo. Por eso su biografía es su mejor obra, por eso
resulta evidente que su figura es un arquetipo.
Salvando todas las distancias, en el espejo de Merton no
puedo por menos de ver un reflejo de mí mismo. Pero yo no soy un escritor tan
insigne como él, aunque ya me gustaría; ni un místico tan profundo y agudo, lo
que aún me gustaría más; tampoco un pontífice del diálogo, como él lo fue, o un
apóstol de la meditación, sino sólo un aprendiz. Pero en la parábola vital de
este monje literato y peregrino veo, admirado y agradecido, un itinerario
ejemplar. Saber que él ya ha recorrido la senda a la que yo mismo he sido
llamado, y que la ha transitado de forma tan cabal, hace que mi propio camino
sea más llano y más ligera y llevadera mi aventura vital."
PABLO D ORS. ABC Cultural, 19 de noviembre de 2015
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