" Por encima de la finitud, del espacio y del tiempo, el
amor infinitamente infinito de Dios viene y nos toma. Llega justo a su hora.
Tenemos la posibilidad de aceptarlo o rechazarlo. Si
permanecemos sordos, volverá una y otra vez como un mendigo, pero también como
un mendigo llegará el día en que ya no vuelva. Si aceptamos, Dios depositará en
nosotros una semillita y se irá. A partir de ese momento, Dios no tiene que
hacer nada más, ni tampoco nosotros, sino esperar. Pero sin lamentarnos del
consentimiento dado, del "sí" nupcial. Esto no es tan fácil como
parece, pues el crecimiento de la semilla en nosotros es doloroso.
Además, por
el hecho mismo de aceptarlo, no podemos dejar de destruir lo que le molesta;
tenemos que arrancar las malas hierbas, cortar la grama. Y, desgraciadamente,
esta grama forma parte de nuestra propia carne, de modo que esos cuidados de
jardinero son una operación cruenta. Sin embargo, en cualquier caso, la semilla
crece sola. Llega un día en que el alma pertenece a Dios, en que no solamente
da su consentimiento al amor, sino en que, de forma verdadera y afectiva, ama.
Debe entonces, a su vez, atravesar el universo para llegar hasta Dios. El alma
no ama como una criatura, con amor creado. El amor que hay en ella es divino,
increado, pues es el amor de Dios hacia Dios que pasa por ella. Sólo Dios es
capaz de amar a Dios. Lo único que nosotros podemos hacer es renunciar a
nuestros propios sentimientos para dejar paso a ese amor en nuestra alma. Esto
significa negarse a sí mismo. Sólo para este consentimiento hemos sido creados."
SIMONE WEIL. A la espera de Dios.
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