En estos días, un documento del Papa Francisco, la exhortación apostólica “Gaudete et Exsultate” resalta un tema fundamental para nosotros en este blog: la santidad. Fue también primordial para Merton y lo abordó mucho en su obra con intuiciones cada vez más precisas, más humanizadoras, siempre en desarrollo creciente. Hoy traemos algunas ideas que aparecen en uno de sus primeros libros (1949)
“Uno de los primeros signos del santo es el hecho de que los
otros no saben que pensar de él”
SEMILLAS DE CONTEMPLACIÓN.
“Un árbol da gloria a Dios, ante todo, siendo un árbol.
Porque al ser lo que Dios quiere que sea, está imitando una idea que está en
Dios y que no es distinta de la esencia de Dios, y por lo tanto un árbol imita
a Dios siendo un árbol. Cuanto más un árbol es como un árbol, tanto más es como
Dios”.
“Para mí, ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el
problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir
quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser
lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el
problema es este: puesto que sólo Dios posee el secreto de mi identidad,
únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente él puede hacerse
quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser”.
“Por muchas absurdas razones, (algunos) están convencidos de
que están obligados a convertirse en alguien que murió doscientos años antes y
vivió en circunstancias completamente ajenas a las suyas”
“El santo es distinto de todos los demás hombres precisamente
porque es humilde"
"Conténtate de no ser todavía santo, aunque te percates de
que la única cosa por la cual vale la pena vivir es la santidad. Así estarás
satisfecho dejando que Dios te guíe hacia la santidad por caminos que no puedes
comprender. Pasarás por una oscuridad en que ya no te preocuparás por ti mismo
ni te compararás con los demás. Los que han seguido este camino hallaron
finalmente que la santidad está en todo y que Dios los rodea por todas partes.
Después de abandonar todo deseo de competir con los demás, se despiertan de
pronto y descubren que el gozo de Dios está en todas partes y pueden
regocijarse por las virtudes y bondad de su prójimo más que como habrían podido
hacerlo por las suyas propias. Están tan deslumbrados por el reflejo de Dios en
las almas de los hombres con quienes viven, que ya son incapaces de condenar lo que ven en el
otro. Aun en los mayores pecados pueden ellos ver bondad y virtudes que nadie
más puede ver. En cuanto a sí mismos, si todavía se consideran, ya no se
atreven a compararse con otros. Esa idea se hizo ya impensable. Pero ya no es
fuente de gran sufrimiento y lamentación: han alcanzado finalmente un punto en
que dan su propia insignificancia por supuesta y ya no se interesan
en sí
mismos”.
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