El ego tiene la habilidad de apropiarse de todo, llegando incluso a presumir de no tener ego. Esto sucede porque, al ser pura imagen, no puede vivir sino de apariencia, a la que subordina todo lo demás. Entonces, puede dar mucho, rezar más, mortificarse,o ayunar en exceso, pero todo eso no hace más que perjudicar a la persona en su camino de despertar, la mantiene dormida, alimentando sus propios límites.
Jesús propone algo diferente, algo mejor: no se trata de una mayor exigencia, porque al ego eso no le asusta, al contrario, sino de alcanzar una mayor sabiduría, una mayor libertad; abrir los ojos y VER lo Real. Las prácticas religiosas deben ayudarte a desapropiarte del ego, a hacerte comprender que eso que alimentas no constituye tu verdadera identidad.
Eso se descubre y se vive cuando tu mano izquierda no sabe lo que hace tu derecha. Es el silencio del yo.
Pero sucede que las personas religiosas rivalizan a menudo en exigencia y perfección, como si la intensidad de la mortificación determinara su valor. Jesús, sin embargo presenta la vida como una "boda" en la que Él es "el novio". De una práctica religiosa de tonos fúnebres se pasa a una fiesta de bodas; mucha gente ve la religión como cosa triste y solemne, pero Jesús presenta su camino con sencillez y alegría.
No resulta fácil dejar nuestros esquemas aprendidos, la rigidez y el automatismo en la práctica religiosa, pero no hay que dejar de presentar el camino espiritual con nuevos términos, y de buscar siempre lo nuevo que sale a nuestro encuentro, de modo que consigamos comprender lo esencial del mensaje de Jesús.
Las prácticas cuaresmales constituyen siempre una oportunidad para recuperar el camino que conduce a la Vida, que nos hace salir de nosotros mismos para experimentar la comunión con la Fuente del Ser, saliendo de nosotros mismos; perdiendo la vida para ganarla, pero en buena lid, no alimentando nuestro ego, sino incorporándonos a Cristo y viviendo una vida nueva en Él.
Recreado de un texto de Enrique Martínez Lozano
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