"La única vez que me encontré con Thomas Merton me impresionó su actitud llana, propia de alguien con los pies bien puestos en la tierra. Durante un retiro en la Abadía de Getsemaní, dos estudiantes de la Universidad de Notre Dame que habían concertado un encuentro con Merton a orillas del lago me pidieron que me sumara al mismo. La conversación fue muy animada. Hablamos un poco sobre los abades, otro tanto sobre Camus, y todavía un poco más sobre la escritura. Tomamos cerveza, contemplamos el agua y dejamos transcurrir momentos de silencio; nada muy especial, profundo ni «espiritual». De hecho, fue un poco decepcionante. Probablemente hubiera esperado algo fuera de lo usual, algo que pudiera comentar con otras personas o que pudiera contar cuando escribiera a casa. Sin embargo, Thomas Merton se comportó como un ser humano cabal, sano, alguien que no estaba dispuesto a actuar para satisfacer nuestra curiosidad. Era uno más entre nosotros.
Más tarde, cuando estudié los libros de Merton y pude impartir un curso sobre su vida y sus escritos y escribir una pequeña introducción a su pensamiento, agradecí mucho ese encuentro que no había tenido nada de espectacular. Me di cuenta de que cada vez que me sentía tentado a dejarme llevar por ideas sublimes o aspiraciones etéreas, me bastaba con acordarme de aquella tarde para volver a pisar tierra. Siempre que traía de nuevo a mi mente la imagen de aquel hombre sencillo, de vaqueros gastados, abierto, expansivo, risueño, amistoso y natural, me daba cuenta de que Merton no fue y no es sino una ventana a través de la cual quizás podamos captar un atisbo de Aquel que le había llamado a una vida de oración y soledad. Cualquier intento de ponerlo en un pedestal no solo le horrorizaría sino que está en las antípodas de lo que Merton representaba. El mismo Merton lo expresó de forma inequívoca cuando, después de veinte años de vida monacal, escribió: «Mi monasterio… es un lugar en el que desaparezco del mundo como un objeto de interés a fin de estar en todas partes por medio del ocultamiento y la compasión» (Prefacio a la edición japonesa de La Montaña de los Siete Círculos).
Volver a hacer de Merton un objeto de interés sería como usurparle póstumamente su vocación. Pertenecía a la esencia de su vocación dejar morir a su «interesado e interesante» viejo yo para recibir un nuevo yo que se halla oculto en Dios".
Henri Nouwen
(Fragmento de su prólogo a El Palacio del Vacío de Thomas Merton, de James Finley)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.