"A mí, como creyente en Cristo, me desconcierta la afirmación de que los ateos, los musulmanes y los budistas deberían aceptar sin problemas la cruz porque forma parte de nuestra cultura. Me desconcierta casi tanto como ver a políticos no creyentes en una celebración eucarística –por ejemplo con motivo de los llamados «funerales de Estado» o de las fiestas patronales– y, para mayor oprobio, ocupando un lugar de honor. En mi humilde opinión, la secularización interna de la Iglesia –que los obispos critican con toda razón– no es consecuencia solamente del reduccionismo ético de la fe o de las propuestas teológicas deficientes, sino también de esa complacencia ante el cristianismo cultural.
Es sabido que los primeros cristianos, practicando la llamada «ley del arcano», ocultaron los sacramentos a la mirada de quienes eran incapaces de venerarlos. Incluso los catecúmenos, una vez terminada la liturgia de la Palabra, debían abandonar el templo. Me gustaría que los cristianos actuales sintiéramos, como ellos, un poco de «pudor metafísico». Como decía Metz, «la misma sociedad profana conoce algo denominado protección de datos. Al parecer, la Iglesia no conoce algo así como protección del misterio».
En todo caso, yo estaría dispuesto a admitir –un poco a regañadientes– la presencia del crucifijo entre los incrédulos poscristianos cuando evoque para ellos valores humanos. Pero lo que ya me resulta absolutamente incomprensible es que queramos mantenerlo entre quienes provoca resonancias negativas y piden expresamente su retirada. En tales casos deberíamos más bien preguntarnos con preocupación qué hemos hecho los cristianos para que el crucifijo provoque en ellos semejante repulsa".
Luis González-Carvajal
Cristianos sin Iglesia
(Revista Concilium 340 (abril 2011)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.