"Mi intención consiste en entregarme por entero y sin compromisos a cualquier tarea que Dios desee ejecutar en mí o a través de mí. Pero este ofrecimiento no constituye algo absolutamente indefinido y a ciegas. Está ya definido por el hecho de que Dios me ha dado una vocación contemplativa. Al hacerlo así, Él me ha señalado un camino, una meta. Esto es lo que he de tener presente, porque tal es la voluntad divina. Cierto que implica la renuncia a los negocios, ambiciones, honores, placeres y cualquier actividad mundana. Implica tan sólo un mínimo de interés por las cosas temporales. Sin embargo, he prometido hacer cuanto pueda pedirme legítimamente un superior. Y esto, en determinadas circunstancias, puede implicar el sacrificio de la contemplación. Pero me parece que este sacrificio sólo puede ser cosa momentánea; no puede implicar el sacrificio de la totalidad de la vocación contemplativa como tal.
Con todo, lo importante no es vivir para la contemplación, sino vivir para Dios. Lo cual resulta obvio, puesto que, en fin de cuentas, en eso consiste la vocación contemplativa. Por esta razón lo mejor es tomar la obediencia religiosa al pie de la letra. Tan pronto como se intenta condicionar la obediencia, la mente se torna inapta para la contemplación. Se halla dividida porque tiene que escoger entre sus propias inclinaciones y la voluntad del superior. La mente se reserva, en este caso, todo un campo inútil de actividad interior (a saber, juzgar los mandatos que recibe), lo que inevitablemente se halla en pugna con la contemplación".
Thomas Merton
El signo de Jonás, 49
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