"Dios no resuelve los problemas del mundo, tampoco los explica. La pregunta por el mal sigue sin respuesta. Pero eso no significa en absoluto que se desentienda o que huya de ellos, sino más bien – y esto es la fe – que los mira silenciosa y amorosamente. ¿Los mira? En efecto, ante el grito humano, Dios no ofrece teorías ni soluciones, sino una (discreta) presencia de amor que nos responsabiliza y pone en acción. En ese sentido, cabría decir que la humanidad es la meditación de Dios.
Quienes meditamos estamos llamados a asumir ante el dolor del mundo la misma actitud que, según esto, asume el propio Dios: el silencio, que es la otra cara del grito. El silencio que escucha el grito. El silencio que permite que ese grito llegue a las entrañas. Porque sólo de esa escucha – de esa amorosa contemplación del grito – puede brotar la verdadera redención. Un buscador espiritual nunca resolverá intelectualmente este problema del silencio de Dios, pero lo disolverá entrando meditativamente en él. Ser contemplativo es haber comprendido que el silencio es la gran revelación, la respuesta al dolor, la puerta de la luz. Que el silencio no está ahí para ser comprendido, sino para que nos sumerjamos en él hasta descubrir el tesoro que esconde. La palabra se niega a sí misma para que se escuche de dónde nace y adónde apunta. El silencio es la forma más discreta, paradójica e intensa del misterio de la salvación".
Pablo de Ors, Biografía de la luz
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