La obra escrita de Thomas Merton, amplísima, puede dividirse para su mejor comprensión en tres etapas fundamentales. Una primera en la que escribió acerca de las Ordenes contemplativas, especialmente la propia (El Cister, la Trapa), la interioridad y la espiritualidad, con un estilo devocional, en el que ocupan un lugar central su autobiografía, antes mencionada, su primer diario publicado, “El signo de Jonás”, y títulos como “Las Aguas de Siloé” y “Ascenso a la Verdad”; esta última, un estudio sobre la espiritualidad de San Juan de la Cruz. A propósito de esto último hay que añadir que la espiritualidad carmelitana era muy afín a Merton y este conocía abundantemente la vida y obra de los santos del Carmelo. Para mostrarlo bastan unas sencillas estadísticas: en el ya citado “El Signo de Jonás”, diario de sus primeros años en el monasterio de Getsemaní, aparece 46 referencias a San Juan de la Cruz, 9 a Santa Teresa, 5 Santa Teresita, 6 Isabel de la Trinidad y alguna otra de Edith Stein, mientras 7 veces refiere a la Orden del Carmen como tal. Esta misma presencia carmelitana aparece en otras obras suyas, artículos y referencias biográficas.
Una segunda etapa en la obra de Merton estuvo centrada en los temas sociales que afectaban al mundo entonces, como la necesidad de la paz frente a la guerra y la violencia, el rechazo al racismo y la necesidad de ser sencillos y fraternos. Eran los años de la guerra de Viet Nam y la crisis de octubre, de la discriminación racial, y la carrera nuclear, y aunque Merton, nacido en Europa, había asumido la ciudadanía norteamericana, no por ello dejó de ser una voz crítica que desde su lugar en la Iglesia y a pesar de la incomprensión de muchos, trató de hacerse escuchar. De esta etapa podemos citar algunos títulos: “Semillas de Destrucción”, “Gandhi y la no violencia” e “Incursiones en lo Indecible”. Para Merton la ciudadanía propia, el lugar donde nacimos o vivimos, es parte de la llamada que recibimos de Dios:
“La nacionalidad de cada uno de nosotros debería llegar a tener un sentido a la luz de la eternidad”.
Finalmente una tercera etapa, en la parte final de su vida, cuando Merton se adentra en las sendas del ecumenismo espiritual, y estudia otras tradiciones religiosas como el budismo y el Zen. Algunos miran con suspicacia este período viéndolo como un alejamiento de sus raíces cristianas, pero al contrario, Merton hace una lectura de estas tradiciones desde su amplio conocimiento de la mística y la espiritualidad católicas, enriqueciendo así a unos y a otros, con títulos como “El Camino de Chuang Tzu”, “Místicos y Maestros Zen” y “El Zen y los pájaros del deseo”, este último a dos manos con el famoso Daisetz T. Suzuki.
Esta división es, por supuesto, relativa, ya que todos los temas están presentes a lo largo de la vida de Merton, e importantes libros suyos resultan difíciles de clasificar, como es el caso sus “Diarios”, o “El hombre Nuevo”, para algunos su mejor escrito, o “Cuestiones Discutidas” y toda su obra poética, también abundante, o su correspondencia, que suma unas diez mil cartas. Si revisamos los destinatarios de esta enorme cantidad de cartas, podremos vislumbrar más claramente la compasión que la vida contemplativa había despertado en Merton, por lo diversa y variada que resulta ser; de ahí que encontremos nombres como los papas Juan XXIII y Pablo VI, Helder Cámara, Martín Luther King, Jacqueline Kennedy, Ernesto Cardenal, Erich From, Tich Nhat Hanh, el Dalai Lama, y muchos otros.
Una segunda etapa en la obra de Merton estuvo centrada en los temas sociales que afectaban al mundo entonces, como la necesidad de la paz frente a la guerra y la violencia, el rechazo al racismo y la necesidad de ser sencillos y fraternos. Eran los años de la guerra de Viet Nam y la crisis de octubre, de la discriminación racial, y la carrera nuclear, y aunque Merton, nacido en Europa, había asumido la ciudadanía norteamericana, no por ello dejó de ser una voz crítica que desde su lugar en la Iglesia y a pesar de la incomprensión de muchos, trató de hacerse escuchar. De esta etapa podemos citar algunos títulos: “Semillas de Destrucción”, “Gandhi y la no violencia” e “Incursiones en lo Indecible”. Para Merton la ciudadanía propia, el lugar donde nacimos o vivimos, es parte de la llamada que recibimos de Dios:
“La nacionalidad de cada uno de nosotros debería llegar a tener un sentido a la luz de la eternidad”.
Finalmente una tercera etapa, en la parte final de su vida, cuando Merton se adentra en las sendas del ecumenismo espiritual, y estudia otras tradiciones religiosas como el budismo y el Zen. Algunos miran con suspicacia este período viéndolo como un alejamiento de sus raíces cristianas, pero al contrario, Merton hace una lectura de estas tradiciones desde su amplio conocimiento de la mística y la espiritualidad católicas, enriqueciendo así a unos y a otros, con títulos como “El Camino de Chuang Tzu”, “Místicos y Maestros Zen” y “El Zen y los pájaros del deseo”, este último a dos manos con el famoso Daisetz T. Suzuki.
Esta división es, por supuesto, relativa, ya que todos los temas están presentes a lo largo de la vida de Merton, e importantes libros suyos resultan difíciles de clasificar, como es el caso sus “Diarios”, o “El hombre Nuevo”, para algunos su mejor escrito, o “Cuestiones Discutidas” y toda su obra poética, también abundante, o su correspondencia, que suma unas diez mil cartas. Si revisamos los destinatarios de esta enorme cantidad de cartas, podremos vislumbrar más claramente la compasión que la vida contemplativa había despertado en Merton, por lo diversa y variada que resulta ser; de ahí que encontremos nombres como los papas Juan XXIII y Pablo VI, Helder Cámara, Martín Luther King, Jacqueline Kennedy, Ernesto Cardenal, Erich From, Tich Nhat Hanh, el Dalai Lama, y muchos otros.
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