sábado, 31 de mayo de 2008

El Amor de Dios me sostiene.


Celebré ayer la liturgia del Sagrado Corazón de Jesús. Las lecturas escogidas son realmente ricas para mostrar el amor de Dios, infinito, fundamento de nuestro ser y de toda nuestra vida espiritual. Estuve recordando una anécdota que se cuenta del Santo Cura de Ars: como no era un hombre muy brillante intelectualmente fue enviado a un pueblo apartado y poco importante, y allí desarrolló una labor espiritual de impacto; pues se cuenta que siempre predicaba el mismo sermón, una y otra vez, y el tema era el amor de Dios. En ese sentido quiero parecerme mucho a él, porque no me canso nunca de hablar de Dios, y me gusta la definición que usa San Juan para hablar de los cristianos:

"Nosotros hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en él".


Jesús nos invita a cargar su yugo, que es ligero: entiendo que ese yugo de que habla Jesús es el yugo del Amor. Y los místicos siempre acaban descubriendo, luego de una vida de peregrinaje espiritual, que nada importa más que el Amor.

Hay momentos en que necesitamos escuchar estas cosas, repetirlas en lo más profundo, abrazarnos a esta verdad espiritual, para ir más allá de lo que los otros intentan hacernos creeer.

Ahora mismo estoy abrazado al Amor de Dios, al Jesús de la Cruz, al Buen Pastor, al Cristo de la Misericordia, al Sagrado Corazón de Jesús.

Ahora mismo no hay nada más.

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