
Al día siguiente regresó Merton a mi habitación como lo había anunciado. Estuvo viendo con mucho interés los libros que yo había traído y se llevó algunos para leerlos. Lo de los libros había sido por recomendación suya. Poco antes de mi salida de Nicaragua me había escrito una carta ya personal como maestro de novicios, para infundirme tranquilidad y ánimo; y en ella me decía que no vacilara en llevar conmigo un lote de libros, aquellos de mi preferencia. De no ser así yo hubiera llegado despojado de todo libro. También le mostré algunas fotos de mis esculturas y le gustaron. Me las pidió para mostrárselas al P. Juan de la Cruz que era ceramista. Hablábamos en español, porque su español era mejor que mi inglés. Lo que me sorprendió mucho, porque en todo lo que había escrito de su vida yo no recordaba que él contara nunca que estuviera aprendiendo español; y cómo lo había aprendido muy bien en el encierro de la trapa, me parecía como milagro. Más me sorprendería después, cuando me fui dando cuenta que los idiomas que él conocía eran muchos, muchísimos; nunca supe cuántos. Y ésta no fue la única cosa suya que yo vería después como milagro. Me dijo que ahora él iba a perfeccionar más el español con mi conversación y con los libros que había llevado, porque antes había tenido muy pocas oportunidades de practicar el español. Me dijo que yo iba a practicar el inglés teniendo conversaciones con un monje que había sido un escritor de Hollywood, el que le hacía los argumentos a Beatriz Lillie, y autor de muchas otras películas. Le agradó mucho ver el librito de pájaros que yo había comprado en Miami, y me dijo que eso me iba a ser de mucha utilidad en el monasterio. Ahora yo ya iba a pasar de la casa de huéspedes al noviciado. Mucho tiempo después me contaría Merton que cuando el Abad recibió mi solicitud de ingreso, se la dio a él para que me contestara rechazándola. Algunos latinoamericanos habían llegado antes y casi no habían durado nada. El Abad pensaba que las diferencias de clima, idiosincrasia, etc., hacían que este monasterio no fuera propio para los latinoamericanos, y en caso de que debieran regresarse sin tener con qué, los pasajes en avión serían una carga para el monasterio. Pero cuando Merton recibió mi solicitud, sintió —según me dijo— muy claramente en su interior una especie de voz que le decía: “Hay que recibirlo. Es muy importante que él venga aquí”. Eso hizo que él contraviniera la orden expresa del Abad, y así fue que a mí me llegara una aceptación de ingreso. Y yo ahora pues ya iba a entrar al noviciado.
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