“La oración también debe verse a la luz de otra experiencia fundamental: la ausencia de Dios. Ya que si bien Dios está inmanentemente presente, también es trascendente, lo que significa que Él se halla totalmente más allá del alcance de nuestra comprensión. Ambas, ausencia y presencia, se unen en el conocimiento amoroso que sabe porque no sabe (Expresión tradicional del misticismo). Cada vez es más común que la gente moderna se duela de una sensación de ausencia, desolación e incapacidad siquiera de querer rezar o pensar en Dios. Descartar superficialmente esta experiencia como la muerte de Dios (como si en lo sucesivo Dios ya no viniera al caso) equivale a pasar por alto un hecho muy importante: que esta sensación de ausencia no es algo unilateral; es algo dialéctico e incluye a su contrario, es decir, la presencia. Y aunque se vea afectada por la duda, contiene una profunda necesidad de creer.
A lo que quiero llegar es a esto: la experiencia de la vida contemplativa en el mundo moderno muestra que para muchos hombres modernos, lo más decisivo para la disciplina contemplativa y meditativa y para la vida de oración, es precisamente esta sensación de ausencia, de desolación e incluso de aparente incapacidad de creer. Subrayo la palabra aparente porque, si bien esta experiencia puede ser para algunos extremadamente dolorosa y confusa, capaz de dar lugar a todo tipo de problemas religiosos cruciales, puede muy bien ser un signo de autentico crecimiento cristiano y un punto de evolución decisiva en la fe, para quienes sean capaces de resolver esta cuestión.
La manera de resolverla no consiste en regresar a una etapa anterior y menos madura de la fe, afirmando e imponiendo obstinadamente los sentimientos, aspiraciones e imágenes que eran adecuados para la infancia y la primera comunión. Debemos superar, en un nuevo nivel de meditación y oración, esta crisis de fe y, a través de la experiencia, avanzar hacia una integración personal y cristiana más completa”.
Tomado de “Acción y contemplación”, Pág. 87-95.
THOMAS MERTON
Tomado de “Acción y contemplación”, Pág. 87-95.
THOMAS MERTON
Sentir una ausencia es deseo del encuentro, un impulso hacia la búsqueda. Experimentar la ausencia es, en cierto modo, reconocer la Presencia. Además, la visión del sol siempre puede salir renovada tras un eclipse. Así puede ocurrir con nuestra fe, una vez que logramos desplazar los velos que nos impiden ver el rostro de Dios.
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