“En septiembre de 1968 una llamada telefónica de Anchorage me informó que al día siguiente me haría una visita el P. Merton. Me parecía imposible creerlo. En efecto, al día siguiente al terminar la santa misa entré en mi residencia y allí estaba el P. Merton rezando el breviario tan devoto y calladito. Mire usted –le dije- si será bueno Dios; porque no se me habría ocurrido ni soñar que yo le pudiera ver a usted jamás; y hoy me lo trae Dios a mi misma casa, como en bandeja de plata. Se ruborizó momentáneamente y se quedó mirando algo perplejo. Le dije que él, que había escrito tan largamente sobe humildades verdaderas y falsas, tenía que arreglárselas ahora para mantenerse humilde. Nos reímos sonoramente y con eso me presenté a él, porque él no tenía que hacer ninguna presentación. Hablaba español pasablemente, pero conversamos en inglés. Me dijo que para entender a San Juan de la Cruz en el original estudiaría cualquier lengua en la que hubiera escrito el Santo. San Juan de la Cruz había tocado los límites de lo que es la esencia del cristianismo puro. Merton le había asimilado pero, pero –me decía- él fue él y yo soy y cada uno es cada uno. Dios no se repite en ningún santo. Yo asentía con la cabeza y con el corazón. ¡Gran verdad!
Me puse a preparar un desayuno de huevos fritos y café con leche mientras él terminaba el Breviario. Sentados ya a la mesa noté que tenía buen apetito y se lo alabé. Mente sana en cuerpo sano. Y Napoleón dijo que los regimientos marchan sobre sus estómagos, aunque en español no suena muy bien. Brevemente Merton me explicó la razón de su visita a Cordova la de Alaska. Su abad le había dado permiso para levantar una ermita en Alaska que más tarde podría convertirse en abadía. Andaba buscando un sitio a propósito. Los que había explorado no le convencían. En el arzobispado de Anchorage le dijeron que en Cordova había vistas fantásticas y telúricas soledades. Él buscaba un sitio aislado, pero cerca de una población donde hubiera católicos, para pasar con ellos los domingos y días festivos, o para ayudar al párroco en esos días. Le aseguré que nada más terminar el desayuno le llevaría por los alrededores, donde sin duda halaría lo que buscaba. Pero el desayuno duró cerca de dos horas de charla en la que naturalmente él hizo el gasto".
(Continuará...)
Sigue siendo coloquial y entretenida esta narración. La casualidad te hizo descubrir un texto realmente peculiar sobre Merton, Manuel.
ResponderEliminarLa anécdota en torno a Juan de la Cruz creo que refleja la gran inteligencia mertoniana: “muy grande el santo, pero él era él, y yo soy yo… y Dios no se repite en ningún santo…”. Y es que la “clonación” creo que, al menos en espiritualidad, no es un buen “invento”.