Seguimos con el texto del P. Segundo Llorente, misionero en Alaska, a quien Thomas Merton visitó en el año 1968, poco antes de su viaje a Asia, donde perdió la vida. Merton estaba buscando un lugar donde construir una ermita, y hacía planes de vivir en aquellos parajes idílicos de Alaska:
“Su venida definitiva a Alaska estaba condicionada por el viaje que tenía planeado para el Lejano Oriente. Con el debido permiso de sus superiores, Merton iba a ir desde Alaska al Lejano Oriente. Ya tenía los pasaportes para el Japón, Korea, Viet nam del Sur, Tailandia, Birmania, India y Pakistán. No quería decir que forzosamente tuviera que visitar tantas naciones, pero pudiera visitarlas todas si le parecía conveniente. No le daban visado para Birmania, pero con la ayuda de U Thant, el secretario de Naciones Unidas, lo consiguió pronto.
Dentro de unos días nos iba a dar un día de retiro a los sacerdotes de la arquidiócesis. También tenía que dedicar unos días a dar conferencias a todas las monjas de la región. Luego saldría para California y desde allí volaría a Japón. Su plan era ponerse en contacto con los líderes de las religiones orientales no cristianas: budistas, mahometanos, sintoístas y cuanto se relaciona con el Zen. Merton había dedicado mucho tiempo a estudiar a fondo estas religiones. Desde luego pensaba pasar una temporada con el Dalai Lama, que es tenido por la reencarnación de Buda. El objeto de estas conversaciones era tender puentes y establecer contactos con aquellas filosofías exóticas. Quería sentarse con aquellos ascetas y entablar diálogo con ellos; escucharles, procurar entenderles y luego responderles en tonos conciliatorios, sin pizca de acrimonia. Ellos expondrían a Merton sus puntos de vista, entonces Merton les daría a conocer el punto de vista del cristianismo revelado en los evangelios. Era todo un viaje emocional. Merton estaba mejor preparado que nadie para eso. Buen lingüista, filósofo agudo, teólogo profundo, asceta de profesión, conocedor y quién sabe si experimentador de lo más recóndito de la mística, hombre abierto a todas las ideas para luego hacer anatomía de ellas en su soledad monacal. Si ya sobre el terreno veía que debía quedarse en el Lejano Oriente de por vida, ya no volvería a Alaska, naturalmente.
Yo por un lado deseaba que volviera, pero por otro me daba gran ilusión imaginármelo entre aquellos orientales como el Nobile del siglo XX. En esto caía la tarde y él tenía que tomar el avión para Anchorage. Le conduje al aeropuerto que dista 20 kilómetros por una carretera asfaltada y bien cuidada. Mientras rodaba el coche le citaba yo versos del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, que él escuchaba con una sonrisa beatífica. “Pastores los que fuerdes…” ¿Sabía Merton lo que era fuerdes? Sí, claro, cómo no. Fuerdes era una variante de fuereis. ¡Bien por Merton! Me confesó que el Cántico no se podía apreciar en ninguna traducción. Por eso había aprendido él español, para entender a los místicos españoles”. (Continuará…)
Que hermoso relato, nos comparte hoy.
ResponderEliminarCada vez que leo algo más de Merton, mas me atrapa.
Espero sus entrada siguientes...
Le dejo mi afecto. Que tenga un hermoso fin de semana.
A cuánta gente le gustaría tener en su agenda, y poder realizar, ese circuito tan fantástico que Merton tenía previsto por Oriente. Desafortunadamente, uno de los “malabarismos” de la vida le deparó otro plan muy distinto a corto plazo bien. Este texto activa mi pensamiento en varias direcciones: pienso en la sabiduría, siempre vigente, del famoso “carpe diem”; en la transitoriedad impredecible de la existencia; en el regalo de poder elegir vivir haciendo lo que se ama y amando lo que se hace; y en la creencia, más firme cada día, de que ser feliz es el mayor canto de gloria, alabanza y bendición al Amor del que procedemos, en el que somos y hacia el que vamos.
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